Américo Martín 23 de septiembre de 2018
La
razón no está de moda. No me place hacer ironías que comprometan la reputación
de los demás, ni creo que el sopor paralizante que sigue a una pasión fallida
sea algo fuera de lo común. La ausencia de una autoridad opositora masivamente
respetada pavimentó la frustración de la esperanza del cambio inminente. Que
quizá pudiera alcanzarse si se construyera una sólida unidad sin exclusiones,
capaz de aprovechar los grandes flancos falsos del contrario y de sumar fuerzas
de todas las procedencias. El dilema no era y ahora menos: “izquierda-derecha”
o “capitalismo-socialismo” o incluso “chavismo-democracia”. La hipercrisis les ha
sobreimpuesto el deslinde causado por la ruina de todo y de todos.
Los
antagonistas reales son, de un lado, la nación en su diversidad y pluralidad, y
del otro una minoría que se aferra agónicamente a la perpetuidad por miedo a
sus miedos. La pasión ha cegado a esos históricos contendientes. Los cismas en
su seno lo demuestran. Es visible el fortalecimiento de una tendencia en el
oficialismo que rechaza la estrategia y los actos del régimen. Intelectuales,
trabajadores, gente de buena fe, deberían construir una sostenible corriente
democrática orientada a la unidad nacional sin renunciar a sus ideas puesto
que, por diversa, en la nación conviven todas las tendencias del pensamiento y
todos los intereses sociales. Aunque se haya partido de visiones opuestas esa
rica pluralidad confiere gran urgencia a la conquista de un omnicomprensivo
sistema democrático. Se trata de unir banderas acordar un programa de salvación
de Venezuela sin que disentir arriesgue libertad, honra o vida. Quede al pueblo
elegir sus gobernantes en cada oportunidad constitucional.
La
desmoralización en el ánimo colectivo da lugar a desangeladas acusaciones que
pretenden seguir restando, seguir dividiendo. Hay que levantar el ánimo, tender
la mano, ampliar las fronteras de la unidad nacional y conferirle todo su valor
a la conformación de una crítica corriente democrática en el oficialismo.
Entre
la pérdida de Cuba y Puerto Rico y simultáneamente de Filipinas (descubierta
para España por Magallanes, su nombre honra a Felipe II) y la 1ra Guerra
Mundial, se hizo sentir la célebre Generación española del 98. Sus integrantes
–Miguel de Unamuno, el más visible- vivieron literariamente aquellas dos
catástrofes y de ahí su apasionado fatalismo. Terminaron sumidos –escribió
Martínez Ruiz, llamado Azorín- “en la abulia, el desinterés por la política y
el pesimismo”.
¡Que
no nos toque en suerte el periplo de la pasión a la melancolía! Unamos a todo
el que se oponga a la tragedia y asumamos juntos la redención de Venezuela. Sin
odios, sin violencia y sin confundir justicia con venganza. Que con exigencias
grandilocuentes no minemos tampoco el solidario respaldo de la comunidad
internacional, apreciable logro de la oposición que sería mezquino regatearle
Concluyo
con una boutade de Unamuno, siempre ajeno a la abulia de Azorín.
“Si en
las naciones moribundas sueñan tranquilos los hombres oscuros, si en ellas
peregrinan los idiotas, mejor es que las naciones agonicen”
No
exageremos don Miguel.
Tomado
de: http://talcualdigital.com/index.php/2018/09/23/de-la-pasion-a-la-melancolia-por-americo-martin/
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