ANTONIO NAVALÓN 24 de enero de 2016
Hubo
un momento en el que América Latina se parecía a aquel pueblo imaginario
llamado Macondo que Gabriel García Márquez describió en Cien años de soledad.
Un lugar que, entre muertos que vuelven de la muerte, la soledad del pozo y
aquella consigna: “¡Cabrones! ¡Viva el partido liberal!”, evoca el arte del
canibalismo con el que los latinoamericanos siguen dando el espectáculo de
acabar unos con otros.
Confieso
que me impresionó la voz del nuevo presidente de la Asamblea Nacional de
Venezuela, Henry Ramos Allup, porque comenzó hablando como si fuera un chavista
más, con gestos teatrales, cumpliendo con el viejo tópico de la Madre Patria
que establece que cuando los españoles dicen que van a hablar claro, en
realidad quiere decir que van a chillar, y cuando anuncian que dirán la verdad,
normalmente quiere decir que te van a insultar.
Por
eso, cuando Ramos ordenó descolgar los retratos de Hugo Chávez y de Simón
Bolívar del Palacio Legislativo y dijo: “Si tienen una devoción por Chávez, que
le enciendan velas”, mi primera impresión fue que eso favorecía más al
presidente, Nicolás Maduro, y al anterior presidente del Parlamento, Diosdado
Cabello, que a la causa de la libertad. Incluso llegué a pensar que el miedo
latente al gran fracaso de la transición venezolana ya estaba en las calles
porque hablaban más las armas que las voces. Y creí que ese posible fracaso
también amenazaba al Parlamento porque, una vez más, cuenta con un menú tan
variado y rico que corre el riesgo de que le hagan algo que en política es muy
común y normal: comprarlo.
Sin
embargo, el hecho de que Maduro presentara su informe anual ante una Asamblea
de mayoría opositora, después de que se acusara al chavismo de intentar un
golpe de Estado de la mano de Cabello, me pareció el primer síntoma de que la
transición en el país caribeño ya ha empezado. Aunque habrá choques y puede
descarrilarse el proceso porque la realidad que tienen que administrar, tanto
los chavistas como la oposición, es despiadada y refleja la insatisfacción de
un pueblo cuyas necesidades básicas no se han cubierto. Además, al observar el
diálogo entre Ramos y Maduro, hay que entender que el Ejército venezolano ya no
está dispuesto a teñir de sangre las calles para defender el ideal chavista. No
hay que olvidar que en 14 años de mandato de Hugo Chávez no hubo tantos muertos
como en los casi tres años de la presidencia de Maduro.
El
Ejército venezolano sabe que los hijos del pueblo tienen que alimentarse.
Aunque uno tenga buenas intenciones o una obra como El pequeño libro rojo de
Mao, si no hay presupuesto para satisfacer las necesidades del pueblo, ni hay
chavismo ni hay oposición porque simplemente deja de existir. Así que considero
que estamos ante un buen inicio, por el debate, por la forma y porque el
decreto de medidas excepcionales en materia económica ya no puede ser parte de
la propaganda para la guerra civil en ese país.
Ahora
debemos leer entre líneas lo que está pasando. Mientras se escucha la nueva voz
de Ramos, Cabello sólo se dedica a hacer más ruido, a pesar de que ya no tiene
poder en el Gobierno y su intento de convertirse en ministro de Defensa fue
vetado —aparentemente sin la intervención de Maduro— por los militares. En ese
contexto, la clave radica en poner en marcha un programa para iniciar la
transición económica en Venezuela y así será más fácil que una Comisión de la
Verdad abra paso a una Ley de Amnistía —impulsada por la oposición— que
permitirá liberar a presos políticos como Leopoldo López. No habría que
extrañarse si el régimen empieza a invocar a Nelson Mandela.
Pero
lo que ocurre en Venezuela debe responder a una pregunta: ¿Son posibles las transiciones
en el siglo XXI? Porque durante el siglo XX, tanto en España como en el resto
del mundo, las transiciones fueron posibles porque había algo que perder. De lo
contrario, el único camino era la revolución. Por tanto, el desafío hoy es
saber si, además de buenas intenciones y discursos, el chavismo ha servido al
pueblo de Venezuela para que, en lugar de una revolución, sea posible una
transición. Porque al final el encontronazo no se produciría sólo por la
amnistía de los presos políticos, sino también por la capacidad para generar
confianza en el mercado interno y externo. Así se daría fin a esa caricatura en
la que Venezuela acabaría siendo como Corea del Norte.
Tomado
de: http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/24/actualidad/1453668603_929992.html
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