Por Piero Trepiccione
Nos ha sorprendido a todos
esta semana el anuncio del presidente Maduro de su viaje a China y por tanto
tiempo. En la situación interna actual de Venezuela y el deterioro creciente de
las relaciones diplomáticas con los países de la región, pareciera
contraproducente una ausencia de estas características; no obstante, revela una
condición geopolítica que no podemos obviar.
China
tiene mucho dinero. Las tres décadas de crecimiento económico sostenido han
generado excedentes importantes en las reservas internacionales y su margen de
actuación transcontinental ha venido aumentado considerablemente. Aunque
estratégicamente hasta ahora su gobierno se ha mantenido de bajo perfil en
materia de geopolítica confrontacional global, con el caso Venezuela esta
dinámica pareciera estar cambiando. Y es que a la par de las líneas de crédito
y los convenios financieros suscritos por ambas repúblicas, la diplomacia del
gigante oriental ha apuntalado, discrecionalmente a veces y otras más
abiertamente, al gobierno encabezado por Nicolás Maduro. Un episodio particular
que ha tenido mucho realce, tiene que ver con el reconocimiento al proceso
comicial del pasado 20 de mayo aún cuando los Estados Unidos, la Unión Europea
y la gran mayoría de los países latinoamericanos no lo hiciesen. Este hecho
revela que más allá de lo comercial y económico donde se ha venido moviendo
China hasta ahora en términos globales, comienza a aparecer una potencia
mundial que requiere tener influencia política aún en territorios donde otros
países lo ejercen. Tal es el caso de América Latina con relación a los Estados
Unidos. Llama poderosamente la atención como el gobierno chino ha acrecentado
sus inversiones en países como Brasil, Colombia, Argentina, Nicaragua, México,
Costa Rica, entre otros, incluida Venezuela; pero donde ha mostrado su juego
firme en la diplomacia global ha sido con nuestro país.
Rusia,
desde que asumiera el poder en Venezuela Hugo Chávez en 1999, se ha convertido
en un aliado constante del gobierno venezolano. Es comprensible que así
sucediera vista la posición política de ambas naciones con relación a Estados
Unidos. Los rusos estratégicamente siempre intentaron fomentar alianzas sólidas
con países de Latinoamérica para contrarrestar la influencia norteamericana en
la región, pero también para equilibrar el juego geopolítico global. Desde la
guerra fría apostaron por Cuba en primer lugar y luego por algunos países
centroamericanos para forzar negociaciones que mantuvieran alejados o
neutralizados a sus rivales globales en territorios cercanos a la extinta Unión
Soviética. Desaparecida ésta de la escena mundial, Rusia tomó su herencia una
década después con la llegada del ex KGB Wladimir Putin al Kremlin. Y a partir
de allí comenzó un proceso de búsqueda de recuperar influencias en todos los
continentes.
Y
aunque no se puede negar la influencia rusa en Venezuela desde la llegada de
Chávez, este país no tiene la capacidad financiera que si tiene China para
apuntalar a un gobierno en particular. Y globalmente, por los errores de la
diplomacia norteamericana, China y Rusia cada día juegan a una relación cercana
que busca balancear el equilibrio global y darle más espacios a un gigante que
ya requiere moverse rápido para sus dimensiones actuales. Por eso va Maduro a
China en estas circunstancias. Además del urgentísimo apoyo económico que
requiere en las actuales condiciones críticas de la población local,
quiere garantizarle a China ser un pivot en la globalización de sus intereses y
de su política. También necesita mostrar un freno frente a cualquier acción
multilateral que se pueda estar gestando en la región con el apoyo de Estados
Unidos y la Unión Europea.
16-09-18
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