Por Hernán Carrera
Convencido de que el Gobierno
sigue leyendo mal los resultados del 6D y de que en la oposición hay quienes
aún apuestan a “vías rápidas”, advierte que la confrontación es un camino sin
salida conocida, como no sea el de una espiral de violencia
En un país donde el común de
los líderes políticos es tan proclive a los fanatismos como hábil para las
mudanzas de discurso y opinión según el soplo de los vientos y los, digamos,
costos de oportunidad, Gerardo Blyde parece querer ser excepción. O una de las
pocas.
Desde que en 1999, con 35 años
de edad, se estrenara en la política al presentar ante la antigua Corte Suprema
de Justicia un recurso que logró modificar las bases –elaboradas por Chávez–
del referendo consultivo que convocaría a una Asamblea Constituyente, el hoy
alcalde de Baruta ha perseverado, con ecuanimidad también inusual, en posturas
siempre apegadas a los mismos principios.
A partir de entonces, Venezuela
ha vivido una veintena de procesos electorales, un golpe de Estado, un paro
general, un paro petrolero, la muerte del líder máximo y único del proceso
revolucionario, innúmeras protestas y guarimbas y hasta una Salida sin llegada
o –no sólo de políticas vive el hombre– un crecimiento económico pasmoso que
devino en crisis de proporciones catastróficas. El mismo Blyde, por su parte,
ha transitado desde el anonimato y la abogacía hasta la mayor votación que haya
recibido un diputado (año 2000) o un alcalde (2006); de la secretaría general
de Primero Justicia a la de Un Nuevo Tiempo; de la condición de dirigente
partidista a la de presidente de la Asociación de Alcaldes por Venezuela, que
agrupa a los ídem de la oposición en todo el país. Y, cosa curiosa, cuesta
recordar que alguna vez, una al menos, haya recetado salsas distintas para el
pavo y para la pava.
Así lo deja ver aquí, una vez
más, al hablar sobre el nuevo país que instauró el 6D, sobre las actuaciones y
los ruidos de gobierno y oposición en ese escenario, sobre legalidad y
legitimidad, sobre la imperiosa necesidad de diálogo para destrabar la política
y atender el drama social y económico. Y, punto primordial, sobre los peligros
de saltarse esa necesidad por acudir a una “vía rápida” que, advierte, no sólo
llevaría a deslegitimar a la actual mayoría parlamentaria, sino que empujaría a
Venezuela hacia una espiral de violencia de indescifrable final
Nada más lícito que discrepar
de sus opiniones, claro está. E incluso adversarlas. Lo que parece indudable es
que el país, el país como un todo, ganaría al siquiera considerarlas.
Hay que dejar nacer la
Constitución del 99
—Yo creo que el 6 de diciembre
fue la apertura de una válvula de presión importante que se estaba acumulando
en el país. Y que se sigue acumulando, pero al menos fue un escape para que el
país manifestara: por una parte, los que somos opositores de siempre, nuestra
disconformidad con el gobierno imperante y la situación institucional del país;
y por otra parte, los que no eran de oposición y votaron por la unidad –o se
abstuvieron o votaron nulo–, un castigo a un gobierno que ha sido incapaz, en
el tiempo que tiene, de enfrentar una crisis económica que se ha traducido en
crisis social y, también, por la crisis de seguridad personal que sienten todos
los venezolanos.
Bien dice el dicho aquel que
“amor con hambre no dura”, y yo creo que llegó el momento, el 6 de diciembre,
en que el pueblo venezolano –en su mayoría– le dijo a ese gobierno: “No te amo.
Este amor se acabó porque hay hambre, porque hay problemas y porque el dinero
no alcanza”.
Creo que el gobierno leyó muy
mal los resultados y se empeña en pelear y cazar una polarización en el país,
cuando el país no está diciendo eso. El país le dio una oportunidad a este
gobierno para cambiar las cosas. Cambiar las cosas desde la acción de gobierno,
pero primero tenía que haber tenido una acto de constricción y de humildad. No
de constricción sin humildad, que fue lo que nos sucedió con el mensaje
presidencial. Constricción es decir: “Me equivoqué, los invito a todos, todos
los sectores, a construir un país distinto”. Porque todavía es gobierno,
todavía es el Ejecutivo Nacional. Aquí no hubo una elección presidencial, aquí
hubo una elección parlamentaria. Y era el campanazo más fuerte para que
rectificara, en su conducta y en su dicho.
—¿No ha llegado ese campanazo
a Miraflores?
—Creo que no lo hizo. Creo que
retó otra vez, y trata de crear guerras y polarizaciones que lo mantienen en el
plano político del discurso –el mismo que usó en la campaña electoral y que no
le rindió frutos–, porque el plano económico y social está demasiado pegado a
la gente en su día a día. Y el plano político en el cual quieren mantener el
discurso –como quieren llevar a allí la oposición, y que la oposición caiga
también en ese plano político y únicamente del discurso–, creo que es un error.
Creo que nosotros tenemos que mantenernos en el mismo plano en que se mantuvo
la Unidad Democrática durante toda la campaña electoral: no mordiendo anzuelos
en el plano político, pero sí trabajando en el plano económico y social con la
gente. Eso, en primer lugar, sería como el arranque de esto.
Lamentablemente, como no hay
signos evidentes de voluntad de cambio en quien ejerce el poder –quien ejerce
el poder está en Miraflores, no está en la Asamblea Nacional, que es un poder
autónomo, independiente, pero con competencias constitucionales muy claras y
delimitadas–, como no hay signos de cambio, yo creo que este año va a ser tan o
más duro de lo que fue el año pasado para los venezolanos en general, sin
distinción. Yo creo que este va a ser un año social y económicamente
complicadísimo, cuya suerte la está trazando el propio Maduro, desde
Miraflores, al empecinarse en no entender el mensaje que el venezolano en
general le dio el 6 de diciembre. Hablar con la arrogancia, accionar con la
arrogancia de la mayoría a la que estuvieron acostumbrados por años, cuando ya
no lo eres, dista mucho de lo que el venezolano le dijo al presidente de la
Republica el 6 de diciembre.
—¿Se puede prescindir del
plano político en un momento tan complejo como este?
—Evidentemente, hay planos
políticos que tocar, porque tú no puedes hacer inoperativa la Asamblea Nacional
con un control institucional, no la puedes capar –y disculpa la expresión– en
sus funciones institucionales y legales. Hasta ahora los poderes venezolanos
han sido auto-complacientes, por la forma en que se montaron: hasta la elección
de este Parlamento, de la Asamblea Nacional este 6 de diciembre, la
Constitución del 99 no ha nacido, porque no la han dejado nacer los que
controlan el poder.
Cuando tú hablas de un
Tribunal Supremo de Justicia y un aparato judicial independiente y autónomo, de
un Poder Ciudadano independiente y autónomo, de un Poder Electoral
independiente y autónomo, y después de todos los años de vigencia de la
Constitución –desde el 99 para acá– no los veías, sino que los veías entregados
al Poder, es simplemente porque no había un sistema de pesos y contrapesos como
tiene que tener un Estado republicano por obligación. Un sistema judicial no
puede estar sumiso a un Poder Ejecutivo. Tampoco un Parlamento. Un sistema
judicial debe estar sumiso a la ley. ¿Y sumiso a la ley para qué? ¿Para qué se
crea un Poder Judicial? Para que tú, como ciudadano; yo, como ciudadano; cualquiera
de nosotros, no sea aplastado por ningún poder. Para que cuando un alcalde pise
tus derechos, tú tengas a dónde acudir, y que ese tercero –que se llama Poder
Judicial- te reponga tus derechos y sancione al alcalde.
Y lo mismo si es un ministro,
lo mismo si es un parlamentario, cuando, ejerciendo sus funciones de
legislador, apruebe una ley que cercene o eche para atrás derechos laborales o
derechos sociales adquiridos –no se puede retroceder sobre ello–, y tú como
ciudadano tienes derecho a acudir un tercero que lo ponga en cintura y lo
vuelva a meter dentro del orden jurídico. El imperio de la Ley y la democracia
social sólo se garantizan con un Poder Judicial autónomo, un Parlamento que
controle y, también, un Ejecutivo que haga su función de ejecutar.
Patentes de corso ya no hay
—¿Y ahora? ¿Se da ese
contrabalance o asistiremos simplemente a una pugna de poderes?
—Yo creo que esto es un primer
ejercicio democrático, al cual el Poder no está acostumbrado –este poder que
nos gobierna–, pero que tiene que entender que va a tener frenos, que va a
tener que negociar, en los buenos términos de la palabra negociación en
democracia, y que va a tener límites. Y que para poder avanzar, tiene que
convencer y no imponer; para poder avanzar en políticas que rescaten la
economía del país y los logros sociales que ha podido tener esta revolución.
Eso por un lado. Por el otro,
tienes un Parlamento que tiene que entender que no pude ser
obstruccionista per se, sino que aquellas propuestas –tanto en lo
legislativo como en lo orgánico– que pueda realizar el propio Ejecutivo
Nacional, que puedan ser aprobadas y debatidas porque vayan en beneficio del
pueblo venezolano, las va a tener que aprobar. Igual que con aquellas que no lo
sean, pues va a tener que decir por qué no.
Es decir, aquí nadie, en este
momento, tiene una patente de corso para actuar, o para hablar, o para hacer.
El único que tiene la palabra más fuerte se llama “pueblo de Venezuela”, y está
observando la conducta de cada uno de los poderes.
—Los encuestólogos, e incluso
voceros de la propia oposición, han sostenido que el pueblo no votó por mayor
pugnacidad, sino por un cambio que implique soluciones.
—Igual que tampoco el pueblo
votó para darle dos terceras partes a la oposición, para que luego otro poder,
a través de vericuetos nada jurídicos y muy poco legales ni constitucionales,
le tuerza la voluntad al pueblo. El pueblo también está viendo a ese Tribunal
Supremo de Justicia, está viendo cómo se comportan esos magistrados. Porque al
final el pueblo es el que castiga, y va a castigar duro. Aquellos que no
entiendan este momento en el que estamos metidos, pues lo verán. Porque la
crisis es mucho más fuerte de lo que aquellos que están en cargos públicos
están viendo.
Fíjate que hay un ejemplo bien
interesante: cuando Chávez estaba punteando las encuestas en el año 98, Acción
Democrática y Copei decidieron –en el antiguo Congreso– adelantar las
elecciones parlamentarias, y lograron mayoría en ese Parlamento. Creyeron que
con eso, controlando la Corte Suprema de Justicia y controlando el Parlamento,
iban a poder controlar a Chávez, que iba a ganar las elecciones unos meses
después. Pero el pueblo había decidido cambiar. Y ese control institucional que
pretendían imponer en contra de la voluntad del pueblo, bueno, meses después
gana Chávez y se lleva por delante toda esa institucionalidad.
—¿Hay realmente similitud de
condiciones?
—Mira, no hay
institucionalidad preconstituida que pueda contra un pueblo que decidió
cambiar. Ni este Tribunal ni el Ejecutivo Nacional van a poder frenar el
impulso y el deseo de cambio del venezolano, por más inconstitucionalidades que
quieran realizar a través del control institucional que ejercen. Una cosa es el
control institucional legal –y tenemos dudas muy serias sobre la legalidad de
13 magistrados–, pero ese control no puede estar por encima de la legitimidad
del pueblo. Me llamó mucho la atención una declaración del expresidente del
TSJ, que dice que “los diputados que fueron impugnados son legítimos pero no
son legales”. Si un juez tiene que decidir entre aquello que es legítimo y
aquello que es legal, con los ojos cerrados debe decidir a favor de lo
legitimo, por encima de lo legal. Jamás al revés, porque estaría decidiendo en
contra del pueblo y eso es muy delicado.
Destrabar la política
—Con un país tan hondamente
fracturado en dos mitades, y ante una crisis económica y social como la
actual, ¿hay alguna posibilidad, para Venezuela, distinta al diálogo?
—Yo no la veo. Hay quienes
hablan de salidas rápidas, fáciles… Yo creo que si aquí se produce una salida
rápida del Ejecutivo Nacional, será porque el propio Maduro buscó, al no
rectificar, esa salida. Pero yo no la veo. Yo insto en este momento al nuevo
Gabinete –que no es tan nuevo–, y al presidente de la República, a que
rectifiquen de verdad, de fondo. Porque el país no se merece que nosotros
entremos en una espiral de guerra institucional. Los venezolanos no se merecen
que entremos en una guerra de poderes, en una guerra inter-institucional. Pero,
adicionalmente, el país no se merece seguir hundiéndose. Y más importante es
eso que permanecer cualquiera en el poder. Más importante.
Ojo: si no hay esas
rectificaciones, aquí hay un recientemente electo Parlamento Nacional, recientemente
legitimado. Y un castigo enorme a un gobierno nacional que ha sido incapaz de
frenar la crisis y, por el contrario, nos ha hundido más en ella. ¿Quién gana,
ante el pueblo, en una pelea inter-institucional? No me cabe duda de que
ganaría el poder más legitimado recientemente. Pero tampoco quiero esa guerra.
Esa guerra es absurda, esa guerra es suicida para todos los venezolanos.
—¿Cómo podría –o
debería– comenzar ese diálogo? ¿Por dónde? ¿Para qué tendría que servir?
—Nosotros necesitamos un país
donde haya diálogo, como primera herramienta para lograr luego mejores niveles
de vida. Ver, por ejemplo, la Ley de Amnistía como una bandera absoluta de
–como dice el gobierno– “condonación y falta de penalización” de supuestos
crímenes cometidos por quienes puedan ser beneficiarios de ella, es un error
gigantesco. El propio Chávez, después del Carmonazo y de los paros petroleros,
dictó una Ley de Amnistía, a través de un decreto-ley por vía habilitante.
Porque Chávez entendió que él era producto también de una amnistía, si bien
distinta, porque fue a través de indulto presidencial. Son esas las dos armas
que tiene el sistema para drenar los problemas políticos: una se la da el
presidente de la República, a través del indulto o el sobreseimiento de causa,
y la otra al cuerpo colegiado de la Asamblea Nacional, para que esos muros que
nos dividen vayan perdiendo su fuerza, sean derribados y podamos unirnos como
sociedad.
Yo creo que una Ley de
Amnistía, en este momento –aprobada después por el Presidente cuando le ponga
el ejecútese, no rechazándola de plano, entendiendo el problema nacional–, nos
indicaría que podemos pasar, que podemos liberar las presiones del plano
político para dedicarnos todos al plano social y económico, que es el más
importante.
—¿Es eso realista? A los ojos
del Gobierno, y de gran parte del chavismo, eso luce más bien como un escollo.
—Eso lo hace un estadista. Eso
lo hizo Caldera con Chávez. Muy en contra de la opinión de muchos de nosotros.
Yo como abogado pensaba que primero tenía que ser sentenciado para después
otorgarle el indulto, pero Caldera le otorgó sobreseimiento. Eso lo hizo la
Cuarta República con la guerrilla, cuando la izquierda venezolana dejó de estar
enguerrillada y volvió a tomar la vía democrática. Ahí mucha gente fue amnistiada,
indultada, y etc., para que se incorporaran a la vida democrática a través de
partidos políticos, y nace el MAS, y se legaliza el Partido Comunista.
Hoy en día, yo creo que
necesitamos liberar los problemas del plano político, que la Asamblea termine
de aprobar su Ley de Amnistía, que el Presidente ponga el ejecútese; que
entienda que el problema político tiene que ser resuelto cuanto antes, para que
podamos unirnos a resolver el problema económico y social del país. Todos los
países que quieren salir de sus conflictos en democracia, terminan con acuerdos
de convivencia que pasan por amnistías, indultos, etc. Es una figura
absolutamente constitucional, democrática, que no solamente existe aquí, existe
en muchísimos países.
Fíjate en lo que está tratando
de hacer Colombia. Está priorizando la estabilidad política del país, para
poder seguir su crecimiento económico y social. Ya vendrán otros tiempos. Los
chilenos lo tuvieron que hacer. Es más, se tuvieron que tragar a Pinochet
–todos los sectores democráticos– por casi dos años como comandante en jefe de
la Fuerza Armada, a pesar de tener ya un Presidente elegido democráticamente.
Hasta que se sintieron absolutamente fuertes para poder sacarlo con el apoyo
popular, reformar su Constitución de nuevo y asumir, como debe ser, el poder
civil –el presidente de la República–, la comandancia de la Fuerza Armada. Pero
tuvieron que hacer unos pactos de convivencia política, para poder tener la
democracia que hoy tienen. Entonces, si nosotros queremos tener una democracia
que sea exitosa en lo económico, que sea exitosa en lo social, necesitamos
destrabar el tema político.
¿Y si sale Maduro, es otro el
país?
—Justamente: para mucha gente
de la oposición, pareciera que los problemas de Venezuela se resuelven en el
momento en que se haga un revocatorio y el chavismo salga del Ejecutivo. Y no
luce tan sencillo, ¿no?
—¿Y qué puede suceder allí?
Suponte que, por cualquiera de las causales de terminación anticipada de
mandato, Maduro salga: renuncia, le revocan el mandato… bueno, no quiero decir
las otras porque son las que menos deseamos, pero en todo caso cualquiera de
esas dos. O que hagan una enmienda constitucional y recorten los períodos
presidenciales. O incluso, aquellos que defienden la constituyente. Yo creo que
no hay que hacer constituyente en este momento; lo que hay es que aplicar esta
Constitución, dejarla que nazca de una buena vez, probarla en su
institucionalidad –que no la hemos podido probar–, y después veremos si es
necesario reformarla, enmendarla, lo que fuera. En todo caso, no desgastarnos
más en esos temas tan híper institucionales.
Suponte que entra un nuevo
gobierno: la crisis es igual, la economía está igual de destrozada, las
reservas están igual de caóticas, la producción petrolera está por el piso, el
barril petrolero… Bueno, ellos hablan del barril petrolero, pero es que también
la producción petrolera la tumbaron al piso, a niveles como nunca habíamos
tenido en la producción interna, porque durante más de 15 años no se hicieron
inversiones para mantener y producir más petróleo, como siempre se había hecho
tradicionalmente en la industria petrolera venezolana. Entonces, aguas abajo,
tú tienes un país casi quebrado.
—Más la pugnacidad política…
—Y con esa pugnacidad
política, no le arriendo la ganancia a ningún nuevo gobierno. Como no se las
arriendo a este, si se mantiene. Y claro, en ese caso el madurismoy el PSUV
pasarían a hacer oposición a ese nuevo gobierno. A menos que surja de sus
propias filas, que ese es otro escenario, pero si no surge de sus propias
filas, sino que fuese un escenario donde la oposición esté gobernando –ella
gobierno y el chavismo en la oposición–, la pugnacidad sería igual.
Evidentemente, tú tendrías un Ejecutivo sobre el cual actuar, como está
haciendo Macri, ejecutando –aun en términos de desventaja parlamentaria,
institucional– políticas económicas que él, pues, como Ejecutivo, puede dictar.
Tendrías un Presidente que podría dictar esas políticas, pero, ¿hasta qué punto
las podría realmente implementar en esta diatriba, en esta pelea y polarización
constante a la que estamos sometidos todos los venezolanos? Yo creo que el
diálogo es importante, ahorita o después. Y era importante ayer. Se lo dijimos
a Maduro, dos años y medio atrás, en Miraflores, cuando nos citó a todos los
alcaldes y me tocó cerrar la intervención: diálogo y economía, diálogo y
economía.
Señores diputados: a trabajar
—Y desde esa
perspectiva, usted que personalmente ha insistido tanto en la necesidad de
dialogar, ¿cómo valora las primeras actuaciones de la oposición, del 6 de
diciembre para acá?
—Algunas altisonantes, pero
realmente intrascendentes. Yo valoro los órganos por lo que producen. Vamos a
ver cuáles son las primeras leyes que de verdad son aprobadas por nuestra
Asamblea Nacional; cómo comienza la Comisión de Contraloría a controlar; cómo
comienza la Comisión de Política Interior, Justicia y Paz a tratar el tema de
la seguridad, el tema de las cárceles, el tema de la coordinación entre entes
públicos –nacionales, estadales y municipales– para proteger la vida y los
bienes de los venezolanos; cómo comienza la Comisión de Energía y Petróleo a
hacer la evaluación de la producción de PDVSA y de las asociaciones que se han
hecho con otros países y terceros; cómo se valoran las ayudas petroleras que se
siguen dando… Y que no deberían seguirse dando: ese petróleo debería venderse a
precio normal, en época de escasez. Es como cuando te ganas la lotería,
entonces ayudas a los vecinos pobres que tengas alrededor; pero si a ti no te
alcanza para comprarle la comida a tus propios hijos y a tu familia, ¿qué, vas
a seguir regalándole al vecino? Eso no tiene ningún sentido.
Yo espero ver las actuaciones
de la Asamblea. Hasta ahora ha habido mucho ruido, mucho ruido de instalación,
de “…y me salgo porque violaste el reglamento”. Que además da risa, porque los
que estuvieron violando los reglamentos y las leyes del país por cinco años, a
la primera que sintieron que le dieron el derecho de palabra a Julio Borges, se
pararon y se fueron. ¿Qué es eso? O sea, son muy fuertes cuando conforman
mayoría y muy poco resistentes en minoría. Y se los dice alguien que pasó cinco
años allí siendo minoría –del 2000 al 2005–, recibiendo palo, y no me iba de
ninguna sesión, y amanecía en cada una de las sesiones. Porque a mí no me
eligieron para salirme de las sesiones, a mí me habían elegido para estar allí
y dar la pelea.
—¿Cabe esperar que baje ese
ruido?
—Esos ruidos van a bajar,
porque no pueden vivir en eso indefinidamente: las doce de la noche del 31 de
diciembre son un sólo momento, y ahí vienen los fuegos artificiales y ya está.
Pero cuando nos reintegramos a trabajar los venezolanos –los que nos reintegramos
el 4, los que se reintegraron a mitad de mes–, nos tropezamos y dimos contra el
día a día: contra la escasez, contra la inseguridad, contra “los reales no me
alcanzan”, contra “me pagaron la quincena y no sé qué voy a comprar”, contra
“tengo que llevar a los muchachos al colegio y no tengo qué darles para la
merienda en la cantina”, contra “no consigo harina para hacer la arepita”:
contra eso. Y contra “me pueden asaltar en el carrito por puesto, o en la
esquina mientras lo espero”. Contra esa realidad es que está enfrentándose el
venezolano. Entonces, los fuegos artificiales iniciales se acabaron: a
dedicarse a trabajar. En la Asamblea y en el gobierno. Y ojalá se den cuenta.
Ojalá que Aristóbulo haga puentes de diálogo…
Fast ways, self-murders ways
—¿Y del lado opositor? Porque
hay una situación nueva en el país. Hasta hace poco, el gobierno controlaba
absolutamente todo, y era fácil ver o poner todas las responsabilidades allí.
Ahora la oposición tiene el control del Legislativo, que es también un poder…
—Un tremendo poder
—Sí, un tremendo poder. Pero
mientras –como usted acaba de decir– la gente lo que está pensando es en
“cómo resuelvo yo mis problemas”, el espectáculo que se percibe es el de una
polarización a la que está jugando no sólo el gobierno. ¿No hay también, dentro
de la oposición, mucha gente que apuesta a la confrontación, a vías diferentes
al diálogo?
—No lo dudo, que haya sectores
de la oposición –es más, estoy seguro de ello– que están buscando fast
ways, vías rápidas. Pero yo creo que, hasta ahora, la sensatez y la vía
democrática y constitucional han primado en la mayoría de la dirigencia
opositora. Y eso nos hizo llevar a la MUD al triunfo electoral, el 6 de
diciembre. Yo espero que no se olvide ese éxito. Si se buscan otras vías
distintas, sería leer mal lo que el venezolano quiere y aspira, en primer
lugar. En segundo lugar: una vía muy rápida llevaría a deslegitimarte en tu
mayoría, que es lo que está buscando el gobierno: deslegitimar la mayoría de la
Asamblea Nacional. Hasta ahora han sido muy inteligentes.
Desde la época de Manuel
Rosales, candidato presidencial, pasando por todos los procesos electorales que
hemos vivido –locales, regionales, presidenciales con Capriles–, ha costado
muchísimo llegar al 6 de diciembre. En 2005, cuando nosotros íbamos a
reelección para diputados, la mayor parte de la dirigencia opositora, e incluso
–me atrevo a decir– los medios de comunicación, el sector empresarial y hasta
dirigentes vecinales, estaban arropados en la onda de la abstención. Y nos
decían: “No vamos a votar, con eso sólo vamos a legitimar…”. Muchos de los
líderes, en aquel momento, de la abstención, cinco años después eran líderes de
la participación, porque eran candidatos.
Ojalá que esa rectificación
que hicieron no los devuelva a otras arenas, en las cuales muy posiblemente
sepas cómo entrar, pero no sabes cómo sales. Quien crea que aquí puede haber
una salida abrupta de un Gobierno Nacional, para colocarse ellos, tiene que
saber que no es tan fácil. Hay muchos factores que pueden rodear eso. Y yo no
quiero que Venezuela caiga en un asunto de golpes y contragolpes, con crisis
económica además –porque eso lo genera la crisis económica–, como les ha pasado
a países como Bolivia, Argentina, a los que les costó decenas de años, cinco
años, diez años, volver a tener estabilidad. Eso lo han vivido otros países de
Latinoamérica, y sería muy peligroso que Venezuela se metiera por ese camino.
Porque por ese camino no vamos a resolver los problemas económicos y sociales
del país; sólovamos a seguir en el plano político del control del poder. Y ese
plano político del control del poder te puede llevar a una espiral
indescifrable al final. No sabemos el fin de la historia: golpes, contragolpes.
Son circunstancias ya conocidas en Latinoamérica.
Invalidado para fiscal o
magistrado
—Hace mucho tiempo que usted
no declara sino en condición de alcalde. ¿Qué hay de su militancia política?
—Yo pertenezco a la dirección
nacional de Un Nuevo Tiempo. Soy socialdemócrata, y ahí me mantengo. Pero no
soy vocero del partido, porque UNT tiene su presidente, su vicepresidente y su
secretario general, que son sus voceros oficiales.
—¿Pero hay algún motivo para
que usted no aparezca públicamente en condición partidista?
—Quizás porque he estado más
dedicado a mi gestión de alcalde, y además hemos creado la Asociación de
Alcaldes por Venezuela, donde soy un vocero importante; todos los alcaldes del
interior confían, o nos han dado ese voto de confianza, para que nosotros los
representemos y seamos su voz. Y yo creo que confundir mucho a la gente, en
cuanto a vocerías, es complicado. Creo que me he querido mantener más
institucional que en la arena del partido político, propiamente dicho, pues así
le he podido aportar más a la institucionalidad. No significa que no sea un
militante político. Lo soy. Por lo tanto, yo por ejemplo estoy invalidado para
ser un magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, estoy más que invalidado
para ser fiscal general de la República: estoy invalidado para cualquiera de
esos cargos en los cuales uno no debe tener militancia política. Y no porque
renunciara hoy, mañana me podría postular. Eso es inmoral.
28-01-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico