Vladimiro Mujica 05 de junio de 2020
@MujicaVladimiro
Las
manifestaciones desatadas a raíz del alevoso homicidio de George Floyd,
perpetrado por un policía en Minneapolis, frente a la mirada impertérrita de
otros tres uniformados, ya llegan a su décimo día y, la combinación de estos
hechos con la pandemia, una compleja situación económica, y la polarización
política de la nación, exacerbada por la cercanía de las elecciones
presidenciales en noviembre, definen un cuadro muy preocupante para la
democracia y el ejercicio de las libertades ciudadanas en los Estados Unidos.
No
cabe ninguna duda de que el asesinato de Floyd, un ciudadano negro, debe ser
condenado sin medias tintas, y que la protesta contra la brutalidad policial,
que opera combinada con un claro elemento de discriminación racial, ha sido el
motivo principal de las manifestaciones, en su mayoría pacíficas, que han
reunido a gentes de todas las razas y religiones en los Estados Unidos. Esta
protesta ciudadana es, sin duda, un elemento central que debe ser reivindicado
por todos quienes creemos en la democracia, la justicia y el imperio de la ley
para todos. Es importante mencionar en este contexto, que este tipo de
situaciones, donde la policía y el sistema legal actúan con mayor fuerza sobre
las minorías de negros y latinos, son, en parte, legado de una complicada
herencia que se remonta al pecado original de la esclavitud en la historia
norteamericana, un escenario que sufrió un cambio radical con la guerra de
secesión y el movimiento de los derechos civiles, profundamente inspirado por
el liderazgo de Martin Luther King. Pero a pesar de los inmensos avances hacia
la integración social y racial que se han producido en los Estados Unidos, y
que se evidencian entre otras cosas en el hecho de que el país eligió en dos
oportunidades a un presidente negro, no cabe ninguna duda de que todavía quedan
muchas tareas pendientes para la sanación de la nación y la construcción de una
sociedad inclusiva para todos. Y también es fundamental entender que la
fortaleza central de la democracia norteamericana es que ha sido capaz de
procesar conflictos muy profundos, sin recurrir al enfrentamiento violento, con
excepción por supuesto del episodio de la guerra civil. Otras sociedades, como
el caso de la antigua Yugoslavia, que no pudieron manejar conflictos similares,
terminaron desintegrándose.
Pero
al lado de las protestas pacíficas, se ha generado una compleja situación que
requiere un cuidadoso escrutinio, porque hay motivos para preocuparse, muchos y
muy serios, por las consecuencias que los acontecimientos de estas semanas
pueden tener para la democracia en los Estados Unidos. En primer lugar, está la
labor de los infiltrados en las manifestaciones, que se pueden clasificar en al
menos tres grupos, de acuerdo a las informaciones recogidas en los medios de
comunicación, las redes sociales y las autoridades federales: grupos
fascistoides de ultra izquierda, ligados al chavismo y a organizaciones como
Pink Code, que dirigió el asalto a la embajada de Venezuela en Washington;
grupos activistas, presumiblemente anti-fascistas, como Antifa, y grupos extremistas
islámicos. Estas organizaciones han estado actuando claramente de manera
coordinada y con una estrategia de acción y comunicaciones que desafía a los
cuerpos policiales y militares. Estos infiltrados son los principales
responsables de los actos de violencia, conjuntamente con la delincuencia y los
inadaptados que rodean a mucha manifestaciones que comienzan siendo pacíficas y
terminan en actos violentos. A toda esta acción de los infiltrados en las
concentraciones públicas, hay que sumarle un complejo entramado de
desinformación y creación de verdades a la medida y fake news que se adelanta
desde las redes sociales a través de actores humanos y robots manejados desde
las naciones enemigas de Estados Unidos, como China, Rusia, Cuba e Irán.
Pero
toda esta complicada realidad de perturbación social, que crea un riesgo real
de violencia, palidece en importancia frente a la situación de polarización
política que vive la nación y que abre la puerta para escenarios muy riesgosos.
El manejo extremadamente politizado que han hecho tanto republicanos como
demócratas de la situación es muy preocupante. La colección de simplificaciones
y argumentos enormemente sesgados como los que sostienen que el Partido
Demócrata está controlado por fuerzas izquierdistas y pro-comunistas que
instigan y financian las protestas con el dinero de Soros, o que la
administración de Trump y el Partido Republicano están dominados por
supremacistas blancos que pretenden instaurar una tiranía militarizada, son muy
peligrosos no solamente porque son abiertas manipulaciones y simplificaciones
grotescas, sino porque conducen de manera irreversible a una división cada vez
mas profunda e irreparable de la sociedad norteamericana.
No
es de extrañar que una parte de la diáspora venezolana se haga eco de las
vergonzosas distorsiones y trivializaciones que difunden las redes sociales. Es
lamentable leer como algunos de nuestros compatriotas usan la presencia de
chavistas infiltrados en las manifestaciones para exigir que se elimine a los
izquierdistas y comunistas, o que se reprima a los negros sublevados. Ignoran
con esa conducta que la mayoría de la gente que ha estado participando en las
demostraciones públicas, negros, blancos e hispanos, tienen un motivo legítimo
para hacerlo y que sus actos están protegidos por la Primera Enmienda a la
Constitución de los Estados Unidos. Una cosa es denunciar la injerencia obscena
del chavismo en promover las protestas violentas en Chile, Ecuador y ahora los
Estados Unidos. Eso se debe ejecutar sin cortapisas, sobre todo porque el no
hacerlo puede conducir a que se desate una campaña de xenofobia contra los
venezolanos y a que se debiliten las posibilidades de que quienes están
solicitando asilo lo obtengan. Otra, muy distinta, es reaccionar
irracionalmente y promover el mismo estado de corrupción del debate político
que condujo a la aparición de la desgracia chavista en Venezuela.
En
otra dirección de este intricado laberinto, existe la posibilidad de que el
gobierno de Trump intente una demostración dramática de poderío militar contra
el régimen venezolano o el iraní, con el argumento de que los infiltrados en
las manifestaciones estarían generando un acto de agresión interna. La
probabilidad de que esto ocurra no es nula, y ello significaría un cambio
dramático tanto en la dinámica electoral interna de los Estados Unidos, como en
la situación venezolana.
Tiempos
de alarma para una de las democracias más sólidas del planeta. Una con la cual
todo el mundo occidental tiene una deuda muy importante por la derrota del
nazismo y por ponerle freno al engaño comunista. Eso quizás no se entienda con
claridad en nuestro medio, por la relación de amor-odio que los latinos tienen
con los Estados Unidos, pero cabe poca duda de que el vigor de la democracia
norteamericana es algo que a todos, especialmente a los venezolanos, nos
convendría preservar dentro de un claro espacio bi-partidista. Ya deberíamos
haber aprendido que estimular la polarización social es la muerte de la
democracia. Pero después de 22 años de chavismo, seguimos sin aprenderlo.
Vladimiro
Mujica
@MujicaVladimiro
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