José Domingo Blanco 29 de septiembre de 2018
Tener
que ocupar unas líneas, analizando algo en lo que los venezolanos no deberíamos
malgastar nuestro tiempo, ideas y esfuerzos es, a primera vista, muy
contradictorio. Pero, resulta que el discurso de Nicolás en la Asamblea General
de las Naciones Unidas -que me calé completico para poder opinar con propiedad
y saber dónde estamos parados- generó una serie de reacciones impúberes, con
atisbos de necedades, que me obligan a fijar una postura. Quizá, una posición
muy antipática para quienes, después de ver que Maduro llegó a Nueva York, y
habló desde donde el día anterior lo hizo su “archienemigo” Donald Trump,
colman sus redes sociales con comentarios y ofensas que, en este momento, con
la gravedad de lo que nos ocurre, resultan insulsas.
Por
qué enfocarnos en la gordura de Nicolás cuando el problema sustancial es otro.
Es cierto que Maduro tiene sobrepeso, es público y notorio. Además, se jacta de
lucir sus kilos de más, no sólo cenando como un marajá en Turquía. Pasea su
gordura en USA o Venezuela, con la desfachatez propia de un dictador a quien
poco le importa que en su país el hambre esté diezmando a la población. Lo que
no concibo es que los ¿líderes opositores? que deberían estar enfocados en
salir de esta situación país, se queden enfrascados en unas discusiones
estériles y banales, que no resuelven el verdadero problema que tenemos en
Venezuela. Están obviando algunos detalles, a mi juicio, relevantes; que me
permito compartir con ustedes, a manera de reflexión a viva voz.
Maduro
habló en la ONU. En la Asamblea General de las Naciones Unidas cuya sede está
en Nueva York. Viajó a Estados Unidos a escasas horas de que en Venezuela
conociéramos las nuevas sanciones que ese país le imponía a algunas de las
fichas claves de su régimen. Sanciones que también recayeron sobre su Cilita; a
quien poco le importó la medida que, muchos creían, le impediría el viajecito,
junto con su maridito, a la Gran Manzana. Pero, volvamos al punto: mientras oía
a Nicolás, sólo veía a una persona que no tiene el más mínimo respeto por sí
mismo.
Su
conciencia no pude estar limpia porque carece de los componentes esenciales de
la integridad. Ser íntegro implica hacer lo que uno hace, porque sabe que es lo
correcto. Y pese a que él, Nicolás, no es íntegro; no titubea a la hora de
interpretar su rol en el juego de la política internacional
Me
duele corroborar una vez más -porque me duele profundamente todo lo que le
ocurre a mi país- que esa falta de integridad es un mal que afecta a la mayoría
de los políticos en Venezuela, sin importar a cuál ideología obedezcan. Ser
íntegros significa regirse por principios morales que no dependen de la
conveniencia ni de las circunstancias. La falta de integridad nos ha hundido en
este caos, del cual la dictadura obtiene ganancias. Nada dignifica más que el
respeto a uno mismo. Pero, cuando un narcoestado descubre a qué precio negocian
algunos políticos su moral, el soborno entra en juego y la complicidad surge de
manera inmediata, sin importar los daños irreparables que se le causan a una
nación.
Por
supuesto, luego de la alocución de Nicolás sobraron las reacciones. Entre ellas
la de la Fiscal, ahora transformada en enemiga del mismo régimen que, por años,
avaló. Convertida en adalid de las causas perdidas. Mi buena memoria me impide
olvidar sus abyectas mentiras. Intentaré complacer a quienes me piden que le
conceda el beneficio de la contrición… Sin embargo, ¿alguien puede explicarme
qué pretende Luisa Ortega declarando que espera que el gobierno de Estados
Unidos detenga a Maduro?
Ella
debería saber que la Convención de Viena protege a los mandatarios. ¡La
Convención de Viena protege a Maduro! Porque es lo que llaman un “Agente
Diplomático” y la sede de las Naciones Unidas es, y será, territorio “neutral”
Por
otra parte, ningún país en el mundo ventila a los cuatros vientos que va
intervenir a otro. No lo anuncia con antelación porque el factor sorpresa es
indispensable para el éxito de la misión. Esa imagen que muchos esperaban el
miércoles mientras Maduro hablaba en la ONU, esa donde un comando SWAT irrumpía
y arrestaba al dictador, no ocurrió. Ni ocurrirá.
La
sede de la Organización de las Naciones Unidas es un espacio donde, incluso los
tiranos más sanguinarios como Muamar Gadafi, han tenido oportunidad de hablar.
Por cierto, permítanme recordarles que no fue en la Asamblea General de las
Naciones Unidas donde Gadafi encontró su merecido final.
Yo sé
que cuesta digerir y entender cómo es posible que un dictador viaje a Estados
Unidos y ofrezca, tan campante, su trillado discurso en la ONU. Sigo enumerando
tiranos que, en su momento, también pasaron por allí: Fidel, Chávez y otros más
de la misma calaña hablaron desde donde también lo hizo Nicolás. Eso, para la
situación que estamos viviendo, es irrelevante. La denuncia de seis países ante
la Corte Penal Internacional contra Maduro es lo sustantivo. No nos desviemos.
Allí es donde debemos poner el foco y nuestra atención. No caigamos en las
provocaciones de Nicolás. No seamos parte de ese juego perverso que él, junto
con sus cómplices, diseñó para aturdir nuestras psiquis y mantenernos ocupados
discutiendo estupideces, mientras ellos avanzan, a pasos agigantados, en la
consolidación de su Socialismo del Siglo XXI.
José
Domingo Blanco
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