Por Henrique Capriles
En estos momentos en nuestra
Venezuela vivimos una crisis económica sin precedentes. Hay hambre, el aparato
productivo ha sido destrozado por las fracasadas políticas y la escasez de
alimentos y medicinas que es noticia en todo el mundo se agrava.
En contextos económicos como
éste, quienes menos tienen son los que más sufren. Y soy de quienes sostiene
que la política debe hacerse sin dejar de acompañar a nuestra gente. Así es
como entiendo yo las responsabilidades de un líder político: un constante
servicio público a favor de los demás, en especial con quienes son más
vulnerables.
Sin embargo, el afán de
anclarse a la agenda política que tanto le conviene al gobierno está a punto de
hacernos cometer un nuevo error imperdonable: no hablar de las terribles
condiciones en las cuales los niños y maestros de nuestra Venezuela han
iniciado el año escolar.
No podemos dejar de insistir
en que ésta es una discusión prioritaria. Las circunstancias en las que el
alumnado ha tenido que volver a las escuelas deben movernos a hacer algo, al
menos para evitar que en el futuro nos toque llorar de vergüenza. Se está
perdiendo una generación completa.
Hay datos que se han
agravado de manera, además de lamentable, dolorosa. Empezando porque el Colegio
de Profesores de Venezuela declaró que al menos 172.000 de 860.000 docentes que
dependían del Ministerio de Educación abandonaron las aulas de clases. Y las
motivaciones que hay detrás de ese abandono son vergonzantes: todos estaban
inconformes con el salario que recibían, pero una buena parte dejó de enseñar
porque migraron.
Nuestros maestros se están
yendo del país y al gobierno lo único que le interesa es montar una pantomima
llamada Vuelta a la Patria que nadie les cree, porque está cargada de mentiras
y manipulación. En Miraflores se burlan de quienes, con mucho dolor, han dejado
su país atrás por una crisis que no tiene más culpables que el régimen de Nicolás
Maduro.
¿Puede haber una imagen más
lacerante que un niño desmayándose de hambre mientras canta el himno antes de
entrar a clases? Pues eso lo viven a diario las maestras y los maestros en las
escuelas de toda Venezuela.
Desde hace mucho tiempo el gobierno
ha dejado a un lado la Educación. Ha sido más que evidente que les interesa
mucho más mantener contentos a sus cómplices y acreedores que educar. Sin
embargo, una enorme cantidad de profesionales nacidos y educados en Venezuela
han dedicado su vida a formar a nuestros niños, por encima de los obstáculos
que el propio gobierno ha puesto a su labor.
Una de las iniciativas más
respetables es la organización Fe y Alegría. Durante todas sus décadas de
trabajo, han logrado fundar 170 planteles educativos. Todos están repartidos en
zonas populares. Pues, bien: desde Fe y Alegría han reportado que en el último
año 4.444 alumnos se han quedado atrás en su formación por la crisis.
Si ponemos como ejemplo las
escuelas y liceos que construimos y fundamos en el estado Miranda, ese número
equivaldría a la matrícula de alumnos de poco más de cuatro colegios grandes.
Es decir: la crisis generada por el gobierno de Nicolás Maduro ha sacado de los
salones a miles de niños, niñas y adolescentes de zonas vulnerables que estaban
siendo atendidos con una educación de calidad, producto del esfuerzo de una
iniciativa tan respetable como Fe y Alegría.
Incluso, desde el Ministerio
de Educación se atreven a dar unos datos que deberían avergonzarlos. El
ministro Aristóbulo Istúriz declaró que este año 4.500.000 de estudiantes
contarían con el Programa de Alimentación Escolar. Y lo declara como si se
tratara de una victoria, pero cuando revisamos los números resulta que, si las
cifras que dan son ciertas, en tres años han dejado excluidos del PAE a unos
trescientos cincuenta y tres mil muchachos. Y además, ¿Cuál es la verdad de lo
que comen?
Además, a eso hay que
sumarle los alumnos que han tenido que migrar de los colegios privados a la
educación pública. Por cierto: Aristóbulo tuvo la desfachatez de asegurar que
la migración de alumnos de la educación privada a la educación pública tiene
que ver con la guerra económica. ¿Cómo se puede jugar así con la angustia de
unos padres que se han visto forzados a romper el ambiente social y emocional
de sus hijos, porque el dinero no les alcanza?
¡Y además se atreve a
preguntarse en voz alta si el gobierno ha atacado la educación privada!
Pero hay más, en medio del
abandono que se vive en nuestras poblaciones fronterizas, durante el año escolar
que comenzó en octubre de 2017 y hasta hace dos meses más de 40.000 niños de
los planteles fronterizos abandonaron sus aulas. Y eso que el año pasado se
determinó que casi el 40% de la población con edades entre 3 y los 17 años no
estaba asistiendo a clases. Sumemos a eso que desde 2011 la tasa de abandono de
la escuela secundaria prácticamente se duplica cada año. Y este año será peor.
Cuando hago un repaso de los
lamentables fenómenos que estamos viviendo (deserción escolar, hambre, sueldos
bajos, problemas severos de infraestructura escolar, sin transporte, éxodo de
alumnos y docentes), me cuesta entender cómo es que hay quienes siguen
prometiendo transiciones que nunca explican cómo conquistarán, pero son
incapaces de reclamarle al gobierno esta crueldad que viven los más jóvenes.
Dedican más tiempo a la fantasía y a atacar a la propia oposición que a
visibilizar los gravísimos problemas que vive nuestra gente, en este caso la
Educación venezolana.
A lo mejor como esos
muchachos no votan por ellos ni usan Twitter, no les interesan. Igual que al
gobierno. Y así como dejaron a un lado a las enfermeras y a los trabajadores de
la salud, hoy ignoran a las maestras y al alumnado que abandona las aulas por
una crisis que los tiene como víctimas indefensas.
Nadie puede solo. Y tenemos
que hacer algo.
Es necesario que todo el
liderazgo político y social se solidarice con nuestros maestros y con cada
alumno afectado por la crisis. Puede hacerse sin perder el objetivo de que
cambiar el modelo político es fundamental para que esta lucha tenga sentido.
Pero no olvidemos que estamos hablando de niñas y de niños que están empeñando
su futuro, que no podrán aprender sin comer, que terminarán hundidos en la
violencia cuando les parezca que la escuela dejó de ser una opción.
Lo que quiere el régimen de
Nicolás Maduro es que nuestros jóvenes se convenzan de que ser mejores es
imposible. Quieren quitarle el Poder a la educación, hacerla desaparecer y que
nuestros muchachos no vean en la preparación una oportunidad para progresar y
hacer de este país un ejemplo de crecimiento y recuperación.
Por eso han asfixiado a las
academias, a las universidades y a la educación pública. También la privada hoy
está comprometida en seguir por la gravísima crisis económica que compromete su
viabilidad.
Entre 2012 y 2013
recorriendo el país determinamos la carencia de casi mil liceos en nuestra
Venezuela. Ese número ahora se agrava por razones muy distintas a las de aquel
contexto. Sin embargo, ya teníamos identificados los terrenos y empezamos a
trabajar con las comunidades para proyectar esos espacios.
Ayudemos a nuestra gente a
imaginar: si alguien tiene una oficina de proyectos y quiere trabajar con
alguna de esas comunidades, ésta sería una manera de ir pensando juntos en el
cambio de modelo que necesitamos.
También durante ese tiempo
trabajamos de manera exhaustiva en comprender que el déficit de docentes se
convertiría en un problema aún mayor, ante el bajo incentivo salarial y las
pocas oportunidades de crecimiento que brindaba la carrera docente y
lamentablemente no nos equivocamos.
Ayudemos a nuestra gente a
enseñar: esas organizaciones y empresas que siguen activas en medio de la
crisis podrían ser un gran aliado para los docentes que trabajan en los
planteles cercanos, ayudando en temas de transporte o cualquier otro ejercicio
de solidaridad que resulte viable.
Todo mi pensamiento político
orbita en torno a la Educación como un eje fundamental, porque es ahí donde
adquirimos las ideas que nos permitirán formarnos un criterio y defender nuestras
libertades. Sólo así podremos avanzar sin que ninguno se quede atrás.
Ayudemos a nuestra gente a
decidir: cada alumno, cada docente y cada trabajador debe entender que depender
de un ministerio no puede convertirse en un secuestro de nuestras libertades y
derechos. Protestar, manifestarse y exigir que haya justicia social es algo que
en nuestra historia ha sido fundamental para el respeto y la valoración del
gremio docente. Hoy sus sindicatos y organizaciones están secuestrados por el
Poder. Los extorsionan y humillan, jugando con el hambre. Pero nuestro pueblo
está por encima de esa vileza, de esa crueldad.
Yo sé que juntos
recuperaremos esa fuerza. Sé que hay razones para combatir al régimen y que la
educación de nuestros muchachos y la dignidad de nuestros maestros son de las
más grandes. Sé que la solidaridad del país honesto pronto estará
acompañándolos en las calles, manifestando con firmeza que estamos hartos de la
irresponsabilidad con la que el régimen de Nicolás Maduro sacrifica el futuro del
país.
Necesitamos que eso suceda:
será la lección que recibirán en Miraflores para hacerlos entender que su
tiempo se acabó.
Que Dios bendiga a cada niña
y a cada niño que llega a su salón de clases cada día, a pesar del hambre y del
cansancio. Que Dios bendiga a cada maestra que hace de sus alumnos sus hijos y
comparte con ellos un poquito de esa comida que no tiene. Que Dios bendiga a
cada maestro que ha decidido convertirse en un ejemplo de honestidad para los
muchachos expuestos a la violencia y al crimen. Que Dios bendiga a cada madre y
a cada padre que hace hasta lo imposible por completar una lista de útiles y
conseguir los uniformes para que sus hijas y sus hijos sean responsables con
esa labor tan humana que es estudiar.
23-09-18
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