Francisco Fernández-Carvajal 27 de
septiembre de 2018
— Vivir el momento presente.
— Realizar con plena atención las tareas que tenemos
entre manos.
— Evitar preocupaciones inútiles.
I. Muchas son las
tareas que hemos de realizar para presentarnos ante nuestro Padre Dios con las
manos llenas de fruto. La Sagrada Escritura nos enseña, en una de las lecturas para
la Misa de hoy, que todo tiene su tiempo y su momento. Las
circunstancias y acontecimientos de la vida forman parte de un plan divino.
Pero hay veces en las que el hombre no acierta a comprender ese querer de Dios
sobre sus criaturas y no encuentra el tiempo oportuno para cada cosa. Con
frecuencia los hombres ponen su interés lejos de la labor que tienen entre
manos: el padre puede vivir ajeno a los hijos cuando, además de estar
físicamente presentes, requerían una mayor atención a sus problemas, a sus
motivos de alegría o de preocupación; el estudiante en ocasiones tiene la
imaginación fuera de la asignatura que ha de aprobar y desaprovecha un tiempo
que luego echará de menos, quizá con preocupación y angustia. «El tiempo es
precioso, el tiempo pasa, el tiempo es una fase experimental de nuestra suerte
decisiva y definitiva. De las pruebas que damos de fidelidad a los propios
deberes depende nuestra suerte futura y eterna.
»El tiempo es un don de Dios: es una interpelación del
amor de Dios a nuestra libre y –puede decirse– decisiva respuesta. Debemos ser
avaros del tiempo, para emplearlo bien, con la intensidad en el obrar, amar y
sufrir. Que no exista jamás para el cristiano el ocio, el aburrimiento. El
descanso sí, cuando sea necesario (cfr. Mc 6, 31), pero
siempre con vistas a una vigilancia que solo en el último día se abrirá a una luz
sin ocaso»1.
Una de las lecturas de la Misa nos
invita a aprovechar la vida de cara a Dios, estando atentos al momento
presente, el único del que verdaderamente podemos disponer. Cada tarea tiene su
tiempo: Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo
de arrancar lo plantado... tiempo de construir y tiempo de derribar, tiempo de
llorar y tiempo de reír... tiempo de hablar y tiempo de callar...2.
Perder el tiempo es dedicarlo a otras tareas, quizá humanamente interesantes y
productivas, pero distintas de las que Dios esperaba que atendiéramos en ese
momento preciso: dedicar al trabajo o a los amigos unas horas que se debían
emplear en el hogar, leer el periódico cuando el quehacer profesional pedía
estar metidos de lleno en la tarea o en la vida de familia... Ganarlo es hacer
lo que Dios quiere que llevemos a cabo: vivir el momento presente sabiendo que
la vida del hombre se compone de continuos presentes, los únicos
que podemos santificar. Del pasado solo debemos sacar motivos de contrición por
todo aquello que hicimos mal, de acciones de gracias por las ayudas que
recibimos del Señor, y experiencia para llevar a cabo con más perfección
nuestras tareas.
Los sucesos del futuro no nos deben preocupar demasiado,
pues todavía no tenemos la gracia de Dios para enfrentarnos a ellos. «Vivir
plenamente el momento presente es el pequeño secreto con el cual se construye,
ladrillo a ladrillo, la ciudad de Dios en nosotros»3.
No poseemos otro tiempo que el actual. Este es el único que, sean cuales sean
las circunstancias que nos acompañen, podemos y debemos santificar. Hoy y
ahora, este momento, vivido con intensidad, con amor, es lo que podemos ofrecer
al Señor. No lo dejemos pasar esperando oportunidades mejores.
II. No cumplir el deber
que el instante requería, dejarlo para después, equivale en muchas ocasiones a
omitirlo. Aprovechad el tiempo presente...4,
exhortaba San Pablo a los primeros cristianos. Y para esto necesitaremos
someternos a un orden en nuestros quehaceres, y cumplirlo. Así, venciendo la
pereza de un modo habitual, podremos ayudar a los demás y contribuiremos a
«elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación»5 mediante
nuestro trabajo diario, cualquiera que este sea. Perezoso no es solo el que
deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas,
pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus ocupaciones según
el capricho del momento, las realiza sin energía, y la mínima dificultad es
suficiente para hacerle cambiar de trabajo. El perezoso puede incluso ser amigo
de los «comienzos», pero su incapacidad para un trabajo continuo y profundo le
impide poner las «últimas piedras», acabar bien lo que ha comenzado. «El que es
laborioso aprovecha el tiempo, que no solo es oro, ¡es gloria de Dios! Hace lo
que debe y está en lo que hace, no por rutina, ni por ocupar las horas, sino
como fruto de una reflexión atenta y ponderada»6.
Vivir el hodie et nunc, el hoy y ahora, nos
llevará a estar atentos a lo que tenemos entre manos, con el convencimiento,
muchas veces actualizado, de que se trata de una ofrenda para el Señor y que,
por tanto, requiere plena dedicación, como si fuera la última obra que
ofrecemos a Dios. Esta atención nos ayudará a terminar bien nuestros
quehaceres, por pequeños que puedan parecer, pues se convertirán en algo grande
en la presencia del Señor.
Estar pendientes del momento actual nos alejará de
inútiles preocupaciones hacia enfermedades, desgracias o trabajos que aún no se
han presentado y que quizá nunca lleguen a ser realidad. «Un sencillo
razonamiento sobrenatural los haría desaparecer: puesto que estos peligros no
son actuales y estos temores todavía no se han verificado, es obvio que no
tienes la gracia de Dios necesaria para vencerlos y para aceptarlos. Si tus
temores se verificasen, entonces no te faltará la gracia divina, y con ella y
tu correspondencia tendrás la victoria y la paz.
»Es natural que ahora no tengas la gracia de Dios para
vencer unos obstáculos y aceptar unas cruces que solo existen en tu
imaginación. Es necesario basar la propia vida espiritual sobre un sereno y
objetivo realismo»7.
Vivir al día, de la mano de nuestro Padre Dios, viviendo en la filiación
divina, nos libra de muchas ansiedades y nos permite aprovechar bien el tiempo.
¡Cuántas cosas funestas que temíamos no llegaron a ocurrir! Nuestro Padre Dios
tiene más cuidado de sus hijos de lo que nosotros en ocasiones nos figuramos.
III. Aprovechar el
tiempo significa vivir con plenitud el momento presente, como si no hubiera más
oportunidades, sin recurrir al falso expediente de un pasado ya cumplido, sin
pensar demasiado en un futuro incierto. Hoy y ahora, esta tarea
concreta, es lo que podemos ofrecer al Señor y así enriquecer la propia vida
sobrenatural. Es ahí donde podemos ejercitar las virtudes humanas (laboriosidad,
orden, optimismo, cordialidad, espíritu de servicio...) y las sobrenaturales
(fe, caridad, fortaleza...). «Ahora es el tiempo de misericordia, entonces será
solo tiempo de justicia; por eso, ahora es nuestro momento, entonces será solo
el momento de Dios»8.
El mismo Señor nos invitó a vivir con serenidad e
intensidad cada jornada, eliminando preocupaciones inútiles por lo que ocurrió
ayer y por lo que puede suceder mañana: No os agobiéis por el mañana,
porque el mañana traerá su propio agobio; a cada día le basta su afán9.
Es un consejo, y a la vez un consuelo, que nos lleva a no evadirnos del momento
actual. Vivir el momento presente significa cargar con él decididamente para
santificarlo, y eludir muchos pesos innecesarios y, ¡tantas veces!, mucho más
duros de llevar. Esta sabiduría es propia de los hijos de Dios, que se saben en
sus manos, y del sentido común de la experiencia cotidiana: El que está
pendiente del viento no sembrará; el que se queda observando las nubes, no
segará10.
Lo importante, lo que está en nuestras manos, es vivir
con fe y con intensidad el momento presente: «Pórtate bien “ahora”, sin
acordarte del “ayer”, que ya pasó, y sin preocuparte de “mañana”, que no sabes
si llegará para ti»11.
Ni el deseo del Cielo, ni la meditación sobre las postrimerías pueden hacernos
olvidar los quehaceres de aquí abajo. Se ha dicho de formas bien diversas que
hemos de trabajar para esta tierra como si fuésemos a vivir siempre en ella, a
la vez que trabajamos para la eternidad como si fuéramos a morir esta misma
tarde. Es más, debemos tener siempre presente que es precisamente esta tarea
del momento presente la que nos lleva al Cielo. Ahora es tiempo de
edificar: no nos engañemos pensando que lo haremos en un futuro próximo.
1 Pablo
VI, Homilía 1-I-1976. —
2 Ch.
Lubich, Meditaciones, p. 61. —
3 Primera
lectura. Año II. Eccl 3, 1-11. —
4 Cfr. Gal 6,
10. —
5 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 41. —
6 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 81. —
7 S.
Canals, Ascética meditada, Rialp, 14ª ed., Madrid 1980, p.
134. —
8 Santo
Tomás, Sobre el Credo, 7, en Escritos de catequesis,
p. 86. —
9 Mt 6,
34. —
10 Eccl 11,
4. —
11 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 253.
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