Trino Márquez 12 de febrero de 2020
@trinomarquezc
La
gira de Juan Guaidó por Europa y Estados Unidos constituyó un éxito rotundo.
Tanto, que el régimen de Nicolás Maduro tuvo que aceptar que el líder de la
oposición venezolana ingresara, a plena luz del día, por Maiquetía, el
aeropuerto más importante del país. A diferencia de Delcy Rodríguez, convertida
en motivo de discordia, pues nadie quiere aceptar si, a la media noche de un
día de enero, estuvo o no en territorio español, habló o no por teléfono con
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, o dialogó durante veinte
minutos con José Luis Ábalos, el operador político de Sánchez en el Gabinete
Ejecutivo.
Todo
lo que rodea el arribo de Delcy Rodríguez a España resulta misterioso y
clandestino. En cambio, Guaidó aterrizó en medio de periodistas, diputados y
cámaras que lo enfocaban. A pesar de las ganas que le tienen, la camarilla de Nicolás
Maduro sólo se atrevió a bloquear la autopista Caracas-La Guaira, torpedear el
acceso al aeropuerto de los diputados que bajaban a recibir a Guaidó, y agredir
salvajemente a periodistas y diputados con sus tropas civiles de choque: los
colectivos. Guaidó no fue encarcelado porque llegó bajo el manto protector
tendido por la comunidad internacional.
Las
preguntas, cuyas respuestas no son sencillas, apuntan en la siguiente
dirección: ¿qué hacer ahora?; ¿cómo capitalizar el respaldo internacional?; ¿cómo
obligar al gobierno a que admita que la descomunal crisis nacional sólo
comenzará a resolverse cuando Nicolás Maduro salga de Miraflores,
preferiblemente de forma pacífica y electoral?
El
apoyo internacional recibido por Juan Guaidó no fue para que promoviera un
golpe de Estado o una invasión militar de los países afectados por la ingente
migración de venezolanos, o que se sienten amenazados por las conexiones que
supuestamente existen entre el régimen y grupos terroristas del Medio Oriente,
o por sus vínculos con el narcotráfico o el contrabando de minerales utilizados
para enriquecer el uranio. Ese respaldo no fue para que subvirtiera el precario
orden constitucional existente con un movimiento insurgente. Fue para que
promoviera con todos los factores que quieran incorporarse en esa cruzada, un
movimiento que conduzca a acuerdos para realizar elecciones presidenciales en
el menor plazo posible.
Por
supuesto, la comunidad internacional no es tan ingenua para creer que Maduro y
su grupo de apoyo accederán con facilidad a realizar esos comicios, previa
designación de un CNE confiable para el gobierno y la oposición, y la
aceptación de un conjunto de condiciones que garanticen un proceso transparente
y confiable. Debido a que desconfía de Maduro, y los rusos y cubanos que lo
respaldan, es que los Estados Unidos y cada vez más países democráticos,
consideran que el mecanismo de presión fundamental reside en el incremento
sostenido de las sanciones contra los funcionarios del gobierno y sus
allegados. Esos castigos actúan como un endiablado mecanismo de presión que
seguirá elevando hasta el infinito el costo de mantener a Maduro engrapado al
poder. Ya ni los llamados de un sector de la oposición serviían para reducir
los castigos. Entre los países democráticos y Maduro se produjo una ruptura
irreconciliable, que sólo se saldará si el jefe del Estado da muestras
inequívocas de querer convocar unos comicios presidenciales competitivos.
Aquí
se encuentra el núcleo de las tensiones. Los aliados internacionales de la
democracia exigen elecciones transparentes. Aumentarán el costo de no
convocarlas. En la brecha entre Maduro y esos factores de poder debe colocarse
Guaidó y la oposición, con el fin de que el régimen termine aceptando el
llamado a las elecciones presidenciales. Maduro sabe que un giro de Rusia. Un
acuerdo con míster Trump será suficiente para que él quede completamente
aislado y sin base de apoyo internacional. Este escenario no puede descartarlo.
Venezuela es una pieza importante del panorama latinoamericano, pero al
camarada Putin no le interesa que la nación siga deslizándose por el barranco.
Su punta de lanza en América Latina no puede ser un país arruinado y sin
posibilidades de salir del foso. Recuperar la nación. Llevarla al mismo nivel
que tenía hace veinte años, requiere unas inversiones que los rusos no pueden
realizar; los chinos no quieren; y el capital privado de los países
democráticos no puede debido a las sancione tan férreas que seguirán
aplicándose.
El
enorme triunfo obtenido por Guaidó fuera de nuestras fronteras habría
convertirlo en un poderoso movimiento nacional que, junto a nuestros aliados
internacionales, obligue a Maduro a entender que su futuro depende de que en
Venezuela se realicen en el menor lapso posible unas elecciones presidenciales
confiables para todo el mundo democrático. Esto puede ocurrir junto a las
elecciones parlamentarias, o poco después de los comicios legislativos. Lo que
no sucederá, sin incurrir en un costo gigantesco para Maduro, su gente y el
país, es que esa consulta no se realice.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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