Américo Martín 02 de diciembre de 2019
Para
comentar la declaración de mi amigo Humberto Calderón Berti debí cambiar el
artículo que tenía escrito para TalCual. Y aunque quedé satisfecho con las
páginas retiradas, las incidencias que concurrieron a explicarla justificaban
las expectativas que levantó su comentario. El ex embajador del presidente
Guaidó no ocultó situaciones que no pueden ser obviadas, pero no incurrió en la
debilidad de aprovechar el incidente para fines propios ni contribuyó a socavar
la relación Guaidó-AN, eje de las fuerzas del cambio democrático, sin ocultar
irregularidades que, para superarlas, es preciso exponerlas.
Por
no conocer pormenores me resulta imposible pronunciarme sobre cuánto haya de
verdad en lo anticipado, como tampoco lo hace el propio Humberto, quien solo
enfatiza la necesidad de investigar sin concesiones. Investíguese pues, sin
temor a sus resultados ni a la pretensión inútil de demoler la Asamblea
Nacional, único poder en Venezuela cuya legalidad y legitimidad goza de
inconmovible aceptación mundial y nacional. Debe significar algo bueno para el
cambio democrático que cada vez que una autocracia desaparezca en esta Región,
entre sus primeras reacciones está voltear la mirada hacia Venezuela y
reconocer al eje AN-Guaidó.
En
fin, no encuentro señales de mala fe en Humberto y por el tono civilizado que
de nuevo utiliza, lo recomendable es que se hable con él para llevar sus
objeciones a útiles conclusiones. Es lo que personalmente haré cuando pueda
verlo, que no es fácil en la incomunicada y acuartelada nación nuestra.
No
obstante uno de los temas abordados por Calderón no necesita ser investigado
sino a lo sumo explicado: el del lugar de los políticos según su edad. Es
cómico en cierta forma porque el valor del aporte público está en la
significación que éste tenga más que en la edad del autor.
Si
de edad se habla, quiero subrayar que un gran número de expresidentes de las
FCU de todas las universidades de Venezuela dondequiera y en la condición en
que se encuentren (presos, en el extranjero y en nuestro atormentado país) y de
todas las edades hemos creado de la nada un movimiento para salvar la autonomía
universitaria y la libertad académica que son emblemas hispanoamericanos desde
la Reforma iniciada en 1918 en la pequeña universidad de Córdoba, Argentina.
La
Reforma se expandió como río de azogue encendido por el subcontinente. “Los
jóvenes vivimos en trance de heroísmo” consignó el primer manifiesto de
Córdoba. Y toda esa justa y noble exaltación de la juventud arrancará
declaraciones de admiración en intelectuales tan brillantes como Ortega y
Gasset, Eugenio D’ Ors, Jiménez de Azúa, Rodó, Ingenieros, Vasconcelos.
¡Qué
clase obrera ni qué ocho cuartos! -clamaron-, en Latinoamérica la vanguardia
para la libertad y modernidad es la juventud.
En
la misma línea se manifestó el intelectual peruano Manuel González Prada, quien
era reconocido como maestro de las letras por Haya de la Torre, Mariátegui,
Luis Alberto Sánchez, César Vallejo.
Este
influyente poeta modernista inflaba un poco su retórica quizá por su condición
anarquista. Cerró un breve pero memorable discurso, en el teatro Politeama, con
una frase impactante parecida a la verdad, sin serlo, que no le hubiera gustado
a mi apreciado Calderón:
-¡Los
viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
En
su válida exaltación de los jóvenes, aunque manchada por su inesperado decreto
de muerte contra los mayores –siendo él uno de ellos– de hecho, su explosiva
retórica lo arrojaba al suicidio.
-
Por lo visto, pasar de 50 ya es sospechoso, musita Calderón.
La
edad de oro, como generalmente toda mitificación, atenta contra el más caro de
los anhelos del momento: la plenitud democrática, la libertad, la paz y
prosperidad perdidas en la maraña de utopías afortunadamente en retroceso. No
hay más camino que la unidad sin exclusiones ni diferencias estamentales,
burocráticas o “etarias”. La unidad para lograr ese cambio fundamental que ya
asoma en el horizonte debe incorporar recomendaciones como las de Humberto.
Pero
eso supone borrar del mapa la enfermiza suspicacia y la de dar por veraces las
descalificaciones emanadas de la rivalidad y el interesado ensañamiento.
Todos
caben en la unidad incluso quienes provengan de la otra acera. La justicia no
es venganza y tampoco impunidad, pero una dirección acertada no puede excluir
flexibilidades que nos ayuden a derrotar la desgracia entronizada sin arriesgar
el gran cambio democrático en ciernes.
Arnold
Toynbee explica la dinámica histórica no con dogmas como la lucha de clases
sino como los retos que los seres humanos reciben en cada momento de su vida y
que al vencerlos o no transforman el medio, los instrumentos de trabajo, de
defensa y su visión del mundo. Habló entonces de la ley del desafío y la
respuesta. Los desafíos nos ponen a prueba, las respuestas suponen cerebro
frío, corazón ardiente, unidad amplia y diversa, estilo unitario y serenidad
para aprovechar la experiencia acumulada.
Esos
desafíos no excluyen a ningún amigo del cambio democrático. Los llaman a todos.
-Excluyendo
según la edad, diría González Prada
-Incluyendo
a todos, respondería Calderón.
Porque
si los desafíos de que habla Toynbee son enormes las respuestas tendrán que ser
descomunales.
Américo
Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico