Ismael Pérez Vigil 06 de junio de 2020
Además
de la salud, la vida y la tranquilidad de toda la humanidad, una de las cosas
que el coronavirus afectó, de una manera determinante y que aún no se sabe cómo
se repondrá, es el liderazgo político, que a su vez arrastra la credibilidad de
los partidos, ya de por sí muy deteriorada. El futuro de estos dos temas,
liderazgo y partidos políticos, rondan en la mente y en la preocupación de los
analistas políticos.
Estamos
claramente ante una situación límite de la humanidad –como la definiría el
filósofo Karl Jaspers, hace ya más de un siglo– en la que no basta con el
conocimiento científico para luchar contra la pandemia, sino que requiere e
implica fuerza y determinación para enfrentar algunas de las secuelas, que en
lo político, social, cultural y económico nos va a dejar la situación que
atravesamos. Eso implica evaluar dos de los instrumentos políticos con los que
contamos, líderes y partidos. Retomaré en una próxima ocasión el tema de los
partidos, pero ahora reflexionaré sobre algunas ideas con relación al otro
termino de esta ecuación, el liderazgo.
La
precariedad del liderazgo político mundial, con honorables y honrosas
excepciones, hace que muchos de los líderes, al frente de gobiernos, se hayan
refugiado en una mayor centralización del poder, en autoritarismo, en un
exacerbamiento del poder del estado, que muchos tememos que ponga en peligro la
libertad y los derechos individuales, que en otro momento no se hubiera
presentado, ni aceptado. Y no hablo de Venezuela, en donde la violación de los
derechos humanos y libertades y el autoritarismo se ha entronizado desde hace
varios años, mucho antes del coronavirus. Sobre eso ya mucho hemos hablado.
A
nivel internacional, hoy es frecuente echar de menos y recordar a grandes
líderes del pasado y pensar en cómo ellos habrían enfrentado esta situación. Se
invoca a sus características de visionarios, de haber sido líderes confiables,
creíbles, seguros, que inspiraban a sus pueblos, dotados de ingenio y de
propuestas esclarecedoras, con capacidad de sacrificio, disposición a correr
riesgos y de renunciar a sus metas particulares e inmediatas –usualmente
electorales–; en fin, se piensa en todas las cualidades con las que en los
libros se adornan a los líderes. Pero, se dice resignadamente sobre los de
ahora que estos son los bueyes con los que nos tocó arar. Y así es.
Nuestro
problema en Venezuela es que, dada nuestra tradición caudillista y autoritaria,
exacerbada los últimos 21 años, al líder autoritario, expresión de la realidad
en que vivimos, le queremos oponer uno de la misma raigambre; y nos
desesperamos si no aparece a tiempo. Es común que en épocas de crisis busquemos
al líder equivocado. Al que tiene las respuestas en el bolsillo, las
decisiones, la fuerza y un claro panorama de cuál es el futuro que nos espera;
alguien que nos diga de manera clara a donde ir y que convierta en simples
algunos de los complejos problemas que confrontamos. Este es un estilo de
liderazgo, producto de la imagen que el venezolano tiene de la sociedad en la
que vive. Me niego a aceptar este tipo de líder para la sociedad democrática y
moderna que queremos construir y con la que queremos reemplazar este régimen de
oprobio.
No
podemos desaprovechar esta oportunidad, única, para plantearnos y soñar con
otro tipo de líder. Tenemos que abandonar el estilo de liderazgo que hemos
arrastrado por años, ese que se ha destapado con sus peores muestras durante
esta pandemia; ese que deja de lado la consulta a los ciudadanos y se refugia
sin más en el autoritarismo, en imponer su voluntad y sus intereses inmediatos.
Aprendimos
del modo más cruel posible que aquella idea de Marshall McLuhan de que vivimos
en una “aldea global”, es una realidad, para bien y sobre todo para mal. No
será posible superar los graves problemas de la humanidad –como el que ahora
vivimos– con más aislamiento, sino con mayor integración, mayor comunicación,
más globalización; y eso requiere de profundizar algunas relaciones y sobre
todo de líderes capaces de impulsar nuevas ideas.
Debemos
aspirar a otro estilo de líder, diferente al que hemos estado viendo, el que se
manifestó en estos meses y que ya hemos descrito. El líder que necesitamos es
el líder que nos rete y nos obligue a movilizarnos, a confrontar los problemas;
un líder que mida su éxito en el progreso que alcanzamos, como ciudadanos y
como comunidad, en la resolución de los problemas que como sociedad se nos
presenten. Un líder que interactúe, que nos influencié y se deje influenciar
por nosotros. Un líder que se defina más por la actividad que desarrolla, que
por su posición en la estructura social u organizativa que detenta. Necesitamos
líderes que negocien conscientes de que hay múltiples intereses en juego y que
todos deben ser atendidos, pero sin caer en la componenda y en el arreglo para
mantener cuotas de poder. Estamos en la búsqueda de ese tipo de líder y
esperamos que tras la pandemia se pueda imponer.
Aterrizando
ahora en Venezuela, ¿Es posible aspirar hoy a ese tipo de liderazgo, tras un
año como el 2019, que para muchos fue de frustraciones políticas? Si la única
manera de enfrentarse, con éxito, a los retos post pandemia y a un régimen como
el que nos agobia, es mediante un liderazgo –o una organización– que pueda
nuclear y articular a su alrededor otros intereses, tal parece –es el sentir
mayoritario al menos– que desgraciadamente no lo tenemos en este momento; hay
que construirlo –afortunadamente no desde cero– mostrando coherencia, consistencia
y constancia pues lo más grave, como ya dije, es que tenemos en nuestra cultura
política y valores enraizados, una serie de vicios, entre ellos la mentalidad
autoritaria y caudillista.
Queremos
un nuevo tipo de liderazgo, que nos pueda llevar a un mundo distinto y sí ahora
no podemos lograr ese líder, de manera completa y cabal, debemos ayudar a que
nuestro liderazgo político actual se consolide, exigiéndole que nos plantee de
manera clara, con voz firme –que no admita dudas, aventuras y salidas improvisadas–,
que ponga los pies sobre la tierra y nos proponga metas alcanzables, posibles,
a partir de las cuales nos podamos organizar, para ir construyendo la opción de
sociedad que queremos. ¿Es posible esto? ¿Estará el liderazgo actual a la
altura de ese desafío? Ese es el reto, en el cual debemos apoyar a nuestros
líderes políticos actuales a emprender ese camino, pues muchos de ellos se han
jugado mucho. Que no caiga en el vacío ese esfuerzo.
Volveré
la próxima semana con el tema de cómo se compagina esto con los partidos
políticos que debemos construir y el aporte que puede hacer la sociedad civil
al respecto.
Ismael
Pérez Vigil
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico