Jesús Seguías 15 de septiembre de 2018
Washington y Bogotá tienen la palabra ¿Qué
falta para que se decidan a actuar en Venezuela? ¿Cuál es su temor?
De Saddam Hussein a Nicolás Maduro
Venezuela
ya es un país arruinado y lleno de calamidades, con un gobierno que no
gobierna, con una población chavista que no está de acuerdo con lo que ésta
ocurriendo pero juegan cuadro cerrado con Nicolás Maduro (“pues ante la amenaza
externa, unidad interna”), con un liderazgo opositor desarticulado y
paralizado, con una ciudadanía indignada donde cada quien hace dibujo libre
buscando respuestas y pretendiendo llenar el vacío, y con 30 millones de venezolanos
que andan a la deriva, desesperanzados, y más de la mitad de éstos con ganas de
huir hacia más allá de las fronteras.
En
medio de ese terrible escenario, sobreviene lo que faltaba para completar el
cataclismo: ruidos de guerra, anunciando una confrontación final para dilucidar
si Nicolás Maduro se queda o se va del Palacio de Miraflores.
Algunos
factores de oposición consideran que el gobierno dio por cerradas las vías
electorales y constitucionales para provocar un cambio en el país, y, por tanto,
no les queda más que pedir a la comunidad internacional que intervenga
militarmente para poner fin al proyecto socialista iniciado por Hugo Chávez
hace dos décadas y que ha llevado al país a la ruina y al sufrimiento.
Gobierno
y oposición tienen 20 años de desencuentros radicales pero algunos de ellos
coinciden hoy en dos cosas: La inminencia de la guerra y el liderazgo bélico de
Washington y Bogotá.
José
Vicente Rangel ha sentenciado que el ataque colombiano es un hecho. Mientras
que algunos opositores sostienen con firmeza que los venezolanos pasarán las navidades
sin Nicolás Maduro; otros ya están preparando las celdas en la Corte Penal
Internacional, y no faltan quienes ya se están postulando como presidentes de
la transición.
Washington y Bogotá tienen la palabra
¿Pero
qué piensan en Washington y Bogotá? ¿Están decididos a expulsar a Maduro de la
misma forma como lo hicieron con Hussein en Irak y Kaddafy en Libia? ¿Qué es lo
que aun mantiene cautos a los actores principales de esta hipótesis de guerra?
¿Todo quedará en ruidos o habrá guerra de verdad?
Hasta
ahora, lo que viene a la mente de casi todos los que en la oposición apuestan a
la guerra para expulsar a Nicolás Maduro del poder es una confrontación en el
plano de la Guerra Convencional. Imaginan en tono burlón a las anémicas tropas,
tanques, aviones y barcos venezolanos comandados por el ministro de la Defensa,
Vladimir Padrino, enfrentados a las fuerzas militares del Comando Sur de los
Estados Unidos, reforzadas con la flota naval de la OTAN por el norte y este,
con las bien entrenadas tropas colombianas por el Oeste, y con la mayor
potencia militar latinoamericana, Brasil, por el sur.
Pero
por los lados del gobierno, desde hace 15 años, han descartado a la guerra
convencional como mecanismo de resistencia y permanencia en el poder. El
arsenal bélico venezolano es chatarra en potencia. Ellos saben que jamás
ganarán esa guerra con tanques, aviones y barcos de guerra. La mirada de estos
ha estado enfocada en otra estrategia. Y esa es justamente la preocupación de
Washington y Bogotá.
Pero
supongamos que sí existe un plan de intervención militar internacional en
Venezuela ¿Pueden Estados Unidos y Colombia derrotar a las fuerzas militares
venezolanas? Sin duda. Estados Unidos tiene capacidad bélica para destruir la
Tierra 30 veces. Es el cuerpo militar convencional más formidable y temible que
haya existido en la historia de la humanidad. La Fuerza Armada Nacional
Bolivariana no estaría en capacidad de resistir ni 72 horas en una guerra
convencional con los Estados Unidos, la OTAN, y buena parte de América Latina.
Eso no lo discute nadie que tenga un mínimo de conocimientos acerca de guerras
convencionales. No hay que ser un genio para saberlo.
¿Entonces
dónde están las dudas? ¿Por qué tanta cautela por parte de Washington y Bogotá
para decidirse a atacar?
Los temores en la Casa de Nariño
Recientemente,
Ivan Duque, el presidente colombiano, hizo algunas advertencias sobre la opción
bélica para resolver la crisis del país vecino: “Una intervención militar en
Venezuela, encabezada por Estados Unidos, no es el camino… Creo que Estados
Unidos es el primero en entender que una intervención militar de carácter
unilateral no es el camino”. Duque insiste en apelar a la presión internacional
para hacer que “el mismo pueblo venezolano, incluidas sus instituciones -o lo
que queda de ellas- puedan permitir esa transición”.
Sin
embargo, el presidente colombiano puso énfasis en evitar una intervención
militar de carácter unilateral por parte de Estados Unidos.¿Significa que si es
una intervención militar consensuada con otros países sí es el camino correcto?
¿Podría decirse que Duque está tratando de confundir a Maduro para que éste se
confíe, baje la guardia y luego reciba un sorpresivo ataque militar
colombo-estadounidense?
Es un
disparate suponer que en la era de la información puedan pasar esos gazapos sin
que nadie se entere. Quizás lo que está ocurriendo es que el presidente
colombiano tiene perfecto conocimiento del terreno que está pisando. No sólo
sabe contar los cañones sino que tiene claro los alcances y consecuencias de
una posible intervención armada internacional en Venezuela, y el impacto
directo que pueda tener en Colombia.
Por
eso Duque prefirió sugerir que sean los mismos venezolanos, “incluidas sus
instituciones” quienes dirijan la transición. Sin duda, no se refiere a la
desmantelada Asamblea Nacional. Creo que más bien se refiere a las fuerzas
armadas venezolanas, o a factores del mismo gobierno, o simplemente le está
enviando un mensaje a los dirigentes opositores que reclaman una intervención
militar internacional: vayan ustedes adelante con el formato de la guerra,
vayan al combate, pongan los muertos, y luego veremos si les apoyamos, pero
jamás al revés.
La
cautela de Iván Duque es tan pronunciada que se atrevió a marcar distancia con
las posiciones radicales de Alvaro Uribe, su mentor, quien horas después de la
afirmación moderada del presidente pidió a la comunidad internacional
intervenga con mayor determinación (¿militarmente?) en Venezuela. Pero una cosa
es ser candidato o expresidente, y otra muy distinta ser el presidente de una
nación. Las responsabilidades son muy diferentes.
Todos
sabemos que Colombia cuenta con la segunda fuerza armada más poderosa de
América Latina (después de Brasil). De manera que no está en discusión la
ventaja que llevaría Colombia a Venezuelas en una hipotética guerra
convencional, aun sin el apoyo de los Estados Unidos. Sin embargo, el gobierno
colombiano tiene cuatro poderosas razones particulares para no irse de bruces
con una confrontación bélica con Venezuela.
La
primera. Tiene grandes y urgentes retos sociales que atender en su propio
territorio, las desigualdades internas fueron caldo de cultivo para que la
izquierda colombiana propinara un susto inmenso a los partidos del status en
las pasadas elecciones.
La
segunda. El “chavista” Gustavo Petro, respaldado por una fuerza opositora
pro-izquierdista de más de 8 millones de colombianos (cifra sin precedentes en
la vida política de ese país) amenazó con ejercer una oposición radical al
gobierno de Duque. No dejarán de rechazar y boicotear la mayoría de los actos
gubernamentales. Será una oposición recia.
La
tercera. El gobierno de Maduro ya esta reanimando y reactivando a las FARC y al
ELN para complicarle la vida al gobierno colombiano en caso que este decida
intervenir en alguna acción militar en Venezuela (los “rusos” también juegan).
Y la
cuarta. Se trata de la carta debajo de la manga que tiene el gobierno
venezolano.
El protocolo de guerra de Estados Unidos
En
Venezuela no ocurrirá ningún ataque estadounidense sin antes llenar los
requisitos del protocolo bélico establecido en USA. Es muy difícil que algún
presidente de ese país (incluido el presidente Trump) salga por el mundo, cuan
Rambo cualquiera, a “echar plomo” de manera caprichosa, o a aplicar la
“Diplomacia de las Cañoneras” (tal como lo denunció hace pocos días el
influyente diario New York Times). Los Estados Unidos tiene poderosas
instituciones, medios de comunicación, ciudadanos activos, leyes, valores, y
hasta un “deep state” (Estado Profundo) que recuerdan permanentemente que el
presidente tiene poder pero no todos los poderes. Justo con eso está lidiando
en este momento el presidente Trump.
Es necesario
resaltar que después del fracaso en la Guerra de Vietnam, los Estados Unidos
son extremadamente cautelosos para entrar en conflictos que pongan en riesgo la
vida de los estadunidenses. Debe existir una razón muy poderosa para que ello
ocurra. Un ejemplo fueron los ataques terroristas contra las Torres Gemelas en
Nueva York. Esa fue una buena razón para ir a la guerra convencional contra los
talibanes en Afganistan.
Luego
de una habilidosa manipulación de la opinión pública, el presidente Bush Jr.
aprovechó este conflicto para incorporar a Irak en los países que significaban
una amenaza directa e inmediata a la seguridad de los Estados Unidos. Sólo así
fue posible que la Casa Blanca se atreviera arriesgar una vez más las vidas de
las tropas estadounidenses. Casi 5 mil soldados dejaron sus vidas en Irak. Fue
la más dura baja después de la guerra de Vietnam. En honor a la verdad, esa
sociedad ya esta muy marcada por el luto ocasionado por las guerras.
Recordemos
que en la anterior guerra del golfo (1991), que se organizó para liberar a
Kuwait de los invasores iraquíes, los Estados Unidos limitaron sus ataques
hasta la total liberación de Kuwait, pero no llegaron ocupar Bagdad. Se
retiraron. Y en Libia, no hubo ocupación militar sino ataques aéreos a través
de drones. El control de la situación interna estaba en manos de los propios
libios, de los civiles en armas y algunos militares desertores.
El
protocolo pasa por calificar el tipo de amenaza que tienen frente a sí. Se
evalúa al enemigo a través de una escala determinada por tipos de actores
(países, grupos terroristas, fuerzas insurgentes) y el nivel de amenaza que
estos signifiquen contra la población, el territorio o los intereses de los
Estados Unido en cualquier lugar del mundo:
Veamos
cuál de estas claves del protocolo se aproxima al caso venezolano:
Enemigo
Tipo 1: Actores enemigos que no amenazan directamente, ni en términos
inmediatos, la seguridad de los Estados Unidos y la vida de los
estadounidenses, pero están violando los valores democráticos y los derechos
humanos en cualquier lugar del mundo, o están agrediendo a países aliados a
través de agresiones militares o de ataques terroristas (son los casos de
China, Rusia, Cuba, Nicaragua, Siria, Panamá, Yemen, los balcanes, Irak,
Libia).
Con
este tipo de enemigos, el protocolo obliga a algunos pasos. En primer lugar, se
pasa a las acciones disuasivas pero no letales en términos directos. En caso de
fracasar, se estudia con detenimiento no sólo la posibilidad de ataques
militares severos sino su efectividad para lograr el objetivo. Atacar sin estar
seguro de obtener los resultados esperados es un escenario impensable en el
Pentágono.
Hoy
día, gracias a los avances tecnológicos, estas acciones disuasivas se ejecutan
a través de drones, y donde no se arriesga la vida de ningún estadounidense. La
guerra para expulsar a Kaddafy en Libia fue un claro ejemplo de ataques
fulminantes sin arriesgar de manera desproporcionada la vida de los
estadounidenses.
Enemigo
Tipo 2: Actores enemigos que representan una amenaza comprobable e inmediata a
la seguridad de los Estados Unidos pero que no se han activado aun (caso Corea
del Norte, Irán,¿ ISIS, Al Qaeda).
En
este caso, se activa el protocolo de ataques preventivos y disuasivos a través
de sanciones y/o ataques aéreos y misilísticos, pero evitando mayores riesgos
para la vida de los estadounidenses.
Enemigo
Tipo 3: Actores enemigos que estén al borde de un ataque o hayan atacado
efectivamente a los Estados Unidos o a sus intereses en el exterior (Afganistan
luego de los ataques del 11 de Septiembre en Nueva York, o la supuesta amenaza
con armas químicas de Irak).
En
este caso, la decisión de enviar tropas estadounidenses a algún frente de
guerra goza de amplio consenso en la estructura del poder estadounidense.
¿A
cuál de los 3 grupos de enemigos pertenece el caso venezolano? ¿Desde Venezuela
se ha ejecutado un ataque letal efectivo contra los Estados Unidos? ¿Venezuela representa
una amenaza para la seguridad nacional los Estados Unidos equiparable al poder
nuclear de gobiernos forajidos como Corea del Norte e Irán, o de ataques
terroristas? ¿O Venezuela es un caso de atentado a la democracia y a la
violación de los derechos humanos pero que -hasta ahora- no amenazan
directamente la seguridad nacional de USA y la vida de los estadounidenses?
Todo
indica que el gobierno venezolano es calificado como un Enemigo Tipo 1. Esto
significa que, en caso de ser insuficientes las severas sanciones a
funcionarios del gobierno venezolano, entonces se pasaría a otro tipo de
ataques, pero sin involucrar tropas estadounidenses.
Esto
pudiese implicar acciones disuasivas más severas, es decir, ataques
cibernéticos que desestabilicen las comunicaciones del gobierno y, como medida
extrema, ataques puntuales a objetivos militares a través de drones con
capacidad destructiva muy letal, sobre todo a la infraestructura y equipos
militares. En este escenario, lo más seguro es que Venezuela entre en caos, y
se abran las puertas para muchos escenarios impredecibles.
Uno de
estos escenarios, luego de la devastación de la infraestructura militar
venezolana, consistiría en que los oficiales y soldados venezolanos radicalicen
sus posiciones políticas y cierren filas en torno al presidente Maduro, y pasen
a otra fase de la guerra.
Otro
escenario es que éstos se vean forzados a tomar decisiones frente al gobierno
(¿Destitución de Maduro? ¿Forzar a negociaciones? ¿Conformar un gobierno de
transición y de unidad nacional donde estén incluidos los militares y los
chavistas civiles?
De
manera que en medio de un escenario de caos todo es posible. Hasta aquí, y de
darse una confrontación militar convencional, pereciera que el desenlace está
claro, y hasta podríamos suponer que el fin del gobierno de Nicolás Maduro es
cuestión de horas a partir del momento en que se inicien los supuestos ataques.
Pero
no todo es llano. Hay obstáculos y peligros. Hay que ponderar otros factores
participantes en un hipotético conflicto bélico. Es lo correcto. Y eso es lo
que mantiene paralizados a Washington y Bogotá en este momento.
La
gran interrogante consiste en saber quién se hará cargo de la seguridad y orden
interno después de los hipotéticos ataques aéreos a objetivos militares
venezolanos. Descartada la presencia de tropas internacionales, entonces sin
duda correspondería a los venezolanos asumir ese rol ¿Pero están preparados los
civiles venezolanos para ello? ¿Con cuál fuerza armada están contando?
Si los
civiles no están armados ni tienen fuerzas paramilitares bien organizadas,
entonces todos los caminos conducen a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
Dicho más exacto, en medio de escenarios de guerra, sólo quienes posean armas y
organización pueden mantener el orden y estabilizar el país. Lo demás cuenta
muy poco. Así que cualquier escenario de confrontación militar pasa por dejar
en manos de la actual FANB el papel de controlar y poner orden en el país.
Caos en los cuarteles
Pero
también es muy difícil que los componentes militares venezolanos actúen con
espíritu de cuerpo. Eso ya no existe en la FANB. Durante más de 15 años (a
partir del golpe del 11 de abril de 2002), el gobierno se ha dedicado a minar
la cohesión interna. La institución militar venezolana están pasando por un
proceso de descomposición marcado por el debilitamiento de las lineas de mando
(donde un sargento carajea a un general en su cara y no pasa nada), por la
corrupción, por la penetración ideológica, por la desmoralización, las
deserciones, lo cual hace difícil su capacidad y cohesión interna para
enfrentar a enemigos. La formación ideológica y política de muchos de sus
integrantes pesa mucho a la hora de tomar decisiones como cuerpo.
La
FANB venezolana no tienen, por ejemplo, la cohesión interna que han tenido las
fuerzas armadas colombianas en su lucha contra el narcotráfico y la guerrilla,
y éstas ya llevan 40 años lidiando con guerrilleros mal armados y con recursos
muy limitados, a pesar de sus negocios con las drogas.
También
están de por medio los intereses personales creados por muchos militares
venezolanos durante años y que a la hora de un desenlace pesan sobremanera en
las decisiones finales y en la preservación de la cohesión interna. Y
cualquiera fisura que surja entre ellos será suficiente para que también
estalle el caos en los cuarteles y en las calles.
Ese
caos en los cuarteles, por cierto, fue lo que provocó el retorno de Chávez al
poder 72 horas después del golpe del 11-A. En ese entonces, la incidencia
opositora en las fuerzas armadas era infinitamente superior a la que existe en
este momento.
No
perdamos de vista que hasta ahora estamos hablando de simples ataques de drones
internacionales. No hay ni marines, ni soldados colombianos, ni de otros países
involucrados para recomponer el orden interno. Los venezolanos estarán solos en
ese escenario de caos, y sin garantía cierta que esos ataques militares
puntuales signifiquen la expulsión de Nicolás Maduro del poder.
La
verdadera pesadilla
Pero
ahora entramos en la verdadera pesadilla. En el hipotético caso de una exitosa
intervención armada internacional, el gobierno venezolano ya tiene todo
estructurado para pasar a la guerra asimétrica en cuestión de horas. Esa es su
jugada. Ya lo han dicho en cadena de radio y televisión. No es un secreto. Esta
es la verdadera guerra a la que temen colombianos y estadounidenses.
En una
guerra asimétrica, el conflicto pasa a una fase mas escabrosa e impredecible.
Entran en acción los ataques sorpresas, las emboscadas, el atrincheramiento de
los guerrilleros en áreas civiles (lo cual hace difíciles las operaciones de
persecución y castigo de las fuerzas insurgentes), los actos de saboteo, el uso
de misiles personales antiaéreos, el terrorismo.
La
experiencia de Estados Unidos en Irak y Vietnam está sesgando mucho las
decisiones respecto a Venezuela. Irak, por ser la experiencia más reciente, da
la clave para definir los temores de Washington y Bogotá. Así nos aproximaremos
a lo que pudiera pasar con Venezuela, pues de este ejemplo (marcando las
distancias culturales, históricas y políticas) se desprenden algunas lecciones
clave.
De Saddam Hussein a Nicolás Maduro
La
expulsión de Saddam Hussein del poder pasó por dos guerras. La primera guerra
fue la reacción mundial contra la invasión iraquí a Kuwait a finales de 1990.
En ese entonces, las fuerzas aliadas destruyeron buena parte del arsenal de
guerra iraquí y los forzaron retirarse de Kuwait. Este era el objetivo, por eso
no entraron en Bagdad, y tuvieron que replegarse. Por tanto, Saddam Hussein
continuó en el poder 12 años más.
Durante
esos 12 años, el pueblo iraquí siguió sufriendo en manos del dictador pero
también sufrieron en extremo por las sanciones internacionales para obligar
infructuosamente a Hussein a abandonar el poder. Sólo las tropas internacionales
podían obligar al dictador a irse. La oposición iraquí estaba pulverizada y
desarticulada.
Lección
uno ¿Un ataque aéreo contra instalaciones militares venezolanas, con
destrucción de infraestructura y arsenal, con muchas bajas militares pero
también civiles, y sin que las tropas extranjeras ingresen al país para hacerse
cargo del orden interno, garantiza la salida de Maduro del poder? Ante la duda,
entonces lo mejor es abstenerse.
En
2003 (la siguiente guerra) Irak tenía la segunda flota militar aérea más grande
del mundo, luego de la de Estados Unidos. El arsenal de guerra iraquí era uno
de los más completos del planeta. El dinero del petróleo facilitó esa tarea a
Hussein. Para entonces, las últimas tres generaciones de iraquíes tenían
experiencia de guerra convencional (desde la Guerra Iran-Irak). Sin embargo, 40
días fueron suficientes para destruir a esa fuerza militar y forzar a Hussein a
huir.
La
pesadilla vino después con el surgimiento de la guerra asimétrica. Ese fue el
calvario de las tropas enviadas por Bush. En 8 años, murieron 4.422
estadounidenses en un país casi desértico. En la guerra convencional inicial,
que duró seis semanas, perecieron pocos soldados, pero más del 80% murió en la
guerra asimétrica.
Apenas
en 2011, ocho años después, fue que Estados Unidos pudo zafarse de aquel
territorio convertido en un infierno. Lo peor de eta guerra: la tarea no fue
completada. En la Casa Blanca y en el Pentágono recuerdan hoy con pesar que la
expulsión de Saddam Hussein del poder no debió ser el único objetivo para tan
grande sacrificio, y que había que andarle con más cuidado al reto. Sacar a
Hussein sin darle paz democrática a Irak y mayor estabilidad a la región dejaba
un vacío peligroso. Después de Hussein, considerado en 2003 como la mayor
tragedia de los iraquíes, vino una pesadilla peor: el estado islámico. Aún Irak
y su pueblo siguen de tragedia en tragedia, es un país que está en la nada.
Justo
esta experiencia es la que ha impedido una mayor determinación militar por
parte de Estados Unidos y la OTAN en Siria. Saben que expulsar a Bachar El
Assad puede dejar al país en manos de algo peor: el Estado Islámico. Por eso es
que se ha estancado el caso sirio, mientras el dictador sigue por sus fueros.
Lección
dos: no basta con expulsar a un presidente sino que hay que ir más allá. En el
caso de Venezuela es necesario lograr la paz duradera, lograr la confianza
necesaria para que concurran miles de inversionistas para la reconstrucción del
país, y haya estabilidad y prosperidad económica. También es fundamental la
implantación de la democracia.
Si
estos objetivos no se logran después de unos presuntos ataques militares aéreos
(aun cuando haya sido expulsando Maduro de Miraflores), entonces la guerra no
parece ser la mejor opción ¿Qué sentido tendría? Hay que ver el mapa en todo su
contexto, y también sus implicaciones.
Pero
además la guerra de Irak deja otra lección: ¿Si en Irak, cuya topografía es
desértica, perecieron más de 4 mil estadounidenses, se van a atrever Washington
y Bogotá a entrar en un país selvático como Venezuela, a sabiendas que el apoyo
más sólido que ha tenido el chavismo en más de 20 años ha sido en las zonas
rurales y en las barriadas populares? Estas interrogantes generan también
aprehensiones a la hora de tomar decisiones.
“Operación Tierra Quemada”
En
caso de producirse un golpe militar o intervención extranjera en Venezuela, uno
de los objetivos centrales de estas guerrillas urbanas y rurales sería destruir
la industria petrolera. Así lo advirtieron sindicalistas y trabajadores de
PDVSA en cadena de radio y televisión a mediados de 2014 en las adyacencias del
Palacio de Miraflores y frente al Presidente de la República ¿Justificación de
semejante despropósito? “Si el petróleo no es para el pueblo tampoco lo será
para el imperialismo”. Obvio, el asombro y preocupación de los venezolanos ante
esta salvaje advertencia fue mayúsculo. Y creo que hay razones políticas para
concluir que están hablando en serio.
Esta
acción sería una réplica de la “Operación Tierra Quemada” ejecutada por el
ejército iraquí durante su retirada forzosa de Kuwait en 1991, cuando
incendiaron más de 700 pozos petroleros. Extinguir el fuego llevó casi un año,
y con un impacto ecológico gigantesco. Kuwait tuvo que esperar casi dos años
para restablecer la producción de crudo. Pero la “Tierra Quemada” iraquí fue
más allá. Durante la segunda guerra del golfo en 2003 fueron capaces de volar
sus propios pozos petroleros en el sur de Irak cuando las fuerzas aliadas
comenzaron a derrotar a las tropas de Saddam Hussein.
De
manera pues que, de darse una acción militar internacional, Venezuela corre el
riesgo de entrar en una espiral de violencia y caos mucho más severa que la que
vivió Colombia, por ejemplo, durante 40 años.
Sin
duda, las realidades de Irak, Libia, Vietnam y Venezuela no son comparables en
términos históricos, culturales y políticos. Pero una guerra asimétrica en
Venezuela puede provocar mucho daño por un tiempo indefinido. Y al nuevo
gobierno que surja de una expulsión forzosa y violenta de Maduro, le costaría
mucho sostener una campaña convincente hacia los inversionistas para que pongan
su dinero en Venezuela porque “el riesgo es que (no) te quedes”.
Así
que no está muy claro que Washington y Bogotá quieran empantanar a sus soldados
en un país selvático (muy diferente a los territorios desnudos y desérticos de
Irak) para enfrentar a fuerzas guerrilleras urbanas y rurales chavistas que
vienen entrenándose desde hace más de 15 años, con armamento de última
generación y con muchos recursos económicos.
Sin
embargo, la de Venezuela, podría ser una guerra asimétrica con pobres
resultados militares para las dos partes enfrentadas. Se sabe que Estados
Unidos cuenta con información satelital privilegiada que es de ayuda vital en
cualquiera escenario bélico (así atraparon a Raul Reyes de las FARC en
territorio ecuatoriano) pero eso no es suficiente para ganar una guerra
asimétrica. No es lo mismo bombardear guerrilleros aislados en una montaña que
bombardear guerrilleros urbanos en las barriadas de El Valle, Catia o Petare en
Caracas, por ejemplo. Las consecuencias fatales en la población civil serían
intolerables para la sociedad mundial.
El cuadrante chavista en el tablero
Mientras
se libra esta guerra asimétrica por un periodo de tiempo que nadie está en
capacidad de predecir, Venezuela se hundiría en un infierno de anarquía y
terror que hará pálidas las horas actuales que viven los venezolanos. Quizás
las fuerzas encabezadas por Estados Unidos logren derrotar a las guerrillas
urbanas y rurales chavistas en pocos días (en toda confrontación existen
imponderables). Quizás no, y finalmente haya que sentarse en una mesa de
negociaciones.
En los
juegos estratégicos que se hacen en la Casa Blanca y en el Palacio de Nariño lo
que sí deben tener claro es el cuadrante “Chavismo”, y deben saber que el
chavismo es un fenómeno político que transciende a Nicolás Maduro, a Cilia
Flores, a Diosdado Cabello y al resto del llamado “alto mando de la
revolución”.
Los
chavistas, por decir lo menos, son 4 millones de venezolanos que tienen
conexiones emocionales, políticas y económicas con ese proyecto, pero sobre
todo tienen intereses particulares que defender. Subestimarlos ha sido la gran
equivocación opositora durante 20 años. Dudo que Washington y Bogotá incurran
en el mismo error. Por tanto, pretender pulverizarlos es un propósito difícil
de lograr al estilo Rambo. Quien no entienda esto, entonces no ha contado los
cañones correctamente.
Conclusión
central: Los Estados Unidos son extremadamente cautelosos con las guerras
asimétricas. La de Vietnam fue una guerra asimétrica, y Estados Unidos la
perdió. La de Irak finalmente resultó ser una guerra asimétrica y tampoco logró
el objetivo mayor. Y sin duda, la de Venezuela también puede concluir en una
guerra asimétrica. Todo significa que Venezuela está montada sobre una poderosa
bomba que hay que desmantelar con la precisión y minuciosidad de un anti
explosivista, para que no mueran todos los actores por igual.
Desenlaces de El Día Después
De maneras
que, y en resumidas cuentas, cualquier escenario de intervención militar
internacional a distancia, sin la presencia de tropas extranjeras en territorio
venezolano, podría provocar tres posibles desenlaces:
1.
Maduro y sus seguidores se ven forzados a
abandonar el palacio de gobierno y pasan a la fase de guerra asimétrica
mediante la cual incendiarían al país por un tiempo indefinido. Venezuela entraría en periodo de caos, de gobiernos inestables, de anarquía, de una
crisis mayor, y con capacidades muy limitadas para la reconstrucción de la
economía. El hoy odiado gobierno de Maduro podría quedar pálido ante un
escenario de caos, anarquía y horror.
2.
Nicolás Maduro decide retirarse sin mostrar
resistencia y se va al exilio. El poder lo ocupan factores formales de la
oposición. Los chavistas serían perseguidos por la ira de los millones de
venezolanos que se sintieron agredidos durante 20 años. Habrá una persecución
implacable de estos, una persecución que va más allá de las sanciones
institucionales y que responden a la sed de venganza de cada uno de los
venezolanos que tiene alguna factura pendiente que cobrar por las agresiones
recibidas durante muchos años.
3.
Nicolás Maduro comprende que su proyecto no
tiene futuro, que cada día que pasa están defendiendo la nada, que están
provocando con sus desaciertos un inmenso sufrimiento al pueblo, que necesitan
rehacer su juego político, generar importantes cambios internos, y decide
aceptar un proceso de negociación para una retirada controlada, y donde el PSUV
y los chavistas no sean ilegalizados ni perseguidos.
El
primer escenario es el más indeseable, y es lo que realmente frena a Estados
Unidos y Colombia. El segundo escenario queda totalmente descartado; eso no
ocurrirá; el chavismo en el poder se está jugando la vida en esta confrontación
decisiva. El tercer escenario es el que convendría a todos.
Pero…
porque llegar a la fase destructiva y mortal para finalmente sentarse a
negociar? ¿Por qué no negociar sin los muertos y sin la destrucción de la
infraestructura nacional? ¿Por qué no se le evita esa tragedia a toda una
nación, y a la que pertenecen chavistas y opositores por igual?
Es
posible que no pase nada de lo que estamos prospectando ¿Pero necesitamos
ponernos la pistola en la sien y apretar el gatillo sólo para enterarnos si el
arma estaba cargada? Una persona responsable, y más aun si es político y
militar, saben que esa es la mayor de las estupideces que puede cometer algún
ser humano.
Cualquier
conflicto de grandes proporciones en Venezuela, bien sea una rebelión civil
masiva, o un golpe militar, o una intervención militar extranjera, o cualquier
otro acontecimiento de alto impacto quizás sea el partero del cambio… pero
también puede dejar al país en la nada, en modo anárquico y en medio del más
traumatizante horror.
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