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viernes, 21 de agosto de 2015

El mundo orwelliano de Venezuela, por Luis Guillermo Vélez


Luis Guillermo Vélez 20 de agosto de 2015

En la actualidad es posible descifrar el avance de un gobierno totalitario en la medida en que introduce nuevas palabras o nuevos significados a las que ya existen.

Más aún, los gobiernos totalitarios buscan consolidar una realidad alternativa donde la percepción de los sentidos se debe someter a lo que dice el régimen, así sea contraevidente o claramente incongruente.

La Venezuela chavista es un claro ejemplo de un sistema autoritario en mutación hacía algo peor. Durante años, Chávez propugnó por la soberanía alimentaria y económica, lo que llamó la segunda Independencia, donde se dejaba atrás el “neoliberalismo” y se le devolvía al “pueblo” el control de los medios de producción.

Hasta poco antes de su muerte el Comandante Eterno decía cosas como esta: “ahí está el futuro, ahí está el más grande potencial para el desarrollo del país, a través de la agricultura; y no solo para producir alimentos, sino para producir -y lo digo con Kléber- dignidad; y para producir -y lo digo con el Che- el hombre nuevo, la mujer nueva, la sociedad nueva”. Y agregó “para la revolución el tema de los alimentos es sagrado…para 2014, tendremos un pueblo autoabastecido y autosustentable, porque la alimentación no puede ser un negocio”.

Ante la disparidad entre la realidad de estanterías vacías, escasez de toda clase, colas y abandono del campo, el régimen recurre al doblepensamiento orwelliano: la culpa es de la oligarquía empresarial y de los yanquis golpistas.

De hecho el control de precios y el matoneo a los empresarios impuesto por los esbirros chavistas hizo imposible producir alimentos, es decir se logro el objetivo del régimen y la alimentación dejó de ser un negocio, pero el resultado no fue la soberanía alimentaria sino la hambruna.

Lo mismo ocurre con la soberanía económica. Durante años Chávez fustigó al sistema financiero internacional, sin embargo desde el fin de la colonia española hasta 2004 Venezuela había acumulado unos 27 millardos de dólares en deuda externa, cifra que el chavismo cuadruplicó a 113 millardos para 2014, de los cuales 37 millardos son solamente con un banco de la China.

La retórica sobre soberanía económica del chavismo, que utiliza para expropiar empresas privadas, en realidad ha llevado a hipotecarle al gobierno chino el futuro de por lo menos dos generaciones de venezolanos.

Y que decir de los pobres, que en medio del boom petrolero más grande de la historia y de decenas de “misiones”, han aumentado de 45% en 1998 a 48,4% en 2014 como lo reconoce la Cepal y el mismo gobierno venezolano.

Lo peor, sin embargo, no es que la retórica socialista se siga justificando como un método de reivindicación social, sino que la catástrofe humana continúa aceleradamente. Según los estimativos más conservadores la inflación, que es un impuesto a los pobres, superará este año el 200% y si se aplica el cambio extraoficial el salario mínimo no llega a los US$10 mensuales, el más bajo del mundo.

Para darse una idea de la monumental empobrecida del país con las reservas petroleras más grandes del mundo, pero con los gobernantes más incompetentes del mundo, basta con mirar la evolución de la tasa de cambio desde que se inició el régimen chavista.

En 1998 se necesitaban 509 bolívares para comprar un dólar y actualmente se necesita más o menos el mismo monto, con un pequeño detalle: en 2008 se le quitaron tres ceros a la moneda. Es decir que un dólar al tipo de cambio equivalente valdría hoy día 509.000 bolívares o, puesto de otra forma, mal contados, todos los activos del país  han perdido cerca de 99% de valor desde que se inició la revolución bolivariana.

Sin embargo, todavía hay voces en Latinoamérica y en Europa que insisten en reivindicar el chavismo como una herramienta de equidad y de inclusión social, así los resultados sean evidentemente contrarios.

Tal vez ese sea el único triunfo del socialismo del S.XXI: cuando logra hacer que las personas crean verdaderamente en algo que sus cinco sentidos les dicen que no es verdad.


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