ANTONIA LABORDE 11 de mayo de 2019
Las
autoridades estadounidenses cortan la electricidad y cercan las entradas de la
delegación diplomática, ocupada por activistas pro Maduro desde hace un mes
La
creciente tensión entre los seguidores de Nicolás Maduro y Juan Guaidó se ha trasladado
al elegante barrio de Georgetown, en Washington. Desde hace un mes al menos una
docena de estadounidenses chavistas se alojan en la Embajada venezolana, a la
que este miércoles le han cortado la luz. La oposición venezolana ha montado
decenas de tiendas de campaña alrededor de la sede, desde donde cuelgan lienzos
con eslóganes que llaman a Estados Unidos a “quitar las manos” de Caracas. Una
cerca metálica rodea gran parte del edificio, que tiene las puertas bloqueadas
por los servicios secretos. Los carteles pegados a las vallas reclaman que
Rusia y Cuba se alejen del país caribeño. La estrategia del equipo de Guaidó
para ganar esta batalla diplomática es obstruir el acceso a la electricidad y a
la comida a los que se hospedan dentro.
Por
orden de Carlos Vecchio, el embajador venezolano ante EE UU designado por el
líder opositor, la Embajada no cuenta con luz eléctrica. "A los invasores
de nuestra Embajada que defienden cómodamente al régimen usurpador, hemos
decidido darles un poco de la experiencia de vivir en Venezuela bajo el
socialismo fracasado de Maduro. A partir de este momento no tendrán energía
eléctrica. Próximo paso: su salida", tuiteó este miércoles por la noche
Vecchio.
Sin
electricidad, tarde o temprano el grupo autodenominado Colectivo de Protección
de la Embajada se quedará sin carga en los móviles y ordenadores, herramientas
claves para difundir su lucha por las redes sociales. Ellos dicen
"proteger" el edificio para evitar que sea tomado por un Gobierno
"falso", no el del "presidente Maduro". La misión
diplomática de Guaidó, reconocido como mandatario interino por una cincuentena
de países, invitó este miércoles a seis activistas afines a la oposición para
mejorar la relación entre la comunidad venezolana y los políticos, según una de
las asistentes al encuentro. En la cita participaron Vecchio, el asesor del
embajador Francisco Márquez, entre otros, quienes discutieron con los invitados
la estrategia de presión sobre los ocupantes del edificio.
Gabriela
Febres, venezolana de 28 años, participó en la reunión. “La comunidad le ha
pedido a los diplomáticos que les corten la luz y el agua a los de la embajada.
El tema con el agua es que el edificio puede sufrir daños irreparables que
pueden costar muchísimo dinero reparar, por eso no lo hacen”, relata fuera de
la sede diplomática mientras se escucha por un altavoz Vivir mi vida, de Marc
Anthony. La tardanza en cortarles la electricidad, explica, se debió a que
cuando Vecchio dio la orden, uno de los ocupantes llamó a la compañía eléctrica
y alegó que las cuentas estaban pagadas. “El Departamento de Estado tuvo que
mandarles una carta diciendo que Vecchio era el embajador y que tenía el poder
de cortar la luz”, afirma Febres. Junto con un grupo creó una campaña para
recibir ayuda económica a los que hacen guardia fuera del recinto: “Donaciones
para hotel en Georgetown”. El objetivo era reunir 1.500 dólares, pero en tres
días ya han triplicado la cifra.
La
disputa verbal entre los manifestantes de ambos lados se caracteriza por su
tono agresivo. De un lado a otro se han escuchado ofensas raciales e
incriminaciones. Este jueves, la estadounidense Madea Benjamin, directora de
Code Pink, el movimiento pacifista que lidera la ocupación de la Embajada, se
dio un provocador paseo alrededor del edificio con un letrero que decía en
español “No a los golpes, no a la guerra”. Mientras caminaba, acompañada de un
puñado de simpatizantes a su favor, una venezolana daba instrucciones a sus
compatriotas que le gritaban: “No la ataquen, hoy no, la están grabando”. Le
dijeron terrorista, ladrona y delincuente, entre otras acusaciones.
Benjamin,
que fue una de las activistas que se alojó en la Embajada cuando aún estaban
los diplomáticos de Maduro a comienzos de abril, alega que no la dejan entrar
al edificio. El 30 de abril fue a su casa a buscar ropa y cuando volvió, según
cuenta, los simpatizantes de Guaidó le impidieron el paso. “Desde el 1 de mayo
no nos dejan pasar comida a los que están dentro. A veces buscamos meterla a
escondidas, pero ahora ya saben nuestras maniobras y es cada vez más difícil”,
sostiene. Se queja de la agresividad de los venezolanos, pero la noche anterior
un estadounidense hirió a una mujer venezolana y lo apresaron. Este caso se
suma al de otros 11 detenidos prochavistas, según cuenta la líder de Code Pink,
ahora, desde fuera del recinto.
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