No hay que equivocarse. La
caída de adhesión al actual elenco gobernante es indiscutible, convirtiéndolo en
una minoría política y social, y lo saben. También, no se olvide, que sigue
contando con muchos recursos de poder que no tiene escrúpulos de utilizar de
manera cada vez más abusiva. Su objetivo es desalentar para que la actual
correlación de fuerzas adversa que reclama una nueva conducción no se exprese,
haciendo creer que son un poder inexpugnable. Nada más engañoso. Si la nueva
mayoría se pronuncia quedará al descubierto que ya no cuentan con el apoyo
necesario para continuar en el poder. De allí que intenten disuadir a quienes
se le oponen que lo hagan.
Si en otros procesos
electorales hemos sido testigos de un conjunto de operaciones de ventajismo y
abuso que no dejan dudas que la alternativa democrática no se ha enfrentado a
un adversario político sino al Estado mismo, colocando todos sus recursos y
poder al servicio de una bandera política, en esta ocasión será de mucha mayor
intensidad.
Ya lo hemos visto. La
designación del árbitro electoral absolutamente sesgado, la utilización de las
inhabilitaciones para intentar sacar del juego a liderazgos opositores, el
cambio arbitrario de las reglas del juego, el uso descarado de los recursos
públicos para la promoción electoral de los candidatos oficialistas, el bloqueo
de la legalización de nuevas organizaciones de electores críticos, el estímulo
a grupos que puedan mermar el caudal electoral de la oposición, y otra serie de
medidas político-administrativas que veremos aparecer a lo largo de los
próximos meses, todas orientadas a complicar la expresión de las fuerzas
emergentes y a desalentar a sus seguidores.
Todas estas operaciones son
acompañadas por las ejecutadas directamente desde el Estado, tratando de
generar una impresión de mejoría de la situación caótica en la que se encuentra
la economía nacional y sus efectos sobre la vida de los ciudadanos. Obtener
recursos a como dé lugar para moderar la situación de desabastecimiento en el
período preelectoral aunque sea por un tiempo breve, pero entrampados por una
inflación galopante ante a la cual no se le ponen correctivos; operaciones
demagógicas que generen ilusiones de inclusión social, como las ensayadas con
un acceso masivo a las universidades, cuyos efectos perversos sólo serán
evidentes después de las elecciones; multiplicación de anuncios de programas
sociales existentes o nuevos sin ningún sustento, pretendiendo con ello
esconder el enorme fracaso de la gestión gubernamental, cada vez peor evaluada
por sus destinatarios de sectores populares.
Esta operación doble de
intentar mostrar un poder capaz de disuadir la expresión democrática de la
nueva mayoría, y en paralelo de dar la impresión de que la crisis económica
puede ser moderada por acciones efectistas, sólo es posible si la gente no se
expresa. La mala noticia para los actuales inquilinos del poder es que aunque
es creciente la desconfianza en los mecanismos institucionales que manejan de
manera arbitraria y discrecional, hay una voluntad mayoritaria para expresar su
rechazo al actual estado de cosas mediantes los mecanismos constitucionales y
electorales disponibles.
El asunto no es sencillo,
aunque la actual correlación de fuerzas es claramente favorable a quienes
quieren un cambio de conducción, la próxima competencia electoral es por
circuitos, no basta una mayoría nacional, que ya existe, es necesario sumar uno
a uno en cada circunscripción, para que la mayoría de votos signifique una
mayoría de diputados, no sólo de votos.
La posibilidad de un cambio
es cada vez más posible. Hay que neutralizar la Misión Desaliento, que busca
que quienes están insatisfechos no se manifiesten, que es la apuesta y el
intento de la cúpula del poder para sobrevivir y perpetuarse. Para que esto
suceda, no basta mostrar desacuerdo, hay que participar, en este caso, salir a
votar. Con una avalancha de votos por el cambio no hay mucho espacio para el
uso de los recursos de poder discrecional y la arbitrariedad de la cúpula del
poder actual. Aunque los inquilinos del poder tengan la tentación de patear la
mesa, se encontrarán con una expresión popular incontrovertible. Tendrán que
aceptar, más allá de sus deseos, que tienen que dejarle paso a otros, pues
después de más de una década larga en el poder (más de tres períodos
presidenciales de los de antes), si no pudieron labrar una senda mejor para
nuestro país deben dejar que otros los intenten, porque ya nadie les creerá que
otros no les impidieron hacerlo, sino que no fueron capaces.
31-07-2015
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