Por Marco Negrón
En un artículo reciente (City
Journal, otoño 2015) Edward Glaeser sostiene que el desarrollo del
emprendimiento puede ser un componente fundamental de una nueva agenda
orientada al desarrollo exitoso de las ciudades y empieza recordando cómo 50
años atrás Benjamín Chinitz explicaba la resiliencia de Nueva York por “la rica
cultura emprendedora de la ciudad”.
En una onda semejante, Hans
Blumenfeld argumentaba en 1967 que son los negocios y servicios de consumo para
la población local de una gran área metropolitana los que “son constantes y
permanentes y por tanto los elementos verdaderamente ‘básicos’ y ‘primarios’ de
la economía metropolitana, mientras que las inestables industrias de
exportación son los elementos ‘ancilares’ y ‘secundarios’”. Posteriormente un
importante número de investigaciones ha venido a darles razón a ambos autores.
De acuerdo a Glaeser, la
energía emprendedora se mide por el número de empresas pequeñas o nuevas y
sostiene que los lugares donde ella abunda han crecido más rápidamente que
aquellos donde es más escasa. Además, “porque ofrece una vía para que los
residentes más pobres se ayuden a sí mismos, muchas veces creando empleo u
ofreciendo servicios a sus propias comunidades”, constituye también una
poderosa herramienta para combatir la pobreza urbana.
Muchas razones hacen pensar
que la energía emprendedora de las principales ciudades venezolanas es
extraordinaria, si bien un variado conjunto de elementos hacen que gran parte
de ella, quizá la mayoritaria, se mantenga en un estado silvestre o más
exactamente pre-moderno, conformando lo que se ha dado en llamar el sector
informal de la economía, tanto de productores como de comerciantes incluyendo
los denostados buhoneros y los aborrecidos “bachaqueros”.
La importancia de esa fuerza
de trabajo ha sido frecuentemente incomprendida: mientras unos la ven como una
molestia, suerte de zánganos e incluso semidelincuentes que para colmo afean la
ciudad y por decisión propia se niegan a integrarse a la modernidad, otros la
tratan de aprovechar como masa de maniobra política, terreno fértil para
sembrar su demagogia. En verdad se trata de una importante masa de ciudadanos,
en su mayoría insuficientemente dotados del instrumental necesario para
enfrentar con éxito una economía moderna, que sin embargo se han negado a
rendirse ante la adversidad y, haciendo de la necesidad virtud, “autoemplearse”
en actividades frecuentemente marginales pero que les permitan llevar un mínimo
sustento a sus familias; lo que no ha impedido que a menudo sean objeto del
rechazo y el desprecio del resto de los ciudadanos, y aún, como ocurre con los
“bachaqueros”, del odio de la mayoría.
Pero no se trata aquí de hacer
el elogio de una situación aberrante, caracterizada por las formas más
primitivas de la vida económica, sino de destacar la existencia en esa
población de un notable espíritu emprendedor pero cuyo potencial está limitado
tanto por su baja formación profesional como por las barreras que levanta una
organización económica y social que somete a quien aspira a implantar una
actividad formal a uno de los más largos, enrevesados y onerosos procesos que
se conocen en la región.
La propuesta de política que
se deriva de lo anterior es evidente: se trata de crear las condiciones para
modernizar, fortalecer y liberar esas fuerzas para abrir las puertas a un
dinámico proceso de expansión de pequeñas unidades comerciales y de producción
encuadradas en el marco de la economía formal, capaces de acercar a la sociedad
a niveles de bienestar y equidad más altos. Mientras ese objetivo no se
alcance, nuestras ciudades seguirán hundidas en el subdesarrollo.
26-01-16
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