Por Froilán Barrios Nieves
En medio del fragor de las
dos guerras mundiales acaecidas en el siglo XX, la humanidad entera temió que
la intensidad del conflicto conllevara una crisis civilizatoria, un
apocalipsis, que en definitiva nos trasladaría como el túnel del tiempo a la
edad de piedra, por el cúmulo de ciudades y pueblos pulverizados y por los
millones de muertos en todos los continentes.
Si bien es cierto en
Venezuela no padecemos un apocalipsis del tamaño de los conflictos
citados, no deja de ser preocupante al extremo el proceso degenerativo de
nuestra sociedad, de nuestra forma de vida y del surgimiento de un sentimiento
retrógrado colectivo como es el miedo, el pánico a lo desconocido, en un país
que te vio nacer, que te brindó posibilidades de educarte, crecer en armonía,
hoy lo ves cómo se derrumba ante los ojos de todos ante la inercia
gubernamental.
Pareciera que fuera noticia
de otro país el parte económico diario, donde hemos sufrido el peor paquete económico
que dudo haya sufrido cualquier pueblo latinoamericano en los últimos 30 años,
al ser impactados por índices de inflación demoledores de 200%, de 300% y ya se
habla para 2016 de hasta 700%, que precarizan la vida de millones de seres
humanos, como ya lo estamos viviendo en Venezuela.
Esta realidad dramática se
ve a diario en los mercados populares, cuando los cabeza de familia se acercan
a los mostradores y piden “véndame 3 cebollas, 2 tomates, 4 papas” o “véndame
300 bolívares de carne molida, 200 gramos de queso”, donde no hay siquiera con
qué rendir la compra, cual milagrosa multiplicación de los panes para el grupo
familiar típico en nuestro país de 5 a 8 personas.
Vamos en barrena a un
tobogán de la miseria, ya que si no hay para la alimentación, mucho menos habrá
para el vestido, la educación, la condición de vida decente que exige todo
ciudadano y su familia, con un salario mínimo de 9.648 bolívares. Y una canasta
alimentaria que ronda los 100.000 bolívares. Y una canasta básica cercana a los
180.000 bolívares. Ante esto la gran pregunta: ¿qué cristiano en nuestro país
devenga estos ingresos?
Por tanto, la indolencia
gubernamental es criminal cuando insiste en dar como respuesta, y señalar la
guerra económica como culpable de la atroz situación que fulmina, en barrios,
urbanizaciones, campos, ciudades cualquier esperanza de vida digna e incluso de
supervivencia, al incluirse el tema de la salud y el desabastecimiento de
medicinas que ya ha producido numerosos decesos en la población.
De allí que la decisión de
la Asamblea Nacional de negar el decreto de emergencia económica presidencial
dignifica a un pueblo en ruinas estafado por un régimen barbarazo e inconforme
con la riqueza acumulada. Igualmente la votación del 6-D reclama una política
contundente de solución a esta terrible crisis nacional, desatada por una
gestión destinada a llevarnos a la indigencia del conuco y el guayuco, si no
somos capaces de detener la repetida farsa gubernamental. No es tiempo de aguas
tibias, es tiempo de decisiones firmes que rescaten nuestros valores
democráticos.
27-01-16
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