Gerver Torres 27 de septiembre de 2018
Durante bastante tiempo ya, la oposición ha estado
batallando con el tema de la unidad. La unidad es demandada, muchas veces
implorada, por militantes y gente común que quiere acabar con la tragedia que
agobia a Venezuela. También lo exigen con frecuencia actores internacionales
que desean ayudar a la recuperación de la democracia y la libertad en el país.
A ratos el tema de la unidad, el cómo hacer, cómo lograrla, se ha vuelto más importante
que todos los demás; tomando la forma del sine qua non para avanzar. Y, aun
así, las fuerzas de oposición permanecen fraccionadas, dividas, acosadas por
múltiples factores, tal vez viviendo uno de sus peores momentos en mucho
tiempo. Algo que, por cierto, no deja de ser paradójico e inesperado: que la
peor situación del país y del régimen, coincida también con el peor momento de
la oposición.
¿Qué hacer?
Tal vez debamos cambiar nuestra aproximación al problema.
Tal vez lo que debemos exigir no es que permanezcan unidos o se unan aquellos
que no quieren o no tienen manera de lograrlo, sino mas bien, que definan
políticas de alianzas, claras y precisas, que permitan avanzar en la lucha
contra el régimen. Con la insistente e insatisfecha demanda de unidad, nos
puede estar pasando lo que ocurre en esas situaciones en las que una pareja con
niños pequeños, que tienen entre si una relación infernal y dañina para ellos
mismos y toda su familia, se enfrenta a los ruegos y presiones de todos los
demás para que permanezcan juntos. Sabemos que no pocas veces la mejor solución
en esos casos es un divorcio decente y sensato, con el cual los personajes del
caso mantienen las mejores relaciones posibles entre ellos. La estabilidad y el
desarrollo emocional de niños que viven en medio de relaciones familiares
toxicas, puede ser muy inferior al de que aquellos que viven en un régimen de
padres separados, pero que han encontrado maneras civilizadas de llevar sus
relaciones; que, si bien no están juntos, establecen una suerte de alianza para
lograr los mejores objetivos para todos.
En el mundo de la política y de la guerra, hay abundantes
ejemplos de alianzas muy exitosas. A pesar de considerarlo un enemigo peligroso
y malévolo, Winston Churchill vio a Stalin a como un aliado, cuando se trató de
enfrentar a Hitler. Y esa alianza formidable de fuerzas y países que estaban en
posiciones muy contrapuestas, tuvieron éxito en derrotar militarmente el
fascismo alemán. En Venezuela, también tenemos nuestras experiencias exitosas.
Allí está el Pacto de Punto Fijo, firmado el 31 de octubre de 1958, unos meses
después del derrocamiento de la dictadura de Marcos Perez Jiménez. Este pacto, refrendado por los máximos
líderes de los tres principales partidos políticos de esa época, Rómulo
Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Jóvito Villalba (URD), estableció un
acuerdo para la transición democrática y un programa mínimo de gobierno que
todos se comprometieron a apoyar independientemente de quien ganara las
elecciones venideras. De ese pacto nació la Constitución de 1961, hasta ahora
la de más larga duración en la historia política venezolana. Los partidos que
firmaron ese pacto se mantuvieron como entidades independientes, compitiendo
entre sí en diferentes procesos electorales.
No insistamos más en la unidad total, al menos por ahora
y, en cambio, pidámosles a los dirigentes de los diferentes partidos y grupos
de oposición que definan sus alianzas, aún las parciales; que está bien que
mantengan su identidad y su autonomía, pero que le digan al país con quién, y
cómo se van a articular, dentro de qué términos, detrás de cuáles
objetivos. Si con algunos actores la
única alianza que se puede establecer es la de la denuncia continua del
régimen, por sus crímenes y atropellos, estará bien, pues ese es un objetivo
nada despreciable y ese será el alcance de esa alianza. Si con otros la alianza
se plantea para la construcción de un centro político como lo plantea Roberto
Casanova (Ofensiva Democrática) o puede avanzar aún más, para incluir la
definición de formas de lucha y resistencia específicas, allí habrá un elemento
de convergencia más crucial aún. Si con otros, el tema se remite a las tareas
del día después de la salida del régimen, será ese entonces el espacio de
encuentro y coalición.
La definición de políticas de alianzas permitirá una
decantación más clara de posiciones y estrategias, y logrará que, cuando haya
unidad, esta sea concreta y específica, para objetivos y fines determinados, y
no una demanda o sueño etéreo que no nos deja avanzar. No dejemos que el llamado, muy legitimo y
comprensible, a la unidad, nos paralice. Demos el paso, al menos por ahora, de
definir y poner en marcha las alianzas hoy posibles y absolutamente necesarias.
Gerber Torres
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