Por José Vicente Carrasquero
A.
El destino finalmente
nos ha alcanzado. Los profetas
del desastre teníamos razón. En 1998 los venezolanos
decidimos cambiar de rumbo sin tener claro el camino y los que nos costaría.
Los venezolanos hemos demostrado que los pueblos se equivocan. Haber entregado
el poder a un personaje que previamente trato de arrebatárnoslo por la fuerza
fue un error de dimensiones inconmensurables.
Desde hace cinco años se viene
alertando que la situación del país era insostenible. Que contrario a lo que
decía Giordani no teníamos todos los dólares que necesitamos. Que la lujuria
con la que Chávez y su séquito dilapidaron nuestro dinero nos iba a pasar
factura. Que íbamos a pasar de la
pobreza a la miseria de una forma irremediable.
Y llegamos a los tiempos de
miseria. En todas las dimensiones y acepciones que le otorga a la palabra la
Real Academia de la Lengua Española. Venezuela es hoy un país miserable. Lo más
grave es que pasa después de que una clase política disfrutara de ingresos que
más que duplican la sumatoria de todos los dineros que entraron en las arcas
del país desde 1811 hasta 1998. Una suma astronómica cuyo gasto racional no se
ve reflejado en hospitales, escuelas, carreteras, sistema eléctrico o sistema
de comunicaciones. Lo que si se hace evidente es la riqueza de miembros de la
clase política que no pueden justificar las quintas en los altos mirandinos o
en la exclusiva zona de Colinas del Tamanaco. Desvergonzados políticos que no
tienen empacho en exhibir camionetas que no están disponibles en los
concesionarios del país. Que lucen, como el tóxico diputado del PSUV, trajes y
relojes cuyos precios resultan ofensivos para quienes no pueden completar los
requerimientos familiares por falta de dinero.
En una primera dimensión de la
palabra miseria, Venezuela es una vitrina de estrechez y pobreza extrema. A
pesar de los balbuceos de la cúpula gobernante en contrario, los venezolanos no
tienen agua corriente, sufren un inestable y precario servicio eléctrico, un
atrasado servicio de comunicaciones, no pueden comprar lo que desean en un
mercado, no consiguen repuestos elementales para sus vehículos, no pueden soñar
con renovar su vehículo, no encuentran medicinas para males que necesitan
control permanente. El venezolano ha sido reducido a la categoría de ciudadano
de quinta. Es, sin duda alguna, el pueblo más menesteroso de América Latina.
La inmensa mayoría de los
venezolanos gana una miseria. El costo de la canasta básica está muy por encima
del ingreso mínimo de un trabajador. Lo peor es que esos precios siguen
subiendo sin que ninguna medida racional en lo económico se los impida. El
venezolano promedio se siente miserable. Siente que no puede soñar. Que no hay
manera de salir del hueco en la que el gobierno lo tiene metido.
Al mismo tiempo, la clase
política muestra toda la miseria de la que es capaz. Una ministra de salud que
dice que lo que pasa es que consumimos más medicinas de las que debemos. Otra
que dice que hay que sembrar en laticas, unos que niegan la escasez de
alimentos y medicinas. No aceptar la magnitud de la crisis que golpea a los
venezolanos es una actitud miserable que raya en el odio a un pueblo al que le
deben respeto.
Lo que vive Venezuela es una
desgracia. Un infortunio. Resulta inconcebible que la vida de un venezolano
normal gire alrededor de buscar comida o una medicina. Las redes sociales están
repletas de casos de personas buscando medicinas, equipos para intervenciones
quirúrgicas y todo tipo de implementos para salvar la vida de enfermos. Esta
desgracia que le toca vivir a muchos venezolanos no puede ser llamada de otra
manera que miseria.
La incapacidad del sistema de
salud impide respuestas rápidas contra las plagas. Esa miseria es la que
explica que la epidemia
de Zika se haya propagado de una manera feroz entre los
venezolanos. Al momento de escribir este artículo se han reportado más de 400
mil casos de esta enfermedad en todo el país. Nuevamente, todo esto en medio de
una escasez de medicinas que hace todavía más miserable la vida de los
pacientes y sus familiares.
Miseria es que un octogenario
profesor jubilado de nuestras universidades tenga que admitir a una televisora
internacional que tiene que trabajar para vivir porque el gobierno no le
permite acceso a su derecho de gastar su jubilación en el país que decidió
pasar el resto de su vida. Miseria que nuestros estudiantes en el extranjero
tengan que vivir en condición de pobreza para lograr el sueño de una mejor
formación profesional.
En otra acepción de la palabra
miseria, nos encontramos ante un gobierno débil. Ante un gobierno incapaz de
tomar las medidas necesarias para sacarnos de la crisis. Una dirigencia que
cree que con más controles será capaz de administrar la miseria y mantener a la
gente contenta con su pobreza. La debilidad del gobierno se evidencia en ser
rehén de un discurso izquierdoso según el cual ser pobre es la forma de vivir.
Unos oscuros y miserables personajes que quieren convencer a los venezolanos
que están haciendo lo que no pudieron lograr en dieciséis años de riqueza.
Miserable el coronelito que
ordenó el salvaje acto de revisión al que se sometió a Lilian Tintori y
Antonieta Mendoza, esposa y madre del líder opositor y preso político del
régimen de Maduro. Mucho más miserable cuando vimos el despliegue de armas de
los presidiarios de la cárcel San Antonio en Margarita “rindiendo honores” al
ex pran de ese retén y amigo
íntimo de la ministra de prisiones. Por cierto, el espectáculo
solo puede saldarse ante la opinión pública con la destitución de Iris Valera.
Pero la miseria del gobierno es tal que eso no pasará.
Maduro no entiende que ya no
hay dólares que controlar. Que el experimento que tantas veces se practicó en
Venezuela ha vuelto a fracasar. Que el estado no puede asumir la tutela de
todos y cada uno de los venezolanos. Que es necesario liberar la fuerza
creadora de los venezolanos. Que es abriendo las fronteras y permitiendo el
libre intercambio que se va a salir de esta miserable situación.
No estamos hablando de nada
inédito. Fueron las costosas medidas que se tomaron en 1989 y 1996 después que
los responsables del momento se dieron cuenta que no podían seguir financiando
el paternalismo sin que eso se convirtiera en cada vez más pobreza y miseria.
Los venezolanos tienen derecho a correr sus propios riesgos. Eso no significa a
que el estado renuncie a su obligación a proteger a los menos favorecidos.
Las medidas que se tienen que
aplicar no pueden ser infantilmente tildadas de neo liberales. Obedecen a la
lógica más elemental de la economía. Todo control produce corrupción y grupos
que se enriquecen. En el caso venezolano es más que evidente.
Para salir de la miseria
necesitamos otro gobierno. Maduro y su clase política no tienen lo que se
necesita para resolver la más grave situación económica de los últimos 100
años. Y por el número de asesinatos e inseguridad en la que vivimos en todos
los órdenes de la vida, muy probablemente la peor de toda nuestra historia.
26-01-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico