Francisco Fernández-Carvajal 04 de junio de
2020
@hablarcondios
— Presencia continua del Ángel Custodio.
— Devoción. Ayuda en la vida ordinaria y en el
apostolado.
— Acudir a su auxilio en la vida interior.
I. Además de la
creación del mundo visible y del hombre, Dios quiso también difundir su bondad
dando el ser a los ángeles, criaturas exclusivamente espirituales, de una
perfección altísima.
Los ángeles, espíritus puros –sin composición de
materia o cuerpo–, son las criaturas más perfectas de la creación. Por una
parte, su inteligencia procede con una simplicidad y agudeza de las que el
hombre es incapaz, y su voluntad es más perfecta que la humana. Por otra parte,
al estar ya elevados a la visión beatífica, son criaturas glorificadas que ven
a Dios cara a cara. Esta mayor excelencia, por naturaleza y por gracia,
constituye a los ángeles en ministros ordinarios de Dios –que quiere servirse
corrientemente de causas segundas en el gobierno del mundo–, y les capacita
para influir sobre los hombres y los seres inferiores. «El nombre que la
Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en la Revelación es
la verdad sobre las tareas de los ángeles respecto a los hombres:
ángel quiere decir, en efecto, mensajero»1.
En muchos lugares del Nuevo y del Antiguo Testamento
se nos habla de ellos, y de tal manera es patente su presencia que es
inseparable de la acción salvadora de Dios en favor de los hombres2.
Además de intervenir en acontecimientos singulares de
la historia humana, los ángeles actúan continuamente en la vida personal de los
hombres, pues «la providencia de Dios ha dado a los ángeles la misión de
guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre»3.
Son una muestra más de la bondad divina con nosotros, y por eso socorren,
animan, confortan, y nos llaman al bien, a la confianza y a la serenidad. Todo
un libro del Antiguo Testamento está dedicado a relatar la ayuda de un
arcángel, San Rafael, a la familia de Tobías4.
Sin dar a conocer su condición angélica, acompaña al joven Tobías en un largo y
difícil viaje, y le presta consejos y servicios inestimables; al final de la
narración, él mismo se presenta: Yo soy Rafael, uno de los siete santos
ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tienen entrada ante la
majestad del Santo5.
El Señor conocía bien la conducta honrada de aquella familia: Cuando
orabais (...) yo presentaba ante Dios vuestras oraciones. Cuando enterrabas a
los muertos, también yo te asistía. Cuando con diligencia los sepultabas (...)
yo estaba contigo6.
Nuestra vida es también un largo camino, y al final de
ella, cuando con la ayuda de la gracia estemos en la casa de nuestro Padre
Dios, el Ángel Custodio también podrá decirnos: «yo estaba contigo», pues los
Ángeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar el fin
sobrenatural al que es llamado por Dios. Yo mandaré un Ángel delante de
ti -dijo el Señor a Moisés- para que te defienda en el camino
y te haga llegar al lugar que te he dispuesto7.
Agradezcamos al Señor que haya querido encomendarnos a
estos príncipes del Cielo tan inteligentes y eficaces en su operación, y
manifestemos frecuentemente la estima que les profesamos.
II. Los Hechos
de los Apóstoles narran algunos episodios que nos enseñan la solicitud
de los ángeles por el hombre: la liberación de los Apóstoles de la prisión, y
sobre todo la de Pedro, amenazado de muerte por Herodes; o la intervención de
un ángel en la conversión de Cornelio y de su familia, o el que lleva al
diácono Felipe hasta el ministro de la reina Candace, en el camino de Jerusalén
a Gaza8.
El Papa Juan Pablo II citaba estos hechos a modo de
ejemplo en su catequesis sobre los ángeles. Y comenta: «se comprende cómo en la
conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el ministerio
confiado a los ángeles en favor de los hombres. Por ello, la Iglesia confiesa
su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta
especial, y recomendando el recurso a su protección con una oración frecuente,
como en la invocación del “Ángel de Dios”. Esta oración parece atesorar las
bellas palabras de San Basilio: “Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor
y pastor, para llevarlo a la vida”»9.
Esta oración del «Ángel de Dios», que tantos
cristianos han aprendido de labios de sus padres, suele tener en los países de
lengua castellana esta versión, con ligeras variantes: Ángel de Dios,
bajo cuya custodia me puso el Señor con amorosa piedad, a mí que soy vuestro
encomendado, alumbradme hoy, guardadme, regidme y gobernadme. Amén. Es una
oración breve que sirve desde que se tienen pocos años de edad, y continúa
haciéndonos bien cuando ha pasado ya buena parte de la vida y seguimos teniendo
la misma necesidad de protección y amparo. Si hacemos el propósito de tratar
más al Ángel de la Guarda durante el día de hoy, no dejaremos de notar su
presencia y recibiremos muchas gracias y ayudas por su mediación. Además de su
auxilio espiritual, nos prestará su apoyo y colaboración en las pequeñas
necesidades de la vida ordinaria: encontrar algo que habíamos perdido,
acordarnos de un asunto olvidado que nos es necesario tener presente, ser
puntuales... En todo aquello que se ordena a la gloria de Dios –y todo lo
humano recto puede ser ordenado y dirigido– podemos contar con la ayuda de
nuestro Ángel de la Guarda10.
También podemos relacionarnos con los Ángeles
Custodios de nuestros amigos, de modo particular en la tarea de acercarlos al
Señor y de evitar que se alejen de Él: sugiriendo un oportuno cambio de
conversación, apoyando una iniciativa para que se acerquen al sacramento de la
Penitencia o para que asistan a un medio de formación ascética o doctrinal...
La piedad cristiana considera desde antiguo que allí
donde se encuentra reservada la Santísima Eucaristía hay ángeles adorando
constantemente a Jesús Sacramentado. El arte cristiano, recogiendo la piedad
popular, ha representado muchas veces a los ángeles que rodean las custodias con
las caras tapadas con sus alas, porque se consideran indignos de estar en su
presencia. ¡Tan grande es su majestad! Pidámosles nosotros que nos enseñen a
tratar con amor a Jesús, realmente presente en el Sagrario, y a la vez con la
mayor reverencia que podamos.
III. A
pesar de la perfección de la naturaleza espiritual, los ángeles no tienen un
poder y una sabiduría divinas; no pueden leer en el interior de las
conciencias, pues no poseen un saber ilimitado. Por eso es necesario que les
demos a conocer lo que necesitamos de ellos en cada ocasión. No hacen falta
palabras; pero sí es necesario dirigirse a ellos con la mente, pues su
inteligencia está capacitada para conocer lo que imaginamos y pensamos
explícitamente. De ahí la frecuente recomendación de fomentar una honda amistad
con el propio Ángel Custodio.
En el orden sensible, el trato con el Ángel Custodio
es menos experimentable que el de un amigo de la tierra, pero su eficacia es
mucho mayor. Sus consejos vienen de Dios y penetran más profundamente que la
voz humana; su capacidad para oírnos y comprendernos es inmensamente mayor que
la del mejor amigo; no solo porque su permanencia a nuestro lado es continua,
sino porque penetra mucho más hondamente en lo que necesitamos o expresamos.
Es muy valiosa la asistencia que nos puede prestar en
nuestra vida interior, facilitando nuestra piedad, orientándonos en la oración
mental y en las oraciones vocales, y particularmente en la presencia de Dios.
Nuestro Custodio pondrá a raya la imaginación si se lo pedimos, cuando persista
en dificultarnos el trabajo o el trato con Dios. Nos sugerirá de algún modo
propósitos de mejora, o una manera sencilla y práctica de concretar algún buen
deseo que hasta entonces permanecía inoperante. Siempre tendremos el recurso
confiado de rogarle que se dirija por nosotros al Señor, diciéndole lo que, por
nuestra torpeza, no sepamos expresar en la oración personal11,
o nos sugiera en la dirección espiritual las palabras adecuadas para vivir
plenamente la sencillez y la sinceridad, después de hacer junto a él el examen
de conciencia. En la debilidad, su trato nos tornará más serenos.
La misión del Ángel Custodio comienza en la tierra,
pero tendrá su cumplimiento en el Cielo, porque su amistad está llamada a
perpetuarse para siempre. Su contenido es tan íntimo y personal que los
vínculos de amistad sobrenatural que nacieron en la tierra permanecerán en el
Cielo. En el momento en que demos cuenta a Dios de nuestra vida será el gran
aliado. «Él será quien, en tu juicio particular, recordará las delicadezas que
hayas tenido con Nuestro Señor, a lo largo de tu vida. Más: cuando te sientas
perdido por las terribles acusaciones del enemigo, tu Ángel presentará aquellas
corazonadas íntimas –quizá olvidadas por ti mismo–, aquellas muestras de amor
que hayas dedicado a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.
»Por eso, no olvides nunca a tu Custodio, y ese
Príncipe del Cielo no te abandonará ahora, ni en el momento decisivo»12.
Será nuestro mejor amigo aquí en la tierra y más tarde en la eternidad.
1 Juan
Pablo II, Audiencia general 30-VII-1986. —
2 Cfr. ídem, Audiencia
general 9-VII-1986. —
3 Catecismo
Romano, IV, 9, n. 4. —
4 Cfr. Primera
lectura de la Misa, Año I, Tob 11, 5-17. —
5 Tob 12,
15. —
6 Cfr. Tob 12,
12-14. —
7 Ex 23,
20. —
8 Cfr. Hech 5,
18-20; 12, 5-10; 10, 3-8; 8, 26 ss. —
9 Juan
Pablo II, Audiencia general 6-VIII-1986. —
10 Cfr. G.
Hubert, Mi ángel marchará delante de ti, Palabra, 7ª ed.,
Madrid 1985, p. 155. —
11 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 272. —
12 ídem, Surco,
n. 693.
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