Por José María Vargas
La maestría de José
María Vargas en medicina y, en especial, su vocación humanitaria quedó
consagrada en 1832 con sus recomendaciones para la prevención y profilaxis de
la pandemia de cólera morbus asiática. El 8 de agosto de ese año con el nombre
de Instrucción popular acerca de la cólera morbo, o su mejor método de
preservación: su descripción y el tratamiento que la experiencia ha probado ser
más feliz, Vargas dicta sus recomendaciones que conservan vigencia hoy en día
ante otra pandemia mundial.
Ilustración de Lucas García para el cómic «Vargas: la voluntad de lo civil», de Jesús Piñero
Instrucción popular
acerca de la cólera morbo, o su mejor método de preservación: su descripción y
el tratamiento que la experiencia ha probado ser más feliz
Cuando la cólera morbo,
llamada asiática, ya ha invadido este continente después de haber llenado de
terror casi todo el antiguo, en la dirección de oriente a poniente, y en una
extensión de latitud muy considerable; cuando desde el Canadá ya viene
marchando hacia el sur afligiendo los Estados de América del Norte: es
indispensable llevar a su debido cumplimiento todas las medidas de aseo y
limpieza pública recomendadas por el Gobierno, cooperar a ellas con las
domesticas y personales análogas, y preparar los auxilios necesarios para un caso
de conflicto, si es que la Divina Providencia en su justicia permite que
también nosotros experimentemos tan terrible azote. Pero además es muy
conveniente que se generalice entre todos el conocimiento de aquellos medios de
procurar la preservación posible contra la influencia de este mal, conforme a
la experiencia de todos los países que ya lo han sufrido, el de las señales con
que se manifiesta, y en fin, el de los métodos más acreditados de curación, de
manera que cada persona sea capaz de tributar a su pariente, amigo, compañero o
vecino, un auxilio pronto, el más eficaz en esta enfermedad, sin perder
momentos por aguardar la asistencia de un médico.
Nada más natural que el
pavor que inspira una epidemia universal y prontamente mortífera que en el
espacio de quince años ha dado vuelta a todo el mundo desde el Japón y los
archipiélagos del Asia hasta el Canadá; que marchando en todas direcciones,
penetrando en los países por las montañas y llanuras, según el curso de los
vientos y contra ellos, sin respetar estación, localidades y ni aun siquiera
climas o costumbres, parece que tiene por límites de su influencia los mismos
de la tierra; que ha devastado muchas ciudades muy populares del Asia, afligido
muchas de Europa, sacrificando en tan corto tiempo muchos millones de hombres y
que ya viene enseñoreándose en nuestro continente.
Sin embargo es muy
consolatorio observar, que ha hecho su mayor mortandad en los primitivos
tiempos de su desarrollo, en las ciudades muy populosas y poco civilizadas de
Asia; y que a proporción que ha ido avanzando al oeste en la civilizada Europa,
su desoladora influencia ha sido inmensamente limitada, y muy disminuida la
malignidad de su carácter; que apenas ha llegado a uno por cada ciento y aun
por cada doscientos el número de los acometidos en aquellas mismas poblaciones
que presentaban más exposición a su severidad; que las circunstancias que
favorecen su influjo han sido también conocidas, que las medidas de aseo y
limpieza, templanza y régimen en el modo de vivir por lo general han desarmado
su furor. Que bajo este respecto se puede asegurar que el hombre la comanda más
que a otras muchas epidemias de viruela, escarlatina, fiebres, influencias
catarrales, etc., que indistintamente atacan a todos los habitantes de los
lugares infestados. Esto ha hecho conocer y decir con razón que la cólera es
más horrible cuando se teme, que peligrosa cuando ya se experimenta por lo que
hace a la universalidad de su invasión. Si a esto añadimos las grandes
garantías que nos ofrecen nuestro clima equinoccial, y nuestra población
diseminada con respecto a muchas enfermedades contagiosas en los países
templados y fríos y que aquí nunca reinan con este carácter: tendremos motivos
de esperar que no nos visite este ángel exterminador; o por lo menos, que
tomando las precauciones preservativas que han empleado otros países seremos
muchísimo mejor librados que ellos.
Medios preservativos
contra la cólera morbo
Las fuertes pasiones de
ánimo, la cólera, el miedo, el susto, la gran alegría, etc., predisponen al
mal. Es preciso conservar nuestra alma tranquila: las razones susodichas deben
disminuir muchísimo el temor de su ataque. Así no debemos pensar en él, sino
con el objeto de adoptar las precauciones necesarias para impedirlo. Cuanto
menor sea el miedo, menor será el peligro.
Es una observación
constante que cuanto más puro es el aire, menos exposición hay a la cólera
morbo. Así nunca será demasiado todo el cuidado que se ponga en conservar la
salubridad de nuestras casas. No deben vivir muchas personas, menos dormir en
un mismo aposento. Todos los cuartos deben ser ventilados por la mañana, y en
el curso del día, abriendo las puertas y ventanas tan frecuentemente como sea
posible. Si hay aposento u otras piezas de la casa que por mal ventiladas
tengan mal olor, purifíquense o poniendo en ellos vasijas con agua impregnada
de cloruro de cal o de sosa (*), para lo cual basta disolver una onza de esta
sal en dos botellas de agua; o encendiendo un poco de fuego de carbón o de
leña, cerrando en ambos casos la pieza y absteniéndose de respirar el vapor del
carbón cuando es éste el que se emplea.
Cuídese de no abrir las
puertas y ventanas hasta no estar uno vestido para no exponerse al resfriado; y
aun es mejor pasar a otra pieza durante esta operación. No convienen las
cortinas o colgaduras demasiado tupidas que impidan el libre tránsito del aire
alrededor de nuestras camas.
Las tintas, barriles y
otros utensilios de lavar o asear las personas y muebles deben limpiarse con
prolijidad y prontitud después de su uso, y no dejarse llenos de agua sucia.
Bien aseados y con agua limpia, purifican el aire libre.
El aire húmedo de los
aposentos, malsano en todos tiempos, es muy peligroso cuando prevalece la
cólera; así no debe secarse la ropa dentro de las piezas de habitación, mucho
menos dentro de los dormitorios. Es indispensable conservar el mayor aseo no
sólo en los aposentos, sino en toda la casa y en sus arrimos. Las cloacas deben
estar muy limpias y purificadas con cal si no tienen corriente, o bien lavadas
sin permitir el depósito de inmundicias, si por ellas corren acequias de agua
sucia. Manténganse los agujeros o asientos bien tapados, todo el tiempo en que
no hayan de ser usados.
Las cañerías de agua
sucia y mucho más las de agua limpia, los pozos, lavaderos, albañales y demás
depósitos, o desagües exigen gran cuidado y limpieza, pues con la negligencia
se convierten en otros tantos lugares de infección y pestilencia que exponen la
salud y la vida no solamente de los que viven cerca, sino también de los
transeúntes.
La influencia de la luz
contribuye mucho a la purificación de nuestras casas y a la conservación de la
salud. Así la abertura de las puertas y ventanas contribuye a la salubridad no
solo renovándose el aire, sino dando libre paso a la luz.
Todos los despojos y
basuras, animales o vegetales deben ser arrojados inmediatamente lejos de las
casas. La conservación dentro de ellas de animales domésticos inútiles, que en
todo tiempo es desagradable, cuando reina una enfermedad de la especie de la
cólera, es perniciosa. Los puercos, gallinas, palomas, conejos, etc., no deben
criarse en lugares estrechos, ni aun en corrales capaces si no hay bastante
aseo y ventilación.
Los que habitan las
casas particularmente en aquellos barrios muy poblados de gente pobre y calles
angostas deben redoblar la vigilancia sobre la limpieza, porque el descuido de
unos compromete la salud y la vida de los otros: en todos casos y mucho más en
el de tener una epidemia como la cólera, el aseo común es parte principal del
bien común.
Los resfriados o
calofríos se consideran por todos los médicos que han observado esta enfermedad
una de las causas más favorables a su desarrollo. Así es preciso por medio del
vestido conservar el cuerpo en buen calor, abrigar bien el vientre y mantener
los pies libres de la acción del frío. Un ceñidor de lana alrededor del
vientre, el chaleco de franela pegado al cutis y el escarpín de lana son muy
convenientes a las personas delicadas y muy susceptibles de las impresiones del
frío y humedad. La sequedad y el aseo de las piezas de ropa interna apenas
necesita de recomendación; nada es más perjudicial que dejarlas pegadas al
cuerpo estando húmedas.
Los pies de las
personas que habitualmente van calzadas deben ser lavados con agua templada y
bien protegidos contra la humedad y el frío. Una de las causas que más
fácilmente obran sobre el estómago y producen aun la cólera morbo común, es su
exposición repentina al frío y a la humedad estando calientes, o la aplicación
de aquél y ésta por algún tiempo. Un descuido de esta especie cuando reina este
mal ha traído efectos funestos.
El temor de cortar la
transpiración y resfriarse debe impedir que aun cuando la estación es calurosa
se duerma con las ventanas abiertas o al aire libre. Sin embargo, la
temperatura de los aposentos debe ser moderada porque siendo muy elevada, hace
a las personas que los habitan más susceptibles de las impresiones del frío
exterior. Por la misma razón conviene recogerse temprano y no pasar una parte
de la noche, particularmente si es fría o húmeda, en partidas de juegos o
entregados a los excesos de comer y beber.
Es preciso llevar una
vida activa y bien ejercitada, evitando sin embargo toda fatiga excesiva, pues
este es uno de los más seguros medios de conservar la salud y la tranquilidad
del ánimo. Los pasatiempos que envuelven a los hombres en disputas o desazones
son muy nocivos. Lo mismo debe entenderse de aquellos trabajos que absorben una
parte del descanso necesario y sueño de la noche.
Como la limpieza y el
aseo son las circunstancias para precaver la cólera, los que puedan usar los
baños templados harán bien en tomarlos: más no deben estar dentro sino el
tiempo necesario para limpiar el cuerpo: después se enjugarán con una toalla
seca y tibia y evitarán la exposición inmediata al aire frío. Esta precaución
es particularmente necesaria en días fríos y húmedos.
Las fricciones secas
son útiles, pueden usarse de mañana y noche por un cuarto de hora en los
miembros y el cuerpo con una escobilla suave o un pedazo de tejido de lana. Con
respecto al vestido, el grado de temperatura y de humedad de la estación, día u
hora forma la mejor regla, cuidando que el cuerpo se mantenga siempre bien
abrigado.
Cuando prevalece la
cólera, el modo de vivir por lo que hace a la comida y bebida es de gran importancia.
Nunca será demasiada la recomendación de la sobriedad. Los excesos de la mesa y
la intemperancia son unas de las causas que más exponen a los estragos de la
cólera.
Los artículos
alimenticios deben ser bien cocidos o asados, el pescado fresco, los huevos
para los que los digieren bien, el pan bueno, ligero, bien cocido de trigo o
maíz según la costumbre de cada individuo, las carnes tiernas sencillamente
preparadas deben componer el régimen de alimento. La demasiada grasa y la
gordura hacen mal. Entre los vegetales deben usarse los menos acuosos y los
ligeros, el frijol pequeño, y las caraotas bien secas, el guisante verde sin
las vainillas y el pergamino que, sin contener parte alguna alimenticia, suelen
ser para algunas personas de difícil digestión, el apio, el ñame y la papa
pueden formar parte de nuestros alimentos. Las carnes y pescados muy salados,
la cecina, las carnes ahumadas, toda especie de chorizo o salchicha, los
pasteles demasiado condimentados, son artículos muy indigestos.
En cuanto a las frutas,
es preciso tomarlas con precaución, en particular si no están bien maduras.
Todas las que por ser groseras se digieren difícilmente son perjudiciales. Las
frutas cocidas, pasadas o en dulces son mejores, más no se tomen con exceso.
Bajo este respecto cada uno debe consultar las disposiciones peculiares de su
estómago, conocidas por la experiencia.
Las bebidas requieren
no menos prudencia: las muy frías son peligrosas cuando el cuerpo está caliente
y transpirando. Las consecuencias de este abuso son fatales en proporción a la
frialdad de ellas. El agua debe ser clara bien limpia, la filtrada es
preferible. En días muy calurosos, especialmente las personas que están en un
ejercicio fuerte y transpirando mucho, pueden mitigar la sed con el agua mezclada
con unas gotas de aguardiente o vino. más téngase muy presente que nada es más
pernicioso que el abuso de los licores espirituosos; así es que se ha observado
en un grandísimo número de casos que los dados a este vicio y aun aquellos que
sin ser viciosos han cometido un desarreglo en su uso han sido atacados de la
cólera morbo. En Haddington, una de las ciudades de Inglaterra que han sufrido
en estos meses esta epidemia, los casos más violentos y los cuatro quintos de
los muertos por este mal, sucedieron en personas de una constitución arruinada
por los excesos de los licores.
El uso del aguardiente
en ayunas como lo acostumbran los hombres de trabajo y otras personas, siempre
muy dañoso, lo es particularmente durante esta pestilencia. Los que tienen esta
costumbre, y sufrirían mucho en dejarla, deben comer algo, por lo menos un
pedazo de pan antes de tomar el licor. Con las mismas precauciones debe tomarse
el vino en ayunas. En la comida y después de ella, usado con moderación, no
perjudica, pero téngase cuidado de no beber vinos torcidos, o ácidos, o
adulterados con litargirio y otra porción de drogas con que muy comúnmente los
especuladores mezclan en este país los vinos blancos y mucho más los tintos,
para aumentar su criminal ganancia con mengua de la policía del país y a
expensas de la salud y vida de sus semejantes. La cerveza, sidra y guarapos
cuando están nuevos y mal fermentados o agrios descomponen el estómago, turban
la digestión y disponen a la diarrea y cólera.
Descripción de la
cólera morbo en sus tres estados
El primer
estado llamado precursor y al cual debe dirigirse con cuidado la atención
del médico, y de los asistentes a falta de éste, se distingue por la languidez,
debilidad de los miembros, incomodidad de la cabeza, algún vértigo, o estupor y
aun una ligera sordera. Hay palidez, muchas veces, alguna frecuencia del pulso,
y un estado irritable de los intestinos al grado de producir tres o cuatro
evacuaciones diarias. Estas cámaras son al principio delgadas y naturales como
las de la diarrea ordinaria; más a proporción que el mal avanza se hacen más
pálidas hasta que toman la apariencia característica de las evacuaciones de la
cólera morbo, esto es, una materia pálida acuosa que se parece al agua de arroz
o atol delgado. Generalmente hay algún dolor con retortijón de tripas y más o
menos dolor y sensibilidad en la boca del estómago, que a veces radia con
violencia considerable del lado derecho al través de la región del estómago.
Hay frecuentemente calosfríos u horripilación en el espinazo con despeluznos
del cutis. En algunos casos los síntomas febriles parecen estar más
distintamente marcados con rubor de la cara y de los ojos. La lengua
generalmente está blanca, el apetito disminuido, hay sed y deseo de calmarla
por bebidas frías. A veces hay vómitos, calambres en los miembros y músculos
del abdomen; mas en otros casos este estado pasa sin vómitos ni calambres.
Durante este período importante del mal, el enfermo puede estar andando y aun
entregarse a sus ocupaciones usuales. Su duración parece variar muchísimo. En
algunos lugares y en algunos casos ha durado hasta una semana, en otros desde
un día hasta tres o cuatro; y en otros desde pocas horas hasta un día; hay en
fin casos tan graves que el primer estado pasa con rapidez y apenas se percibe;
el segundo estado de postración aparece, desde luego, y termina muy pronto por
la muerte.
El segundo
estado se presenta con una postración súbita y considerable de las
fuerzas, los ojos pierden su animación y brillo, el pulso se siente
extremadamente débil y muchas veces apenas perceptible: vienen los calambres en
ambas piernas y brazos y en los músculos del vientre que se contraen y
amontonan en globos. Es preciso observar que estos pueden también ocurrir con
los síntomas que se refieren al primer estado, esto es, antes de sobrevenir la
postración remarcable de las fuerzas o la asfixia. Aquel flujo natural de
vientre que antes existía desaparece: suceden algunos ruidos de tripas con
cólicos pasajeros, y las evacuaciones salen con gran violencia y muchas veces
en inmensas cantidades; más en muchos casos no son muy frecuentes; quizá no hay
más que una en dos o tres horas.
La materia evacuada es
delgada, y pálida blanquecina como agua de arroz, a veces como agua pura con
algún moco, materia floculante difundida en ella y muchas veces sin olor
alguno. Entonces generalmente hay vómito urgente, y la materia vomitada tiene
también la apariencia de agua de arroz y a veces de un moco delgado espumoso.
La lengua generalmente está limpia y fría al tacto, los ojos están hundidos de
un modo notable, con un color aplomado o azulado del cutis a su rededor y en
torno de la boca; hay grande alteración de los rasgos de la fisonomía y todo el
aspecto parece singularmente exhausto y cadavérico. La superficie del cuerpo está
por lo general fría, el cutis especialmente de las manos, dedos y pies está
notablemente arrugado, frío y seco, a veces cubierta de sudor frío, y presenta
un color azulado en las personas de tez blanca, que suele extenderse a las
otras partes del cuerpo.
No hay secreción de
orina. La respiración en algunos casos es suave y fácil, en otros oprimida,
incómoda y sonora. La voz está enteramente mudada: el enfermo contesta a las
preguntas con un murmullo o con un sonido peculiar de sollozo o plañido. Por lo
común se queja de dolor y una incomodidad muy fuerte de calor y ardor en la
boca del estómago, o detrás de la parte inferior del esternón; y siente a veces
puntadas dolorosas debajo de las costillas inferiores. Si se abre con la
lanceta una vena la sangre fluye de ella con dificultad, y la poca que sale es
notablemente oscura y de una consistencia espesa y grumosa. Durante este
período las facultades mentales parecen permanecer del todo ilesas.
El mayor número de los
muertos sucede en este estado, siendo ineficaz toda tentativa para levantar el
sistema de la postración en que se hunde. Su duración en Inglaterra parece
haber variado desde diez o doce horas, hasta dos días. Sus límites y duración
varían como en el primero según las circunstancias de los lugares y personas, o
según la mayor o menor violencia del mal.
Tercer estado. Cuando
el enfermo sobrevive al estado anterior de postración puede restablecerse
pronto a su salud acostumbrada, excepto en cuanto a la tardanza de la
convalecencia ocasionada por la debilidad. Mas en otros casos pasa a un tercer
estado que puede llamarse el de reacción. Éste se distingue por el recobro del
pulso y del calor y color de la fisonomía. A estas señales siguen entonces con
prontitud el rubor e inyección de los ojos, el calor febril, alguna inquietud,
muchas veces con tendencia notable al coma o sopor. La lengua se carga; pero
generalmente está húmeda, y el caso está entonces en el camino de tomar los
caracteres usuales de la fiebre continua. El estómago e intestinos están más o
menos irritables, mas en un grado mucho menor que antes. Vuelve la secreción de
la orina; las evacuaciones albinas son menos pálidas, manifestando una materia
biliosa o feculenta que a veces es de un color oscuro y muy fétida. Estos
materiales son muchas veces evacuados en grandísima cantidad, este estado es el
de una fiebre continua con un éxito dudoso y puede terminar fatalmente hasta el
día catorce.
Estos tres estados no
siempre se marcan con distinción, con frecuencia los síntomas de uno se
confunden con los del otro, ofrecen una duración muy varia; mas su distinción
hecha por uno de los más célebres médicos de Europa, el Dr. Juan Abercrombie,
de Edimburgo, es muy útil para la aplicación de los remedios y para calcular la
esperanza o el peligro: ella explica y concilia las descripciones tan varias
que tenemos de este mal en cuanto al orden de sus fenómenos y su duración, en
los muy diversos países en que ha hecho sus estragos.
Medios de curación que
deben emplearse inmediatamente y sin esperar el médico
Los síntomas del primer
estado y que indican la invasión de la enfermedad no siempre se presentan
todos, ni en el orden en que han sido enumerados. Sin embargo, cuando muchos de
ellos, particularmente la alteración de la cara, la incomodidad de la cabeza,
la sordera incipiente, la laxitud, la sensación de ardor en la boca del
estómago, el ruido de las tripas y los cólicos pasajeros se muestren con
desorden de la evacuación ventral, calosfríos, despeluznos, etc., es preciso
llamar inmediatamente al médico.
Mas no debe perderse un
solo momento esperando por el auxilio médico: téngase muy presente que es una
observación general e invariable que en donde quiera que esta cruel enfermedad
ha ejercido su influencia, los casos que se salvan son proporcionados a la prontitud
de la asistencia; y que cuanto antes se da el remedio después de las primeras
señales de la invasión, tanto mayor es la probabilidad de la curación. En este
caso como en muchos otros de las dolencias humanas, más hace un remedio, el más
sencillo, aplicado con prudencia y tino oportunamente, que los más eficaces
métodos de los médicos si se aplican tarde. Teniendo, pues presente los
primeros síntomas del mal ya enunciados, procédase sin dilación a la práctica
siguiente:
Excítese fuertemente la
cutis y restablézcase su calor poniendo inmediatamente al enfermo entre
frazadas, franelas u otros artículos de lana calentados antes: pásese un
aparato cualquiera de hierro, u otro metal, o un hierro común de planchar
caliente sobre los cobertores aplicados estrechamente al cuerpo,
particularmente sobre la boca del estómago, sobre el corazón y en los pies;
frótense las extremidades fuertemente y por algún tiempo con un cepillo seco o
un trapo de lana caliente. Aplíquese a todo el cuerpo, y frotado tibio el linimento
siguiente que ha sido usado con muy buen suceso en Francia, teniendo cuidado de
no destapar el enfermo, sino sólo aquellas partes en que se esté dando la
fricción, y para darla con más prontitud, la harán dos personas, encargándose
cada una de una mitad del cuerpo.
Linimento susodicho
Tómese de brandy,
aguardiente o ron fuerte media libra u ocho onzas, de vinagre fuerte seis
onzas, de semilla buena de mostaza media onza, de alcanfor dos dracmas y un par
de dientes de ajo molidos; póngase todo en una botella bien tapada en infusión
por tres días al sol o en algún lugar caliente.
Bien se deja ver que
este remedio sencillo debe estar preparado con anticipación esperando el
momento de ser empleado. Pero si no está preparado de antemano, poniendo el
aguardiente y vinagre unidos con la mostaza, alcanfor y ajo en un jarro de loza
o de barro común no vidriado, bien tapado al fuego por un rato, se suple la
infusión de los otros días. Este abrigo entre lana y las fricciones deben
continuarse por mucho tiempo. También pueden aplicarse cataplasmas tibias de
harina, pimienta y mostaza al vientre y al espinazo, botellas llenas de agua
caliente y bien tapadas a los pies, saquillos de ceniza o arena caliente, etc.
El baño de vapor
impregnado de alcanfor y vinagre ha producido mucho bien en esta epidemia. Así
mientras se sigue calentando el enfermo como queda dicho, puede prepararse este
baño en las casas en donde sea practicable del modo siguiente: Caliéntense
ladrillos, piedras o pedazos de hierro, siéntese al enfermo en una silla de
asiento de rejilla o bien agujereado, tápese ésta y el enfermo, menos la
cabeza, con una manta, colcha gruesa o frazada, cubriendo también los pies con
lana, póngase debajo de la silla un lebrillo, cazuela u otra vasija con un poco
de vinagre y aguardiente alcanforado, para lo cual basta echar un par de
dracmas de alcanfor en una copa grande de aguardiente y una y media de vinagre:
tráigase los ladrillos, pedazos de hierro o piedras bien calientes y váyanse
echando, uno después de otro, dentro de la vasija con el líquido para que se
convierta en vapor, y continúese este baño por diez o quince minutos. Concluido
el baño colóquese al enfermo en su cama entre frazadas secas y calientes, y
déjese tranquilo si se establece la transpiración. Si no se ha logrado excitar
el sudor síganse las fricciones mientras llega el médico.
Método interno
No basta excitar la
cutis exteriormente, es también preciso reanimar interiormente el sistema. Para
lograr esto désele al enfermo una media tacita de infusión caliente de flores
de saúco o de hierbabuena cada media hora. También se le administrará cada hora
quince o veinte gotas de agua de amonia, o de espíritu de amonia anizado,
espíritus que se encuentran siempre preparados en todas las boticas. Cualquiera
de estos que se administre se dará en un poquito de la misma infusión de flores
de saúco o de yerba buena, o lo que parece mejor en un poquito de tisana de
cebada o de arroz o de sulú delgado, haciéndole beber después un poco de la
infusión de saúco o yerba buena. Se le puede dar hasta dos dosis sin esperar al
médico.
Estas medidas deben
emplearse con prontitud y regularidad, más sin precipitación ni aturdimiento.
Siempre que sea posible conviene poner al enfermo en una pieza separada de las
del resto de la familia para la mejor asistencia de aquel y mejor desahogo de
esta.
Las ropas del enfermo
deben lavarse en una lejía caliente de jabón.
Las otras medidas
médicas y el método de convalecencias serán usadas y variadas por los médicos
según los casos. Ellas dan espera y por tanto no pertenecen a la naturaleza de
esta instrucción.
Sin embargo, no es
posible dejar de recomendar en este papel un método que en estos últimos meses
ha sido encomiado por algunos profesores de la Gran Bretaña, como dotado de un
buen suceso que sorprende, anunciado en varios periódicos de aquel ilustrado
país, y desde el año de 1825 insinuado por el célebre Dr. Witelan Ainslie,
autoridad muy respetable en las enfermedades de la India Oriental en donde ha
practicado por treinta años.
Este método se reduce
al de excitación exterior antes recomendada, y al uso interno de la magnesia
calcinada o el carbonato de esta tierra en cantidad de una y dos dracmas
desleída en un poco de agua tibia, con el objeto de neutralizar los ácidos de
estómago y detener el vómito. Este era el método del citado médico. Más en
estos últimos meses el Sr. Walkefield, cirujano inglés, sobre la autoridad del
Dr. Stevens de San Tomas y Santa Cruz, y juzgando por muchísimos resultados
felices que ha obtenido en el tratamiento de la cólera que ha afligido algunas
ciudades de Inglaterra, juzga muy superior a todos los métodos establecidos el
siguiente:
1° Úsense las mismas
medidas antes citadas de restablecer el calor de la cutis.
2° Adminístrese el
siguiente polvo cada hora en medio vasito de agua fría: de carbonato de sosa
media dracma; de sal común o de cocina, veinte granos; de oximuriato de potasa,
siete granos.
Mézclese todo y fórmese
una papeleta. Advierte que por irritable que esté el estómago, el polvo común
de seidlitz o el de soda efervescente lo calmará en la mayor parte de los
casos. Que cuando nada pueda contener el vómito, se dé al enfermo una
cucharadita de las de tomar café de carbonato de soda disuelto en medio vaso de
agua dado en aquella dosis que el estómago pueda retener, desde una cucharadita
de té arriba hasta que cese el vómito, y el estómago pueda recibir el polvo
dicho. “El suceso (añade) de este método ha sido admirable, y me hace creer que
se adoptará generalmente. Con todo, en los casos de cólera morbo es preciso
supervigilar mucho a los enfermos”.
“La sed se calma con
pequeñas dosis de la disolución efervescente de seidlitz o soda”.
Por último, téngase
presente que las personas que han padecido una vez del cólera quedan muy
expuestas a la recaída, y por tanto deben seguir un régimen muy estricto de
precauciones. Ojalá que este pequeño trabajo sea útil al público, y que de este
modo se logre todo el objeto que nos hemos propuesto.
NOTA: (*) Al Gobierno
ha propuesto la Facultad Médica como uno de los auxilios más necesarios, la
adquisición de una cantidad considerable de estas sustancias para proveer
gratis al público.
Tomado
de Antología del pensamiento científico venezolano, de Jaime Requena,
Fernando Merino y Blas Bruni Celli. Kálathos ediciones, Madrid, 2020
06-02-21
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