Rafael Luciani 29 de septiembre de 2018
Jesús
vive en medio de personas e instituciones que buscan el control total del poder
político para permanecer en él. Era muy extraño encontrar a alguien que creyera
que el poder podía usarse para servir, y no como un medio para el
enriquecimiento propio y la sumisión del otro. Quienes alcanzaban cargos
importantes hacían lo posible por socavar la esperanza de un futuro mejor. Por
ello, Jesús denuncia a los que «atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y
las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren
moverlas» (Mt 23,4).
Su
propuesta no versa sobre un poder político alternativo; Jesús no pretende
sustituir a las legiones romanas, ni convertir a las autoridades religiosas.
Les dice: «mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo,
entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado» (Jn 18,36).
Él está empeñado en desmontar esa «lógica deshumanizadora». ¿De qué modo?
Primero, asumiendo una actitud profética: así se presentó como «testigo de la
verdad» (Jn 18,36-37) y no como «agente de la violencia y la mentira» (Mt
11,12) e hizo ver cómo quien se aferra al poder luego teme perderlo. Segundo,
mostrando con «palabras y acciones» que sí es posible vivir de un modo humano:
él vive «atrayendo a todos» (Jn 12,32) sin alejar o exclusión alguna; «cargando
con el otro» (Mt 8,17; 11,28-30) sin descargarse en nadie; «sanando los
corazones» (Is 61,1) para que no triunfen el resentimiento y la avaricia.
El
verdadero poder es el que humaniza. Las comunidades cristianas lo recogen en la
oración del Magnificat (Lc 1,46-55). Es un poder que refuta a quienes ven en el
otro a un enemigo para humillarlo y convertirlo en víctima; es uno que se
solidariza con el que sufre (Mc 8,31). No quiere ser un rey alternativo (Mt
4,8-10; Lc 4,5-8), rechaza su exaltación pública (Jn 6,15); no acepta los
puestos privilegiados (Mc 10,37-38), ni el honor de los vínculos familiares (Mc
12,35-37); repudia el colaboracionismo existente entre algunos religiosos y
políticos de su época. Dios o el César, pero no los dos a la vez (Mc 12,17).
Jesús
no anuncia una utopía que no pueda hallar un lugar sociopolítico, pero tampoco
hizo una oferta ideológica para reemplazar las formas de gobierno, sustituyendo
a los centros de poder: romanos, herodianos y autoridades del Templo. Su vida
fue un acontecimiento que sorprendió a los desesperanzados y cansados de la
realidad, porque hacía ver que sí era posible una «forma de hablar y de actuar»
que podía anticipar una nueva historia y recrear nuestros modos de ser, una que
devolviera la dignidad negada y la confianza perdida. Es lo que Jesús trata de
hacer (Mt 4,7; Lc 4,12) al reunir a «todas» las ovejas, sin exclusión, y
«denunciar» a los que actuaban con impiedad y velaban por sí mismos (Lc 4,8; Mt
4,10). ¿Podemos vivir una humanidad que ofrezca «palabras y acciones» de vida
nueva?
Tomado
de: http://www.teologiahoy.com/secciones/teologia-y-politica/jesus-y-el-poder-autoritarismo-o-servicio
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