Por Tomás Páez
Dos ex presidentes de
Estados Unidos, J. F. Kennedy y Ronald Reagan, integrantes de los dos
grandes partidos políticos, demócratas y republicanos, han puesto de relieve la
enorme importancia de las diásporas en el desarrollo de ese país. Keneddy lo
hace en su libro Una nación de inmigrantes, al cual la editorial española
define como un panegírico de las diásporas en el progreso de Estados Unidos. La
primera página la escribe Oscar Handlin, reconocido historiador, quien nos
dice: “Una vez yo pensé en escribir una historia de los inmigrantes de América.
Entonces descubrí que la historia de los inmigrantes era la historia de
América”. Algo similar se podría decir de Venezuela.
J. F. Kennedy lo
reafirma al decir: «Todos los americanos son inmigrantes o descendientes de
inmigrantes… solamente podemos hablar de personas que simplemente llegaron
antes o después, y cuyas raíces en América son más antiguas o nuevas».
Agregaba, si se hubiese puesto freno a la migración y obstaculizado su
ingreso “hoy seríamos considerablemente otro tipo de sociedad”. «Este es el
secreto de América; una nación de ciudadanos con memoria de sus viejas
tradiciones pero que, sin embargo, osaron explorar nuevas fronteras; gente
ansiosa por construir nuevas vidas, en una sociedad abierta, que no restringe
su libertad de elección ni de acción». El texto explica los aportes de
las diásporas al progreso y al desarrollo en todos los ámbitos: técnico,
cultural y económico de Estados Unidos”. Estas reflexiones hechas el siglo
pasado adquieren hoy día mayor significación, importancia y vigencia.
Ya lo había dicho Alexis de
Tocqueville en 1831: Estados Unidos es una sociedad de inmigrantes, donde cada
uno iniciaba una nueva vida y todos ellos en pie de igualdad” y ese país es lo
que es gracias a sus inmigrantes. El prólogo del libro de Kennedy lo escribió
su hermano Edward, en él alude a los “barcos féretro”, igual que las balsas y
peñeros de la muerte de los socialismos cubano y venezolano. Refiriéndose al
tema de la “gobernanza migratoria” afirma: “La cuestión no es llegar a saber
qué leyes sobre la inmigración deben ser reformadas para enfrentarse a los
problemas del siglo XXI. Lo urgente es preguntarse acerca de lo que queremos
ser en el futuro, cuál debe ser el futuro de América” y la hacemos nuestra para
Venezuela.
Por su parte, el ex
presidente Reagan, del partido republicano, en su discurso de despedida
aseveró: “Cualquier persona de cualquier parte del mundo puede ir a Estados
Unidos y convertirse en ciudadano y a todos ellos agradecemos haber hecho la
travesía para hacerse ciudadano estadounidense. Los inmigrantes han hecho de
Estados Unidos una nación que se mantiene joven, siempre llena de energía y de
nuevas ideas” y agregaba: “Si cerráramos la puerta a nuevos estadounidenses,
nuestro liderazgo en el mudo pronto estaría perdido”.
En la médula de su
planteamiento se encontraba la libertad de movimientos, la de un país abierto a
la inmigración, a los inmigrantes trabajadores y pacíficos y al comercio,
planteamiento y política situados en la acera opuesta de quienes esgrimen
argumentos anti-comercio y anti-inmigración. De los inmigrantes resaltaba su
“determinación y comprensión de que con trabajo duro y libertad podrán ellos
vivir una mejor vida y sus hijos mucho más”. Presagiaba las nefastas
consecuencias de cerrar las puertas a los nuevos americanos, pues ello pondría
en riesgo de extinción el liderazgo de Estados Unidos en el mundo.
Desafortunadamente, todas las evidencias y argumentos no han podido
evitar el surgimiento de los discursos del odio y de la anti-pluralidad, los
cuales alientan los mitos del migrante como amenaza y enemigo, sobre los que se
fundamentan muros y vallas, las físicas y, peor aun, la de papeles y
burocracia.
La riqueza y diversidad de
origen de la ciudadanía de Estados Unidos es el mejor de los datos. La de
ascendencia europea se sitúa cerca de 40% y la de ascendencia hispana y latina
próxima a 17%, en porcentajes menores la “afroamericana”, asiática y del Medio
Oriente. Además, Estados Unidos han contribuido, junto a los demócratas
alemanes y del mundo, a derribar muros como el de Berlín hace 30 años, fecha
histórica que conmemoramos hace unos días.
Los muros del odio más
sólidos que los físicos se reparten entre voceros de los países receptores y de
origen: quienes no están dispuestos a recibir un migrante más en el país de
acogida o quienes no conciben su regreso al país de origen: Comparten el
desprecio por el ser humano. En Venezuela, voces exultantes lo expresan de
manera exaltada y cual exorcistas giran sus cabezas al escuchar la palabra
diáspora.
Venezuela, como país de
inmigrantes, desarrolló una estrategia y creó las instituciones para la
“gobernanza de las diásporas que recibía el país”. De ello dan cuenta los
diversos tratados y acuerdos globales, regionales y bilaterales de largo
alcance como el establecido en el ámbito de la seguridad social con España y
otros países.
Hoy se le plantea a
Venezuela diseñar una estrategia y crear instituciones para la “gobernanza
migratoria de su diáspora” conformada por cerca de 6 millones de venezolanos,
aproximadamente 20% de su población. Para ello será indispensable consultar y
apoyarse en la agenda fraguada por las asociaciones diaspóricas en todo el
mundo.
Estas organizaciones, con
hechos, han desmentido el mito de la diáspora como amenaza. Lo han demostrado
con datos que refutan los argumentos esgrimidos por los defensores de
nacionalismos estrechos, los cuales, sorprendentemente, guardan alguna
coincidencia con los esgrimidos por quienes dicen defender la libertad de la
movilidad humana y de las diásporas.
El mantra argumentativo se
vale de creencias del tipo: roban el empleo, reducen el salario y consumen
recursos del Estado de bienestar. Las opiniones de estos difieren de las
percepciones y pareceres de los ciudadanos del mundo. En realidad, es todo lo
contrario: genera nuevos empleos con mejores salarios y es fuente de progreso,
innovación y desarrollo sostenible. De acuerdo a los resultados de encuestas en
Estados Unidos y España, más de 50% de los ciudadanos ve con buenos ojos la
apertura a la migración y muestra su desacuerdo con la devolución de los
ciudadanos. Pese a ello esos voceros alientan de manera machacona miedos
y mitos.
Otros se han quedado en la
fase de la denuncia de la mayor tragedia humanitaria de la región y la
aterradora inseguridad que han forzado a millones de ciudadanos a buscar en
otras latitudes lo que su país les niega. Es necesario insistir en ello pero
además es preciso complementarlo con la puesta en escena de la “estrategia de
gobernanza de la diáspora” y a ello ayuda la ruptura con esquemas de política
convencionales. Tenemos a mano la información de las personas en diáspora, la
de sus organizaciones y de sus actividades. Estamos obligados a agregar valor
de manera conjunta.
La reciente reunión
convocada por jóvenes de la diáspora, el Plan País en su décima edición y
primera en Europa, si la memoria no nos falla, en un excelente ejemplo de lo
dicho. En la reunión se debatió con intensidad y profundidad el tema de la
diáspora y varias organizaciones tuvieron la ocasión de presentar sus logros
internacionales.
El debate permitió arribar a
distintas conclusiones, de las cuales se seleccionaron tres que fueron
presentadas en la sesión plenaria. La primera subraya la urgencia de dotarse de
una nueva perspectiva para comprender el fenómeno migratorio y sentar las bases
para el diseño y ejecución de la “estrategia de gobernanza de la diáspora
venezolana”, erigida sobre nuevos criterios y principios, fundamentadas en la
información y el trabajo de las organizaciones diaspóricas.
Se recoció la diversidad y
pluralidad del flujo migratorio venezolano y sus distintos segmentos ajenos a
simplificaciones y rápidas generalizaciones. El fenómeno migratorio
venezolano es un desafío teórico, metodológico y empírico, su carácter complejo
y multidimensional no lo hace problemático.
Se estableció la necesidad
de dar mayor voz, visibilidad, presencia y beligerancia a las asociaciones
diaspóricas en todos los encuentros e instancias, con el fin de profundizar y
ampliar las relaciones con actores, organizaciones e instituciones de las
ciudades y países de acogida. Como ejemplo se utilizó el encuentro promovido
por la UE y la OIM, en el cual era necesaria una mayor participación de la
diáspora y sus asociaciones. Mostrar, compartir, informar son vías para
fortificar las relaciones de confianza construidas a lo largo de dos décadas.
Resultó evidente el clamor
por una más decidida participación de la sociedad civil y sus instituciones,
dentro y fuera de Venezuela, en el diseño y ejecución de la citada estrategia.
La responsabilidad de desplegar la estrategia no solo demanda la participación
de los países receptores, los organismos internacionales y las instituciones
caritativas; también necesita una clara y decidida participación de las
organizaciones diaspóricas globales, dentro y fuera de Venezuela.
La diáspora es el “Estado
venezolano” de mayores dimensiones y reúne un importante activo para el
desarrollo de Venezuela en todos los planos y ámbitos: económico, social, cultural,
institucional, etc. Por ese motivo un tema de sumo interés para todas las
instituciones y, en definitiva, para la sociedad democrática, pues de quienes
se aferran al poder para destruir Venezuela no es posible esperar nada
positivo.
02-12-19
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