Por Vladimiro Mujica, 22/01/2016
Es difícil imaginarse como Venezuela va a salir del profundo hueco
económico y social en que se encuentra metida con poco menos que un pacto
nacional que incluya, por mencionar una lista mínima de participantes, a los
poderes públicos, los partidos políticos, el liderazgo de la sociedad civil,
los empresarios, los partidos políticos, las universidades y las organizaciones
de trabajadores.
Las estadísticas reconocidas por el gobierno para justificar el Decreto
de Emergencia Económica, convenientemente maquilladas para disminuir su impacto
nacional e internacional, hablan de una situación no simplemente mala, sino
catastrófica, de la cual salir implicará un gigantesco esfuerzo del país en su
conjunto. Crecimiento negativo, inflación galopante, escasez de medicinas,
alimentos y otros bienes esenciales, sueldos estancados y paralización del
aparato productivo, aunados a una considerable deuda externa e interna, todo
ello agravado por una pésima calificación nacional e internacional, son algunas
de las señales más conspicuas de un proceso de empobrecimiento agudo de
Venezuela.
El problema de fondo en alcanzar un acuerdo nacional es que cualquier reconocimiento abierto de parte del gobierno acerca de que la depauperación de la nación no se deriva de una fantasmagórica guerra económica, que estarían adelantando el imperio y sus supuestos aliados nacionales, sino de una combinación letal de un modelo estructuralmente mal concebido con dosis masivas de incompetencia y corrupción, significaría la admisión última del fracaso de la revolución chavista. Como bien lo señalara Ramos Allup en la AN, cada uno de los desaciertos del gobierno de Maduro tiene sus antecedentes históricos en graves errores anclados en la génesis del chavismo y de su líder fundamental, Hugo Chávez. Pero la intención del liderazgo revolucionario de salvar el supuesto legado del comandante no se deriva de un gesto de compromiso con una idea, sino con la pretensión de aferrarse a lo único que queda de vínculo creíble con el pueblo chavista. En el fondo, es la decisión de mantenerse en el poder a todo evento lo que determina la conducta del gobierno.
El recientemente formado Consejo Nacional de Economía Productiva parece
encargado de llevar adelante una misión imposible: reactivar la economía
nacional sin corregir ninguno de los errores y desaciertos que la llevaron a su
estado actual. Probablemente este encargo termine por ser un excelente ejemplo
de una cita que se le atribuye a Einstein sobre la definición de locura: Repetir
la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes. Pero en realidad
esta analogía se queda corta, porque la locura supone un cierto grado de
inconsciencia respecto a la propia condición, mientras que lo que intenta hacer
el chavismo es reescribir la historia de estos últimos 20 años de malhadada
epopeya revolucionaria y todavía emerger con un mandato ético de salvadores del
pueblo. Un mandato al que perdieron todo derecho con una conducta pertinaz de
traición a las esperanzas que ese mismo pueblo depositó, tanto en Chávez como
en sus herederos. Esto es, en definitiva lo que resulta imposible de reconocer
y la razón última del desamor de ese mismo pueblo que llevó a la victoria
opositora del 6D.
Un análisis un poco más generoso y menos pesimista sobre el Decreto de
Emergencia Económica y la creación del Consejo Nacional de Economía Productiva,
apuntaría en la dirección de que se trata de uno de los últimos intentos del
gobierno por no perder completamente la iniciativa política en un tema crucial.
Pero aún si este fuese el caso, sería demasiado poco y demasiado tarde, porque
el daño en el tejido económico es muy profundo y los medios de manipulación
comunicacional con los que cuenta el ejecutivo para seguir amenazando con
expropiaciones, a la par que manteniendo un discurso que ignora por completo la
realidad, son muy limitados. Por supuesto que el gobierno aún conserva una
capacidad sustancial para seguir causando daño perseverando en una política
económica suicida, pero no para engañar al mundo entero en una operación
gatopardiana. Especialmente cuando cualquier salida a la crisis probablemente
involucrará algún nivel de endeudamiento internacional adicional. Es decir,
conseguir dinero prestado de gente que ya no le cree ni el Padre Nuestro a la
dirigencia revolucionaria. Excepción hecha de los chinos.
Quizás sea el momento para que la Academia Nacional de Ciencias
Económicas, una institución que tiene el mandato de asesorar a la nación y cuya
Junta Directiva está por renovarse, emprenda el complejo y largo proceso de ir
armando la narrativa y el consenso que se requiere entre todos los sectores del
país para salir de este hueco histórico. Sería este un esfuerzo que podría convocar
un debate más allá del dilema chavismo-oposición y donde se examine con rigor
científico como podría reorientarse la economía venezolana utilizando las
palancas del conocimiento.
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