Miguel Méndez Rodulfo 12 de diciembre de 2017
En las
décadas de los años 70, 80 y durante el primer lustro de los 90, en el mundo
era frecuente el fenómeno inflacionario, sobre todo en América Latina. En los
70, época de una economía estable y una moneda dura en Venezuela, había una
expresión para referirnos al cuidado con que había que ver a los países del
Cono Sur: “La autopista del sur”, significaba que seguir el manejo económico de
esos países era una vía segura para la debacle. Entre mediados de los 80 y
mediados de los 90, se produjeron los fenómenos hiperinflacionarios más agudos en la región: Argentina 3.000%
anual; Brasil 7.600% anual; Nicaragua 14.000% anual; Bolivia 60.000 % anual.
Sin embargo, después de 1995, en América Latina y el mundo, la inflación como
problema endémico logró controlarse y llegó a ponérsele fin. Desde hace más de
dos décadas la inflación anual en casi todos los países del mundo es de un
dígito bajo, salvo las deshonrosas excepciones de Zimbabue, Venezuela y alguno
que otro país manejado por un dictador.
En un
mundo sin inflación, una subida anual de precios de dos dígitos es algo
anormal, mucho más incomprensible es que sea de tres o más dígitos; de manera
que índices de 70%, 150%, 700%, hoy son equivalentes a aquellos miles de puntos
que alcanzaron las economías antes mencionadas en los años 80 y 90. Entonces,
inflaciones anuales para 2018 de 2.500% como pronostica el FMI, ó de 7.000%
como predicen otros economistas, es sencillamente catastrófico y fuera de toda
racionalidad económica para nuestro país. El origen de una hiperinflación es la
decisión del gobierno de imprimir grandes cantidades de billetes para financiar
el déficit fiscal, así hay exceso de circulante intentando adquirir los mismos
bienes. Esto inicia un círculo perverso en que la gente pierde la confianza en
la moneda e intenta gastar sus ingresos rápidamente en activos durables (o en
comida, como es el caso venezolano); los comercios cambian los precios de los
productos semanalmente, luego varias veces al día (hacia eso vamos); la gente
busca el dólar como moneda sustituta de intercambio, y el gobierno pierde el
control del signo monetario.
Dos
metodologías revelan que un país se encuentra en hiperinflación: existencia de
una tasa promedio mensual de inflación mayor de 50%, o una inflación anual
superior a 1.300% (esto se cumplió en octubre de 2017); que la inflación anual supere el 100% durante
tres años consecutivos (algo que se cumplió en 2015).
La
perversión de la hiperinflación es que depaupera al ciudadano y expolia a los
más pobres, porque se dolarizan los bienes producidos: electrodomésticos,
vehículos, repuestos, ropa, calzado, comida y los servicios en general. Algunos
rubros, también se dolarizan, pero su incremento se rezaga: sueldos y salarios,
honorarios, alquileres, servicios públicos, etc. Como se decía en los setenta
en el sur: los precios suben por el ascensor, en tanto que los salarios suben
por las escaleras.
La
destrucción del aparato productivo nacional y de las instituciones, hará muy
difícil la salida de este flagelo, pero la experiencia mundial indica que los
procesos hiperinflacionarios, duran en promedio menos de un año, porque no hay
pueblo que soporte mucho tiempo tal hecatombe.
Miguel
Méndez Rodulfo
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