MIBELIS ACEVEDO DONÍS 29 de septiembre de 2018
@Mibelis
Llevados
por la manía de endosar al líder político los rasgos del héroe, es probable que
una de las primeras cualidades que distingamos en ellos sea esa “fortaleza del
alma” que exalta Tomás de Aquino; su brío para afrontar el peligro inminente y
domeñarlo, igual que el torero con la bestia encrespada. “El futuro tiene
muchos nombres”, escribe Víctor Hugo, “para los valientes, es la oportunidad”.
En
efecto, ser “valiente” en un país donde hacer política es poco menos que
lanzarse a un mar infestado de tiburones famélicos, no es cualidad de la que se
pueda prescindir. El coraje acá no es sólo atributo deseable, también suma
precioso avío al kit de supervivencia de quien, consciente del efecto de sus
decisiones y acciones en la esfera de lo público, está siendo sometido por
circunstancias extremas.
A
causa de una percepción rayana en lo mitológico, no obstante (más afín a la
temeridad de Juana de Arco que al pragmatismo redentor del príncipe
maquiaveliano) la demanda de arrojos al liderazgo puede acabar dando la espalda
no sólo a la realidad, sino a la racionalidad. Atrevimiento sin mesura, alarde
y no prudencia, candelas sin “virtù”: la tribalización de la política tiende a
asignar al “conductor de masas” el don de estrujar su humana piel para luchar
contra sus rivales sin “contaminarse” del pujo de lo mundano. La idea moderna
de la polis como espacio público dotado de libertad, igualdad, pluralidad,
universalidad, no violencia; acción, comunicación e interacción de los seres
humanos, capaces de hablar y actuar continua y conjuntamente, es borrada así
por los arrestos del plan blanquinegro de la guerra.
Pero
no se trata, ciertamente, de omitir el impacto de esa disposición del líder
para, en aras del bien común, desafiar al establishment o plantarse ante la intraficable
anomalía del entorno (el ejercicio de la política, como indica Arendt, avala
nuestra entrada en un mundo que será retado indefectiblemente por nuestros
actos y palabras). No se trata de desestimar el talante para sobreponerse al
miedo cuando la convicción impele a ello; todo lo contrario. Se trata de
desmenuzar con afán constructivo los alcances de tal impulso, de dotarlo de
sustancia justo cuando el rescate de la política se vuelve primordial.
¿Qué
implica eso? De nuevo Maquiavelo brinda luces: para ser efectivo en política
hay que meter la realidad en sus matemáticas. “Es necesario tener murallas,
fosos bien hechos y suficiente artillería”; identificar lo empíricamente
viable, “contar los cañones” con antelación, calibrar las fuerzas, la naturaleza
y capacidad del adversario, la calidad y cantidad de los recursos. Un liderazgo
consciente de sus limitaciones y ventajas sabrá cómo gobernar esa valentía para
que no se dilapide en las bengalas de la demagogia pendenciera, en la rigidez
de los imperativos del moralista.
La
crisis, además, reserva presiones adicionales para nuestra dirigencia. “Porque
no hay liderazgo confiable, porque se quemaron muchos cartuchos opositores en
estrategias equivocadas, y ahora nadie en Venezuela tiene el poder de coacción
que posee el gobierno para poder derrotarlo”; según Jesús Seguías, presidente
de DatinCorp, a ese escenario desprovisto de cortesías se enfrenta hoy la
oposición. Está visto: si algo exige esta coyuntura es coraje para reconocer el
error, para abandonar la desmantelada zona de confort, para salir de la burbuja
esotérica.
¿Qué
haría falta, entonces? Audacia empujada por la razón. Sentido de urgencia
impregnando la juiciosa búsqueda de soluciones que conjuren el vacío, el
debilitamiento, el cicatero pensamiento maniqueo. Ante el abandono de la
esquiva fortuna y la necesidad de recomponer fuerzas, de algo no puede escapar
el liderazgo: la tarea de asumir y elaborar la pérdida, el costo de sus
equivocaciones.
Con
esos resbalones nuestra historia reciente ha armado un triste prontuario, sin
duda. Por si fuese poco, la condena de un sector que hoy derrama su mordiente
bilis en redes sociales tiende a desconcertar, a paralizar a nuestros
políticos… Pero, ¿acaso la parálisis, el miedo ante la incertidumbre, el temor
por el propio temor es lujo que pueda darse una dirigencia apremiada por la
supervivencia?
Si una
hora invita a probar los frutos de esa responsable osadía, es ésta. Después de
todo, en medio del festín caníbal que celebra el extremismo, hacen falta
agallas para construir consensos y gestionar el vital disenso; para hablar,
escuchar, integrar visiones. Para forjar puentes, atraer aliados, defender la
“dorada medianía”; para mirar sin complejos el potencial en la rendija modesta,
espantar al fanatismo y la irracionalidad, desanudar la brújula atenida al “qué
dirán” y contar, como ilustra también Maquiavelo, con “ánimo dispuesto a
moverse según sople el viento de la fortuna, (…) sin apartarse del bien”, pero
sabiendo también lidiar con “el mal, si es necesario”.
¿No es
esa la fibra de la que está hecho aquel que se atreve a hacer política; no es
ese corajudo de carne y hueso el indispensable?
MIBELIS
ACEVEDO DONÍS
@Mibelis
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