Trino Márquez 26 de septiembre de 2018
@trinomarquezc
En las
dos décadas de su existencia, nunca antes el régimen había sido tan vapuleado
como en la Asamblea General de la ONU, que se reúne en New York. El gobierno de
Nicolás Maduro ha recibido una verdadera felpa de los gobiernos democráticos de
las Américas. Su soledad es patética y no será atenuada por la decisión, de
última hora, de intervenir en la Asamblea. Maduro quedó para darles pena a los
mandatarios de los países del continente (Trump incluso se mofó del coraje de
‘sus’ Fuerzas Armadas) y provocarles sentimientos de compasión con las víctimas
que llevan veinte años padeciendo los rigores de unos gobernantes que combinan
en perfecta sincronía la ineptitud con la corrupción.
El
esperado discurso de Donald Trump estuvo orientado en buena medida a denunciar
la incompetencia del socialismo del siglo XXI y a pedir ayuda a las naciones
del planeta para restablecer la democracia en Venezuela. Los presidentes de
Argentina, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú intervinieron en la misma
dirección. Lenin Moreno sugirió que el gobierno de Maduro es tan inepto que
está sobrando. Aunque la invasión militar organizada por una alianza en la cual
Estados Unidos y Colombia serían los protagonistas principales, no parece
factible por ahora, tampoco quedó descartada. La estrategia de ambas naciones
parece ser mantenerla como amenaza creíble y factor de disuasión ante cualquier
intento por parte de Maduro de agredir a Colombia.
Fuera
del marco de la Conferencia, Mike Pence, vicepresidente norteamericano, fue más
explícito aún: ante una supuesta movilización de tropas venezolanas hacia la
frontera neogranadina, el funcionario fue enfático al señalar que cualquier
incursión en el territorio colombiano sería rechazada también por los
estadounidenses con una contundencia que dejaría hecho polvo cósmico al
ejército venezolano. Maduro debe de haber entendido el mensaje.
La
opción en la que parecieran estar pensando los gringos, y también los
colombianos, es que los militares venezolanos resuelvan la crisis nacional
mediante un golpe de Estado. Según el gobernante norteamericano, esos mediocres
oficiales no sirven para enfrentar a los aguerridos marines, pero sí se
encuentran en condiciones de restablecer el hilo constitucional roto por el
mandatario venezolano, e iniciar el proceso de transición hacia la recuperación
de la democracia y de la nación en su conjunto. Trump, entre líneas, sugirió
que bastaría con un pronunciamiento en una rueda de prensa o un memorando
dirigido por el Alto Mando al Presidente de la República, para que el gobierno
se desplome. Así de fácil ve la resolución del conflicto. Trump sabe que el
único soporte real del régimen se encuentra en el estamento militar. Todo lo
demás (TSJ, constituyente, CNE…) forman parte del decorado. Maduro también lo
sabe, de allí su pánico y su entrega incondicional a los encachuchados.
Lo
ocurrido en la arena de la ONU fue solo parte de la tunda recibida por el
gobierno. Hay que agregar el acuerdo de cinco países suramericanos más Canadá
para llevar a Maduro a la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa
humanidad, las sanciones de la administración norteamericana contra algunas de
las personas más cercanas al Presidente, incluida la primera combatiente, y la
decisión de 93 naciones de votar a favor de incluir en la agenda de la Asamblea
General, la discusión sobre activar el “Principio de Responsabilidad de
Proteger“ contra los abusos del gobierno de Venezuela.
Las
baterías acorralan cada vez más al jefe de Estado y a su círculo más íntimo.
Con la nueva legalidad internacional no es posible cometer continuos desmanes y
pensar que los excesos quedarán impunes. Maduro debería asumir la nueva
realidad.
Desde
el punto de vista de la oposición, ¿cuáles consecuencias acarrea el aislamiento
y el desprestigio del gobierno? Lamentablemente, muy pocas. La oposición, por
su desmembramiento, no puede capitalizar la soledad y el descrédito
internacional de Nicolás Maduro y su gente. La oposición no representa ningún
peligro real para el régimen. No existe como interlocutor válido ante la comunidad
internacional. No actúa como una fuerza capaz de darle conducción endógena a
las medidas de repudio y rechazo a escala mundial contra el gobierno.
Para
que la debilidad internacional del régimen se convierta en una fortaleza
interna de los factores democráticos, estos tendrían que reagruparse en torno
de una plataforma organizativa y programática que permita la reconexión con los
sectores populares. La oposición tendría que proyectarse como un factor creíble
de cambio democrático y como una fuerza capaz de provocar y conducir la
recuperación nacional. Esa posibilidad no se vislumbra, aunque el acto del
Frente Nacional Amplio en el Aula Magna abre de nuevo una esperanza.
Sobrellevamos
una enorme crisis económica y social, contamos con el respaldo internacional.
Falta construir esa columna interna que es la dirección política del cambio.
Este es el reto que debemos asumir para comenzar a recuperar a Venezuela.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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