IBSEN MARTÍNEZ 25 de septiembre de 2018
@IbsenM
Hace
pocas semanas, en una sesión la Asamblea Nacional de Venezuela, corporación que
invariablemente debe advertirse que es la legítima, por oposición al cuerpo
llamado Constituyente, creado a la medida de Nicolás Maduro mediante un
indignante fraude electoral, pintaban al Secretario General de la OEA, Luis
Almagro, como un presuntuoso entrometido al servicio de una facción de la
oposición venezolana presuntamente partidaria de una salida violenta a nuestra
crisis política e institucional.
Esa
opinión no era unánime aunque sí mayoritaria. Uno de sus voceros, Henry Ramos
Allup, Secretario General de Acción Democrática, denunció a algunos políticos
que se han visto en la imperiosa necesidad de exiliarse, reputándolos de
taimados oportunistas que llevan vida muelle en el extranjero, lejos de la
ordalía que hoy atraviesan los venezolanos del común.
Los
exiliados conspiran a buen seguro —tronó Ramos Allup—, para ser ellos quienes
dirijan sectariamente el país tan pronto Maduro se haya ido, si es que alguna
vez se marcha.
Los
dicterios contra Almagro fueron proferidos en respuesta a la exhortación que el
Secretario General hizo a los parlamentarios legítimos de acatar una sentencia
del sedicente Tribunal Supremo en el exilio.
La
sentencia de culpabilidad en delitos de corrupción entrañaba para la Asamblea
destituir, bien que por ahora solo simbólicamente, a Nicolás Maduro. Hubo
reparos de orden político, se invocaron tecnicismos constitucionales y al cabo,
a regañadientes y habiendo cuestionado su pertinencia, la sentencia fue
acatada.
Lo más
grave de este episodio parlamentario fue la impiedad de las descalificaciones
encajadas a los ausentes. El lance dejó ver cuán enajenada de la realidad está
buena parte de la clase política opositora, cuán ajena a la profunda decepción
moral que su actual irrelevancia infunde en millones de venezolanos.
Hablo
de los mismos venezolanos que durante años adhirieron con entusiasmo y entrega
a todas las tácticas propuestas por sus líderes.
La
estrecha sintonía entre el electorado opositor y la dirigencia demócrata se
expresó como nunca en la consulta nacional promovida por la hoy
extinta Mesa de Unidad Democrática (MUD) el 16 de julio de 2017.
Siete
millones y medio de votantes —cifra récord en los anales del rechazo electoral
al régimen— rechazaron entonces, ¡y a instancias de la MUD!, la convocatoria a
unas elecciones fraudulentas que malamente sustentan la fementida asamblea de
Maduro.
Esa
cáfila de avilantados, erigida en pandilla obediente a Maduro gracias al fraude
electoral, usurpó las funciones de la Asamblea legítima e instauró ya sin
ambages la dictadura que hoy padecemos.
La
dictadura convocó de inmediato a unas elecciones estatales a las que
increíblemente acudieron el partido de Ramos Allup y otras agrupaciones
integrantes de la hoy ya desaparecida MUD. Invocaron para ello argumentos
especiosos, de insostenible politiquería, dando la espalda al obligante mandato
expresado en el referéndum del 16J que ellos mismos habían convocado. Los
resultados fueron catastróficos.
Contrastaron
tristemente con los triunfos electorales del pasado, el más notable de los
cuales fue el que, en 2015, logró una aplastante mayoría opositora en la
Asamblea legítima.
El
desencanto universal no tardó en cundir y en mayo pasado se expresó en una
abstención electoral sin precedentes. Desde entonces, el desánimo opositor
agrava la tragedia humanitaria que abate al país.
El
aterrizaje del componedor Rodríguez Zapatero, la semana pasada, y la
reanimación de las agrupaciones peleles de la dictadura, como la encabezada por
Henri Falcón, presagian una nueva farsa hecha de diálogo, gesticulación
negociadora y elecciones amañadas a fin de año. Maduro busca con ello prolongar
su tiranía brutal dándole una fachada democrática.
Muchos
vaticinan ya que Ramos Allup, y quienes en el pasado reciente han pensado y
obrado como él, acudan nuevamente a ellas, con buena o mala fe y en los
términos que paute Maduro. Su argumento será el ya manido y equivocado de que
no hay que ceder espacio electoral al madurismo.
Ante
ello, se hace imperioso que los demócratas rechacen vivamente esa convocatoria
y derroten el designio dictatorial con ánimo unitario tan sincero y resuelto
que logre vencer el desencanto.
No parece,
entonces, sabio ni oportuno tomarla contra el denodado Luis Almagro y los
valiosos líderes venezolanos que trabajosamente han logrado concitar el apoyo
de la comunidad internacional, tan esquivo en el pasado y tan necesario como el
sacrificio de quienes hoy actúan en Venezuela para imponerle a Maduro la
realización de elecciones genuinamente libres, las únicas con verdaderas
posibilidades liquidadoras de la dictadura.
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