Américo Martín 22 de septiembre de 2018
Llama
la atención que los términos de la macro-crisis de Venezuela sean tan
minuciosamente conocidos por la alarmada comunidad internacional. No está de
más, claro, repetirlos en su recurrencia pues nos hablan de realidades que
lejos de estancarse se acentúan con insólita intensidad; pero parece urgente
reflexionar sobre los posibles desenlaces. El problema se ha proyectado como
gran tema que cada vez más le atañe a todos, especialmente a los países
hemisféricos y de manera rotunda a los fronterizos o cercanos.
La
diáspora, por ejemplo, se expande cual mancha de aceite sobre el hemisferio
portando un mensaje de advertencia, rechazo al régimen que la ha causado y
aspiración a una solidaridad que, fuera de excepciones, ha recibido y sigue
recibiendo. Se estima que para diciembre 4 millones de almas, enfrentando
sacrificios espeluznantes, habrán emprendido el éxodo de la sobrevivencia. El
escándalo de los balseros cubanos ha sido superado con mucho por los
desesperados emigrantes venezolanos.
El
acontecimiento graba el epitafio del Socialismo s XXI y desvanece hasta el
recuerdo de sus conspicuos líderes. Casi no quedan vestigios del costoso
andamiaje institucional que impusieron: ALBA, Unasur, etc. Pero la violencia
descargada sobre el lomo de los pueblos de Venezuela y Nicaragua, a la cual se
suman el secular naufragio de Cuba y la amargura y desolación de millones de
víctimas de la macabra utopía, no dan para sentimientos de alegría. Es evidente
que la mezcla de fracaso económico y despotismo político pone sobre la mesa el
tema del urgente cambio del Poder en Venezuela.
¿Será
posible un vuelco incruento hacia la democracia? Lo sería si el cambio fuera
real y tangible porque la Nación no toleraría maquillajes. El caso es que el
estilo maximalista flamea en los dos extremos del pentagrama político y el odio
y la hidrofobia se apoderan de la voluntad del Poder dominante. No obstante,
proliferan los grupos en el chavismo que resisten esta propensión suicida. Esos
grupos deberían constituirse en tendencia democrática y trabajar por la
ampliación de la unidad nacional que, como tal, se basa en la pluralidad y
respeto a la opinión del que disiente.
No es
sencillo quebrar semejante esquema, pero es enorme el avance de la solidaridad
internacional aunque la justificada desesperación despertada por la tragedia
induce a algunos a hacer del azar de la intervención militar foránea, el
corazón de su política. Alegan que “ya nada puede hacerse, solo queda que
vengan a liberarnos” Colocan la suerte del país en pública almoneda”
Pero
hay mucho por hacer, comenzando con la unidad. En el Libro de los Tiempos se
lee que con unidad lo imposible se hace posible; sin ella, lo posible,
imposible. Hay que desterrar el estilo indecente y escatológico y cesar el
fuego graneado entre opositores, incluyendo la ciega arremetida contra la
Asamblea Nacional, el más importante y mundialmente legitimado Poder del
Estado.
Si el
gobierno descubriera que su atrabiliaria miopía le reserva el peor destino
preferiría salir del mando al abrigo de la Constitución. Lo contrario sería
alzarse contra el universo, pero el costo, ¡ah el costo!
Américo
Martín
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