Por Fernando Pereira
El amanecer del sábado se
volvió asombro y dolor en los hogares venezolanos tras difundirse la noticia
del brutal
asesinato de cuatro niños en el barrio El 70 en la Parroquia El Valle.
Tres de ellos eran hermanitos y el otro vecino.
Cuatro gritos sofocados por
la saña de un martillo. Se atribuyó la responsabilidad a un vecino que los
había engatusado ofreciéndoles golosinas para abusar sexualmente de ellos según
indicaron las experticias.
La indignación se volvió
condena, dolor, desconcierto, plegaria. También indignación y rabia. Se
abogó porque alguien hiciera justicia acabando con el monstruo. Se celebró
cuando las autoridades informaron que había sido abatido.
¿Se hizo justicia? ¿se
resolvió el caso?
Estos sucesos nos hacen
preguntar si los niños dieron señales previas de alerta, si algún vecino o
allegado había observado algún comportamiento sospechado de este hombre hacia
los niños. ¿Alguien lo alertó? ¿se optó por el silencio para no meterse en problemas?
Estos hechos nos muestran
como la sociedad, con su silencio, se puede hacer cómplice.
Criminalización de la
familia
¿Dónde estamos como sociedad
si nos esforzamos es en atribuir responsabilidad a los padres? Sin conocer
detalles las redes sentenciaron a la madre que deja solos a los hijos por irle
a llevar comida a un padre preso. Alguna autoridad policial se hace vocero de
esta tendencia anunciando que la detuvieron preventivamente y analizan si
responsabilizarla por negligencia.
Otros tantos comentarios
atribuyen la responsabilidad a la falta de valores en el hogar y consolidación
familiar
¿Y la responsabilidad del
Estado?
¿Por qué una mamá tiene que
llevarle la comida al esposo preso? ¿Quién señala el incumplimiento
gubernamental para proveer la alimentación a las personas detenidas en puestos
policiales?
¿Dónde están los programas
de cuidado diario y recreación dirigida en las comunidades? ¿Por qué no se han
creado los programas de atención contemplados en la Ley Orgánica de Protección
del Niño, Niña y Adolescente para apoyar a las madres solas o familias que
requieren apoyo para atender a sus niños?
¿Desde cuándo no existe una
campaña destinada a la prevención del maltrato y abuso infantil para saber qué
hacer y a dónde acudir? ¿Por qué no contamos en el país con una línea de
denuncia de casos de violencia hacia la niñez? ¿Cuál autoridad está evaluando
por qué la gente no está denunciando casos de violencia? ¿Será por la baja
efectividad en la respuesta a las denuncias?
Son deudas pendientes desde
que la Lopnna entró en vigencia en el año 2000. Dieciocho años después seguimos
esperando la capacitación de los funcionarios policiales, de salud, justicia,
educación, sistema de protección del niño, líderes comunitarios. No se cuenta
con programas educativos para las familias sobre pautas de crianza sin
violencia ni terapéuticos para la atención de las víctimas.
Los niños y adolescentes
deben estar formados en preescolares, escuelas, liceos en estrategias de
autoprotección, educación sexual, comunicación asertiva para aprender a decir
no a las proposiciones que les hacen sentir mal, que sus partes íntimas no
pueden ser tocadas, saber acudir a un adulto de confianza cuando alguien les
hace proposiciones inadecuadas.
Me pregunto ¿qué nos
pasa cómo sociedad al quedar inertes ante casos que se repiten sin que se haga
nada? Pareciéramos hipnotizados comprando la narrativa de que son casos
aislados y que desadaptados mentales hay en todas partes del mundo.
La verdad es que no hacemos
nada para que el abuso siga imperando en medio del silencio y la inercia.
Guanare se conmocionó en 2011 con el martirio de Dayan (5 años); El Valle se
conmocionó en 2018 con el de Humberto y Roxana (ambos de 10
años); Julianyerli (4 años); y Jonas (1 año); recordemos esos nombres, que
retumben en el alma nacional. Venezuela, ¿cuándo pasaremos de la conmoción a la
reacción para que sus gritos no sean ignorados?
20-09-18
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