Francisco Fernández-Carvajal 28 de septiembre de 2018
— La
figura de este Arcángel en la Sagrada Escritura.
— La
vocación personal.
—
Ayudar a otros a encontrar su camino.
El
Arcángel San Rafael se nos da a conocer principalmente por la historia de
Tobías, «tan significativa por el hecho de confiar a los ángeles los hijos
pequeños de Dios, siempre necesitados de custodia, cuidado y protección»2.
Narra la Sagrada Escritura que cuando Tobías, joven aún, se disponía a
emprender un largo viaje, fue en busca de uno que le acompañara y se
encontró con Rafael, que era un ángel3.
No supo Tobías al principio quién era su compañero, pero a lo largo del camino
tuvo ocasión de experimentar repetidamente su protección. Le condujo felizmente
hasta su pariente Ragüel, con cuya hija Sara casó, después de librarla de un
mal espíritu. También curó a Tobías padre de su ceguera. Por eso se le venera
como patrono de los caminantes y enfermos4.
Al
regreso del viaje, el Arcángel descubrió su identidad: Yo soy Rafael,
uno de los siete ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tienen
entrada ante la majestad del Santo5.
La
vida es un largo viaje que acaba en Dios. Para recorrerlo necesitamos ayuda,
protección y consejo, pues son muchas las posibilidades de extraviarnos, o de
entretenernos innecesariamente en el camino, perdiendo un tiempo precioso. Dios
ha señalado a cada uno el sendero –la vocación personal– que conduce hasta Él.
Importa mucho no equivocar la ruta, pues de lo que se trata es de conocer y
seguir la Voluntad de Dios. Por eso, San Rafael, aunque a él nos podemos
encomendar todos, es especial guía de aquellos que aún han de conocer lo que
Dios espera de ellos. Para unos, el sendero que conduce hasta Dios será el
matrimonio camino de santidad, cooperando con Dios para traer hijos al mundo,
educándolos, sacrificándose por ellos para que sean buenos hijos de Dios. «¿Te
ríes porque te digo que tienes “vocación matrimonial”? Pues la tienes: así,
vocación.
»Encomiéndate
a San Rafael, para que te conduzca castamente hasta el fin del camino, como a
Tobías»6.
Sobre
otros, Dios tiene unos planes llenos de una particular predilección. «¡Cómo te
reías, noblemente, cuando te aconsejé que pusieras tus años mozos bajo la
protección de San Rafael!: para que te lleve a un matrimonio santo, como al
joven Tobías, con una mujer buena y guapa y rica te dije, bromista.
»Y
luego, ¡qué pensativo te quedaste!, cuando seguí aconsejándote que te pusieras
también bajo el patrocinio de aquel apóstol adolescente, Juan: por si el Señor
te pedía Más»7; por si Él te pide todo, en una entrega sin reservas.
II. ...Le
daré también una piedrecita blanca, y escrito en la piedrecita un nombre nuevo,
que nadie conoce sino el que lo recibe8.
San Juan hace mención aquí a la costumbre de mostrar una piedra, sellada de
forma adecuada, como contraseña o billete de entrada para poder participar en
una fiesta o banquete. Expresa la vocación única y personal y las particulares
relaciones con Dios que esa gracia lleva consigo.
Dios
nos llama a cada uno para que, de modo voluntario, participemos en su proyecto
divino de salvación. Él es siempre el que llama, el que sabe verdaderamente
cuáles son los planes mejores: No me habéis elegido vosotros a Mí, sino
que Yo os elegí a vosotros9.
Ocurre algo parecido a lo que hace un director de cine que busca los actores
para el guión de su película. «Está sentado frente a su mesa de trabajo, sobre
la cual yacen desplegadas docenas de fotografías facilitadas por los agentes
cinematográficos. Al cabo de un rato, escoge una de ellas, la contempla
detenidamente y dice a su secretaria: “Sí, este es el tipo de mujer que
necesito. Llámela y cítela aquí mañana” (...).
»A
través de este ejemplo -imperfecto, desde luego- podemos hacernos una idea de
la razón de ser de nuestra existencia. Allá, en lo más profundo de la eternidad
-hablando a lo humano-, Dios proyectó el Universo entero y escogió a los
protagonistas -todos- del gran argumento que habría de desarrollarse hasta el
fin de los tiempos. Ante su divina mente fueron desfilando las fotografías de
las almas -ilimitadas en número- que Él podía crear. Cuando se topó con tu
imagen, se detuvo y dijo: “Esta es un alma que me mueve a amarla... La necesito
para que desarrolle un papel único, personal, y, luego, goce de mi presencia
durante toda la eternidad...”»10.
Dios se detuvo con amor, interesado, nos llamó a la vida, y luego a la entrega,
al cumplimiento fiel de sus planes, donde alcanzaríamos la plenitud, la
felicidad. «En efecto -señala el Papa Juan Pablo II-, Dios ha pensado en
nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles,
llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor que a
sus ovejas las llama por su nombre (Jn 10, 3)»11.
La
vocación es ese proyecto divino sobre nuestras vidas que se presenta como un
camino a recorrer, al final del cual está Dios esperándonos. Importa mucho
acertar con esta senda, con este papel que Dios quiere que representemos en su
obra de salvación. «Al escoger, al decidir, “lo que quiere Dios” se antepone
siempre a “lo que quiero yo”, a lo que me gusta o lo que me apetece. Esto no
significa que la voluntad de Dios y la mía tengan que estar siempre en
conflicto. A menudo, hacer su Voluntad es algo sumamente atractivo. Otras
veces, nuestra voluntad no corresponde exactamente a lo que Él mismo quiere.
Pero el conflicto puede surgir, y debemos estar dispuestos a rectificar siempre
que seamos conscientes de que nuestra voluntad y la Suya van por distinto
camino. Será una prueba infalible de que amamos a Dios, la mejor manera de
corresponder a su amor»12.
Pidamos
hoy al Santo Arcángel Rafael que nos guíe para que entre las muchas decisiones
que hemos de tomar en la vida sepamos buscar siempre la Voluntad de nuestro
Padre Dios. Pidamos también por nuestros amigos, especialmente por los más
jóvenes, para que sepan acertar en su caminar hasta el Señor; procuremos, como
hizo el Arcángel, acompañarles de modo discreto y sencillo, como un buen amigo,
en los momentos más difíciles: que nunca les falten nuestro consejo y la
firmeza de nuestra amistad, sin olvidar que la tarea más divina es cooperar con
Dios en la salvación de otras almas.
III.
Ayudar a otros en su camino hacia el Señor es uno de los más nobles cometidos
de nuestra existencia. Nosotros queremos ir derechamente hacia el Señor, y en
el camino encontramos con frecuencia a otros que vacilan, que dudan o que
desconocen la ruta. Dios nos da luz para otros: Vosotros sois la luz
del mundo13, ha dicho el Maestro a todos los que le siguen. Más luz,
cuanto más cerca estemos de Él. Los cristianos, cuando nos mantenemos cerca del
Señor, cuando nuestra amistad con Él es verdadera, somos «portadores de la
única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único
fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
»-El
Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De
nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por
senderos que llevan hasta la vida eterna»14.
¡Qué alegría haber sido la ocasión para que un amigo haya encontrado su
vocación, o para que alguien que vacilaba se reafirme en sus pasos!
Muchas
veces sucede lo que leemos en el Libro de Tobías: fue a buscar a
alguien que le acompañara. Nuestros amigos nos han de encontrar siempre
dispuestos a recorrer con ellos el camino que lleva a Dios. La amistad será el
instrumento ordinario del que se servirá Dios para que muchos se acerquen a Él,
o para que descubran su llamada a seguir a Cristo más de cerca. Por eso se
manifiestan tan importantes esas virtudes que son el soporte del trato amistoso
con los demás: la ejemplaridad, la alegría, la cordialidad, el optimismo, la comprensión,
el desinterés...
La
Sagrada Escritura califica la amistad como un tesoro: Un amigo fiel es
poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como
un amigo fiel; su precio es incalculable15.
Eso mismo han de poder decir muchos de cada uno de nosotros: que hemos sido
para ellos ese amigo fiel de valor incalculable, ante todo
porque nuestra amistad sirvió siempre para que se acercaran más a Dios y, en
muchos casos, para que descubrieran y siguieran su propio camino, aquel al que
el Señor les llamó desde la eternidad.
Cor
Mariae dulcissimum iter para tutum. Corazón dulcísimo de María
prepárales... prepáranos un camino seguro.
1 Antífona
de comunión. Sal 137, 1. —
2 Juan
Pablo II, Audiencia general 6-VIII-1986. —
3 Tob 5,
4. —
4 Cfr. B.
Baur, Sed luz, Herder, Barcelona 1959, vol. IV, p. 476.
—
5 Tob 12,
15. —
6 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 27. —
7 Ibídem,
n. 360. —
8 Apoc 2,
17. —
9 Jn 15,
16. —
10 L.
J. Trese, Dios necesita de ti, pp. 17-18. —
11 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988,
58. —
12 L.
J. Trese, o. c., p. 19. —
13 Mt 5,
14. —
14 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 1. —
15 Ecl 6,
14.
*
San Rafael es uno de los Arcángeles
mencionados en la Sagrada Escritura, donde se dice que es uno de los siete
espíritus que están delante de Dios. Rafael significa medicina de Dios.
Fue enviado por el Señor para acompañar al joven Tobías en su viaje y para
socorrer a Sara en su adversidad. Desde muy antiguo la Iglesia lo invoca como
Patrono de los caminantes; especialmente es el intercesor en el camino de la
vida. La fiesta de San Rafael se encuentra ya en los libros litúrgicos de la
Edad Media. Fue extendida a toda la Iglesia por Benedicto XV en 1921; en la
actualidad se celebra hoy, 29 de septiembre, junto a la de los Arcángeles
Miguel y Gabriel.
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