San Josemaría 02 de febrero de 2020
@sJosemaria
«Cor
Mariae perdolentis, miserere nobis!» –invoca al Corazón de Santa María, con
ánimo y decisión de unirte a su dolor, en reparación por tus pecados y por los
de los hombres de todos los tiempos. –Y pídele –para cada alma– que ese dolor
suyo aumente en nosotros la aversión al pecado, y que sepamos amar, como
expiación, las contrariedades físicas o morales de cada jornada. (Surco, 258)
Cumplido
el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir
con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. (Luc., II, 22.)
Y
esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. –¿Te fijas?
Ella –¡la Inmaculada!– se somete a la Ley como si estuviera inmunda.
¿Aprenderás
con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales,
la Santa Ley de Dios?
¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos
purificación! –Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. –Un amor que sea
cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas
divinas la miseria de nuestro corazón.
Un
hombre justo y temeroso de Dios, que movido por el Espíritu Santo ha venido al
templo –le había sido revelado que no moriría antes de ver al Cristo–, toma en
sus brazos al Mesías y le dice: Ahora, Señor, ahora sí que sacas en paz de este
mundo a tu siervo, según tu promesa... porque mis ojos han visto al Salvador.
(Santo Rosario, IV misterio gozoso).
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