Por Gregorio Salazar
A la distancia su
metálica estructura podía parecer tres gigantescos embudos o confundirse con
tres silos de regular tamaño, pero más allá de su sencilla apariencia la
Refinería de San Lorenzo, la primera construida en Venezuela, era para su época
de lo más moderno en tecnología del petróleo.
La muy bien documentada
historia de nuestra industria petrolera señala que la Caribbean Pertróleum
Company terminó su instalación a finales de 1916 y la puso a operar plenamente
el 17 de agosto de 1917. Bombeaba petróleo a vapor, que procesaba a razón unos
dos mil barriles diarios, capacidad que elevó mediante ampliaciones a 10 MBD en
1926 y a 38 MBD en 1938. El crudo refinado era transportado por una vía férrea
de 15 kilómetros hasta el terminal de Mene Grande, desde donde se enviaba al
exterior.
En el transcurso de un
año la refinería de San Lorenzo comenzó a producir gasolina y en esa etapa
proveyó el reducido mercado interno. Un dato anecdótico, de esos que pueden
permanecen perdidos para siempre en el océano de papel amarillento de las
hemerotecas, da cuenta que los señores de la Petróleum decidieron enviarle
al amo del poder en Venezuela una muestra de su producto. Lo contrario
hubiera sido obviamente una descortesía de mucha inconveniencia empresarial.
Así, en junio del 1918,
El Nuevo Diario publicaba la noticia, replicada luego en los periódicos del
interior (Panorama, 6-6-1918), de que en esos días Gómez había recibido desde
el remoto San Lorenzo, en la orilla occidental del Lago de Maracaibo, un tambor
de gasolina. La empresa, según la nota, admitía inversiones por 18 millones de
bolívares.
De modo que el dictador
palpó, se mojó los dedos, olió aquel destilado, pero antes había olfateado
mejor, y con él su familia y sus amigos, que el nuevo negocio iba a ser más
lucrativo que todas las vacas y sembradíos habidos en toda la historia de Venezuela.
Al fin, también, iban a cuadrar las cuentas. El régimen, y desde luego los
venezolanos, nos habíamos sacado el premio gordo de una lotería que no
necesariamente tenía que ser maldita, aunque la historia parece indicar que
incomprensible y dolorosamente así lo ha sido.
En pocas décadas la
industria petrolera creció a niveles exponenciales en toda la amplia gama
posible de sus actividades, incluida por supuesto la producción de gasolina. Si
algún sitial teníamos en el mundo cuando Chávez llegó al poder era el de ser
una de las grandes potencias petroleras. A propósito del catastrófico derrumbe
de Pdvsa precipitado en dos décadas de chavismo, se ha recordado que la
capacidad instalada de las cinco principales refinerías nacionales daba para
producir 1 millón 100 mil barriles diarios. Pero si ese dato no fuera
suficientemente revelador tómese en cuenta que entre 1975 y 1982 se fugaban
hacia Colombia 300 mil litros por día. Y nunca oímos decir que eso fuera causa
de escasez de combustible en Venezuela.
Con la misma estúpida
fatuidad con la que Chávez fanfarroneaba de tener en los puertos una fila de
barcos argentinos llenos de alimentos importados, al tiempo que condenaba a
muerte la producción agrícola y pecuaria en un país con todos los elementos
para potenciarla, el régimen celebra ruidosamente la llegada de tanqueros
iraníes con gasolina. Sólo faltó declarar un día de júbilo y la consabida
retreta de cohetes.
Pues sí, después de más
cien años de una poderosa industria petrolera estamos importando gasolina. Por
las redes hay quien ha visto semejante desgracia como el que Escocia tuviera
que importar whisky o España aceite de oliva y jamones serranos. Detrás de la
celebración es fácil imaginarse el corre corre en artículo mortis para ver cómo
reactivan algunas de las plantas gasolineras de un país paralizado.
La primera semana de
“distribución” ha llevado a la frustrada ciudadanía, otra vez, al borde de la
histeria. Escenas denigrantes: en medio de una situación de pandemia, los
usuarios son obligados a una espera de más de doce o quince horas, como mínimo,
para recibir 30 litros de gasolina, en filas interminables expuestas al hampa y
a la intemperie, reyertas, detenciones, censuras y detenciones de periodistas,
para regresar finalmente la mayorías de ellos sin una gota de combustible a sus
hogares donde usualmente falta comida, agua, gas y electricidad.
¿Qué más quieren,
señores del régimen? ¿Qué más les queda por destruir? ¿Qué más les falta para
disfrutar lo mal habido bajo el ala protectora de sus cómplices cubanos? ¿No
está bueno de fracasos y de ensañamientos? ¿Qué tal si, al fin, se deciden a
dejar que los venezolanos reconstruyamos en paz a esta atribulada Venezuela que
ustedes han convertido en un mantel de cenizas?
07-06-20
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