Miguel Méndez Rodulfo 14 de diciembre de 2017
El
camino hacia la Hiperinflación está precedido de un largo sendero
inflacionario. No llegamos a la primera sin un extenso y sostenido ascenso por
los vericuetos de la segunda. Los gobiernos aumentan el gasto público,
devalúan, emiten deuda más allá de lo razonable, ponen a funcionar la maquinita
de hacer billetes (primero en forma comedida, después de manera incontrolada),
porque piensan en el corto plazo, en solucionar sus propias crisis y problemas,
sin reparar en las consecuencias y en las generaciones por venir. Sin embargo,
esto no fue siempre así; desde 1920 hasta finales de los años 70, el país tuvo
estabilidad financiera y orden económico, gracias a una adecuada política
monetaria, fiscal y cambiaria, de manera que entre 1920 y 1940 el país creció un
promedio de 10% interanual.
Igual
que cualquier hogar venezolano, el gobierno no debe gastar más de lo que recibe
por ingresos. Ambos pueden endeudarse, pero la diferencia es que la familia
corre el riesgo de perder sus bienes si se hipoteca más allá de sus
posibilidades de pago, en tanto que el gobierno posee la maquinita de imprimir
billetes, para poner a circular dinero inorgánico generando inflación, y además
puede devaluar la moneda obteniendo más bolívares por los mismos dólares. El
factor clave en una inflación endémica que se enfila decididamente hacia la
hiperinflación, es el sometimiento del BCV a los designios del Poder Ejecutivo.
Al perder su independencia y autonomía el instituto emisor se convierte en un
instrumento perverso en manos del gobierno que arruina a la economía del país y
a sus ciudadanos.
La
inflación está fuertemente influenciada por el efecto psicológico que tiene la
sociedad sobre la percepción de la conducta económica del gobierno. De tal
manera que si los actores económicos: empresarios, sector financiero,
consumidores, inversores, etc., tienen la certeza de que el gobierno no pondrá
orden en las finanzas públicas, buscan una opción por fuera que les permita
orientarse para hacer sus transacciones de compra venta; por ello es que en
forma natural se crea un mercado negro y una tasa marcadora (dólar today) que
la sociedad cree que expresa la realidad en forma verídica, en vez de tragarse
los embustes del gobierno (tasa Dicom).
Así en
la medida en que ascendemos por la larga y tortuosa senda de la inflación, los
precios se van dolarizando en forma automática porque ya se desconfía del
bolívar y de la capacidad del gobierno para revertir esta situación de
descontrol. Los precios de los productos importados se mueven al ritmo del
dólar (también de aquellos que tienen componentes foráneos), en tanto que los
sueldos y salarios, los alquileres y los servicios públicos, aunque se rezagan
y por ello sufre más el asalariado, también se indexan, menos los servicios
públicos que aunque sufren elevaciones éstas son menores, con la consecuencia
de casi quebrar a El Metro, Corpoelec, Hidrocapital, Cantv, etc. No así el caso
de los productos que venden las pocas empresas nacionalizadas que aún producen:
Café Venezuela, Lácteos Los Andes, Chocolates El Cimarrón. El valor de esos
productos está dolarizado y el gobierno no dice ni pío.
Antes,
las nacionalizaciones (Sidor, Cemex, Aceite Diana, Asociaciones Estratégicas de
la Faja), expropiaciones de fincas y fundos, invasiones, intervenciones,
Cadivi, etc., desalentaron la inversión, bajaron la producción y ahuyentaron
del país a empresarios, inversores nacionales e internacionales y a los
profesionales experimentados y jóvenes. Entonces una producción cada vez menor,
amenazada por operativos como los de la Sundde, que llevan a la quiebra a
pequeños comercios, el default de la deuda externa, la caída sistemática de la
producción petrolera, una improbable recuperación del precio del barril, crea
en los agentes económicos que durante años tuvieron gran paciencia, una
paranoia basada en la certeza que hay una espiral indetenible de subida de
precios, que cada vez se acelera más alentada por la maquinita de imprimir
dinero. Así, como en Argentina, cambiaban pesos por dólar en la mañana, y lo
vendían en la tarde para con el diferencial comprar el pan, pronto llegaremos a
eso aquí. La hiperinflación es la exacerbación de la desconfianza en una
moneda. Lo peor es que no es difícil acabar con este mal, pero para este
régimen no hay rectificación del modelo económico, porque él es una herencia
del difunto.
Caracas,
14 de Diciembre de 2017
Miguel
Méndez Rodulfo
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