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domingo, 10 de diciembre de 2017

¿Resignación o cambio? ¿Juan o Jesús?, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI 09 de diciembre de 2017
@rafluciani

En estos tiempos de desesperanza y agobio para una gran mayoría, es bueno recordar que el mensaje que los cristianos meditamos durante esta época de Adviento nos recuerda la esperanza con la que vivían las primeras comunidades del siglo I, a pesar de la persecución y el hostigamiento que sufrían. En ellas encontramos el testimonio de muchos que asumieron las adversidades para transformarlas y no se resignaron a tener que vivir con la pesadumbre de quien no ve futuro y se deja llevar por la inacción. Por ello, resaltamos dos actitudes -la de Juan y la de Jesús- que nos pueden ayudar a levantar el espíritu.

La figura de Juan el Bautista fue ejemplar para Jesús. Su mensaje dejaba al descubierto la grave situación sociopolítica y religiosa que vivía el pueblo, y cómo muchos vivían resignados esperando a un Mesías que cambiara las cosas. Su misión profética es presentada como una «voz que clama en el desierto». Se trata de un clamor profético que media la angustia y la desesperación de tantas personas que sufrían las consecuencias del empobrecimiento y la violencia. Una «voz que asume la causa de las víctimas» para exigir un cambio radical en la vida de los líderes políticos y religiosos, a quienes llama «raza de víboras» (Mt 3,7).

Mover las conciencias
Juan vive un momento de transición. Muchos habían permanecido indiferentes ante lo que estaba sucediendo, se habían resignado y eran indolentes. Por eso quiso mover las conciencias, pero no con el típico discurso de los sacerdotes, reyes u hombres ricos de su época; tampoco al modo de los zelotas que promovían una revolución violenta. Él era un profeta y asumió la causa de los que eran ignorados por los poderes (Mt 11,7-9).

Juan denunció situaciones concretas que deshumanizaban a la sociedad, como los publicanos que cobraban por encima de lo debido, y los soldados que extorsionaban (Lc 3,10ss). Herodes consideró que su mensaje atraía al pueblo y ponía en riesgo la estabilidad de sus políticas colaboracionistas con Roma, por lo que decidió mandarlo a matar (Mc 6, 17-29; Mt 14,3-12).

La muerte de Juan afectó a Jesús (Mt 14,13), quien iniciaba su ministerio público (Mt 4,23). Jesús había sido bautizado por Juan tomando conciencia de la necesidad de un cambio sociopolítico y religioso. Al bautizarse expresó su opción por discernir y cargar teológicamente con la realidad que pesaba sobre el pueblo, entendiendo que cualquier cambio debía promover la justicia social y el bienestar colectivo. ¿Estaría preparado el pueblo para un cambio sin violencia? ¿Aceptarían los poderosos un mensaje que clamaba por justicia y bienestar?

Jesús aprendió de Juan que su pueblo andaba «como ovejas sin pastor» (Mt 9,36; Mc 6,34) porque sus líderes habían absolutizado a las mediaciones existentes (el César, Herodes, el Templo y la Ley), y habían abandonado al pueblo colocando sobre él cargas pesadas como el pago de altos tributos, la corrupción, prácticas sacrificiales y la sumisión a actitudes colaboracionistas con los romanos.

Ante el anuncio del fracaso del sistema oficial, ¿no había posibilidad de encontrar una esperanza? Jesús entendió que era la hora de un «nuevo comienzo» (Lc 4,18-20), el de la irrupción del reinado de Dios mediante la práctica de la justicia social, la construcción del bienestar común y la enseñanza de la solidaridad fraterna. Este será el reto de Jesús, «el profeta de Nazaret», cuyo corazón había sido tocado por el mensaje de Juan. Un mensaje que llamaba a dejar a un lado la indolencia y a ser honrados con la realidad.

Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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