Por Piero Trepiccione
La pandemia provocada por la
COVID–19 ha desnudado en gran forma los grandes males que sufren los Estados en
cuanto a su capacidad de respuesta frente a determinadas situaciones
coyunturales. Pero también ha mostrado en forma de vitrina los formatos de
actuación de muchos gobiernos alrededor del mundo que han dejado traslucir
los grandes problemas de autoritarismo que afectan a las sociedades actuales.
China, Rusia, Estados
Unidos, España, Japón, Corea del Sur, Irán, Venezuela, Siria, México, Colombia,
Gran Bretaña, Argentina, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Chile, Nigeria,
Argelia, Sudáfrica, Corea del Norte, entre muchos otros países, con signos
ideológicos diferentes y con organizaciones estatales muy marcadas en cuanto a
mayor o menor democracia, pasan por un recrudecimiento de acciones que
rayan en características autoritarias.
Por lo tanto, este debate
global entre el significado de la democracia y el autoritarismo está cobrando
una vigencia inusitada. Parecen estar asomándose en la palestra nuevos tiempos
y nuevas circunstancias difíciles de comprender, pero abiertamente contrarias
al bienestar general y a la convivencia democrática. El deterioro en los
esquemas de procesamiento de las disputas por el poder está abriendo grietas
importantes en muchos Estados alrededor del mundo provocando grandes brechas de
injusticia.
Espacio para el
neo–autoritarismo
Comienzan a aparecer
estudios que indican que gracias a la aparición de las redes sociales, muchos
gobernantes han iniciado formas de comunicación directas con la gente que van
más allá de los medios tradicionales. Esto, obviamente, ha tenido su lado bueno
en el sentido de acercar y facilitar la comunicación política. Es decir, la que
se debe darse entre gobernantes y gobernados; pero también ha roto algunos
equilibrios de poder. Esta ruptura ha apuntalado ciertos rasgos de
autoritarismo por la independencia de emitir mensajes directos
privilegiando la comunicación por encima de la gestión de gobierno.
Como consecuencia de esto,
estamos viendo un incremento del protagonismo del líder o los líderes por encima
de un buen clima institucional. El llamado “hiperliderazgo” ha hecho que se
centre la atención y el manejo del poder en figuras individuales que se ven
como si tuvieran la capacidad de resolver todos los males sin que para ello
necesiten al Estado y sus instituciones. La personalización excesiva del
liderazgo político nos está llevando a estadios ya superados del populismo y la
demagogia y está alimentando la aparición, con mucha fuerza, de los rasgos
autoritarios, ahora denominados como “neo-autoritarismos”.
El debate entre más y mejor
democracia frente a los autoritarismos y totalitarismos se hace necesario
para desnudar el ascenso vertiginoso de las injusticias y las formas de
opresión actuales. Parece contradictorio, pero este 2020 está hablando muy
claro. O impulsamos fuertemente la convivencia democrática basada en leyes y
acuerdos consensuados o corremos el enorme riesgo de dar paso a otras formas de
civilización más parecidas a las de épocas superadas que al nuevo siglo.
07-06-20
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