Por Vladimiro
Mujica, 15/08/2015
Cuenta la tradición
urdida alrededor del Hijo Ilustre de Sabaneta de Barinas que la abuela Rosa
Inés preparaba unos deliciosos dulces llamados arañas. Confieso que a pesar de mi
íntima relación familiar con el llano venezolano, nunca he probado las arañas
pero se de gente que lo ha hecho y parecen ser muy ricas. Las tradiciones
familiares siempre tienen un dejo de cercanía, independientemente de que no
provengan de la nuestra porque nos identificamos con ellas como realizaciones
distintas de los afectos y las necesidades que nos hacen humanos. Así que me
alegra que el Comandante Chávez haya tenido esta experiencia infantil y que la
haya compartido con nosotros. Entiendo también que la historia de los dulces en
forma de artrópodos está también ligado a un seudónimo, El Arañero, que el
propio Chávez, empleaba en sus escritos.
Todas estas
cándidas referencias a un episodio de la niñez de Hugo Chávez tienen que ver
con mis intentos por persuadir a algunos de mis amigos chavistas de que es
tiempo de abandonar el barco de una revolución que está arrasando con el país
de todos, el de ellos y el de nosotros. Mi argumento se centra en que fuese lo
que fuera lo que en algún momento atrajo su corazón y su mente a la causa del
chavismo, es momento de reflexionar y preguntarse si todavía queda algo del
sueño original. Quizás debo aclarar que solamente me estoy refiriendo a los
chavistas que no se han enriquecido ni envilecido, que no han sucumbido a la
tentación de la corrupción y que siguen soñando con una Venezuela sin pobreza,
atraso ni miseria. Los hay, existen, a pesar de que la dinámica perversa de la
polarización a veces nos impida verlos.
El caso es que con
una frecuencia enervante me encuentro con gente que apoyó a Chávez en sus
inicios y que aún todavía tiene palabras cálidas para la revolución. La línea
argumental es casi siempre la misma: “estábamos muy mal en la Venezuela de AD y
Copei, hartos de la corrupción, y el Comandante representaba una esperanza en
la que creímos. Como no se podía estar peor había que darle una oportunidad a
Chávez, un hombre carismático que prometía acabar con la corrupción y actuar
contra los partidos políticos”.
Increpados sobre
los resultados de los 15 años de la epopeya chavista expresan: “se han cometido
muchos errores, pero la intención sigue siendo positiva y en algún momento se
empezará a avizorar el futuro luminoso en el que creímos”. Unos pocos,
comienzan lentamente a admitir que quizás se equivocaron e incipientemente se
asoman a la noción de que con su decisión de hace más de tres lustros
contribuyeron a generar todo este desastre monumental que ha devastado al país
y que quizás sea la causa por la cual ellos mismos, o peor aún, sus hijos, no se
sientan seguros ni en su casa y estén pensando, o ya lo hicieron, en emigrar,
en salir corriendo de las suaves tierras venezolanas en busca de una nueva
oportunidad de rehacer sus vidas en cualquier otro rincón del mundo.
“No nos dimos
cuenta de lo que estaba pasando”, añaden. Yo intento creerles y he aquí que
para confrontar la afirmación de que no se percataban del rumbo que las cosas
estaban tomando, a pesar de que han tenido más de 15 años para hacerlo, he
creado el cuento de las arañitas.
Imagine pues que un
amigo querido le regala una arañita de la buena suerte, tejedora y afable para
que la tenga en su casa. Usted observa desde el comienzo que el pequeño
artrópodo despliega una incesante actividad, que come todo lo que se le
atraviesa y que al cabo de un tiempo ha aumentado de tamaño hasta alcanzar las
dimensiones de una mariposa. Cómo crece la querida arañita, observa usted
sorprendido. Una segunda oportunidad de reflexionar sobre el hecho de que
quizás el regalo del amigo no sea tan inocente se presenta cuando descubre que
la arañita creció hasta parecer un ratón; luego una rata; un gato; un perro; un
enorme cochino, y finalmente, un feroz lobo que amenaza la existencia de todos.
Y la pregunta surge tersa: ¿En qué momento era suficiente la evidencia de que,
quizás sin saberlo, el amigo le había regalado una araña mutante?
De vuelta a la
realidad. ¿Cuándo era pertinente asumir la responsabilidad del error, mi
querido amigo y compatriota chavista? Oportunidades y evidencias hubo de sobra:
el lenguaje violento; el asalto a las instituciones; la corrupción creciente;
las alianzas internacionales inconfesables; el imperialismo petrolero; la
agresión contra el adversario; el atropello contra la iglesia, las
universidades y los medios de comunicación; el uso de grupos violentos; el
atentado contra la educación libre; la destrucción del aparato productivo; el
empobrecimiento físico y espiritual de nuestra gente.
Quizás a estas
alturas ya no baste simplemente con estar arrepentido. Quizás la única posición
ética y moral aceptable sea contribuir a que el país se recupere y salgamos de
esta pesadilla que ha encontrado su última expresión en un gobierno que miente
con descaro y cinismo sobre las razones del desabastecimiento, las colas y la
muerte que persiguen por doquier a los venezolanos. ¿Cuántas protestas de niños
enfermos de cáncer por ausencia de cuidados, de enfermos que fallecen por
enfermedades perfectamente controlables, de asesinados en sus propios hogares
son necesarias para que Usted entienda la naturaleza letal y mutante de la
criatura política que su propia inconsciencia ciudadana alimentó 15 años atrás?
Rectificar es
siempre difícil. Admitir que uno alimentó un monstruo creyendo engendrar un
sueño es una tarea dura. Pero ya no va quedando ninguna alternativa, amigo y
compatriota chavista, es tiempo de caminar otros rumbos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico