Por Vladimiro Mujica, 29/01/2016
Todo parece indicar que al interior del chavismo se ha impuesto la
tesis de que es posible salvar lo que queda de revolución sin aceptar su
responsabilidad por el estado calamitoso de la República, y sin negociar con
las fuerzas de la oposición en la AN más allá de los límites de un esquema
gatopardiano de cambiar para que nada cambie. El dilema consiste en que deben
conducir este laborioso proceso traicionando lo que muchos de sus militantes y
dirigente consideran su propia esencia de movimiento popular.
Para quienes se sienten revolucionarios, el suponerse dueños de una
supuesta superioridad ética sobre el resto de la gente, basada en sus
principios, sus raíces y conductas no es un asunto cosmético. Los dota de
lenguaje y les proporciona un sentido de identidad, algo que Chávez explotó
magistralmente con su carisma. Por ello la afrenta que significa perder el
apoyo del pueblo ha calado muy hondo en las filas de la revolución. Es tan solo
cuestión de leer lo que se escribe en Aporrea y lo que señalan figuras señeras
del chavismo como los ex -ministros Víctor Álvarez, Jorge Giordani, Héctor
Navarro y Felipe Pérez, o de líderes originarios del 4F, ahora convertidos en
críticos del gobierno de Maduro, para entender la naturaleza del padecimiento
de quienes siguen creyendo que les asiste una suerte de fortaleza moral y que
advierten ahora sobre todos los males y perversiones que ellos mismos ayudaron
a construir. Pero ni siquiera este acto mínimo de contrición se lo asume con
humildad: los disidentes del chavismo devenidos los críticos más acervos del
gobierno de Maduro lo que quieren es, creámoslo o no, ¡más revolución chavista!
Ello es así porque parten de la premisa de que las propuestas y la visión
originales, que en verdad contenían desde sus orígenes los genes del desastre
autoritario y populista que ha arruinado a Venezuela, eran correctas. De
acuerdo a esta visión, insostenible desde el punto de vista histórico y
argumental, el Comandante Supremo estaba en los correcto pero sus principios
revolucionarios han sido corrompidos por la camarilla en el poder.
Mientras de los sectores más intelectuales de la disidencia chavista se
continúan acumulando estas reflexiones sobre las carencias del régimen, hay
otro proceso de desgaste de la imagen y el soporte político del gobierno que
corre en paralelo. Esta es la procesión popular, la de la gente común, que vive
un calvario diario de dificultades para las cuales los ministros y funcionarios
del régimen tienen explicaciones que despertarían la envidia del gran Mario
Moreno, Cantinflas. Algunas de estas explicaciones exceden el paradigma
cantinflérico para convertirse en verdaderos ejercicios de cinismo y desprecio
a la gente. Ejemplos: no hay medicinas porque la gente las usa mucho; los
anaqueles están vacíos pero las neveras están llenas; la economía no era
productiva porque el pueblo era analfabeta, y otras por el estilo que causan
verdadera repulsión por el sinsabor a burla y manipulación del sufrimiento de
la gente que dejan en la mente y en el espíritu.
Pero la decisión del régimen de no rectificar y de no negociar con la
mayoría del país que lo adversa sigue su curso. Ello a pesar de que las sombras
de catástrofes de diverso tenor gravitan pesadamente sobre el futuro de
Venezuela. A las advertencias sobre un conflicto civil, se le suman las que
alertan sobre una crisis humanitaria o un estallido social producidos por la
gravísima situación económica, de desabastecimiento y de inseguridad. Y sin
embargo el gobierno transita por la senda del enfrentamiento sin admitir que no
solamente la realidad política cambió el 6D, sino que no tiene capacidad para
resolver la situación del país sin recurrir en alguna medida a un acuerdo
nacional que reconozca no únicamente que la oposición existe, sino que es
necesario aceptar algunas concesiones claves entre las cuales destacan
prominentemente la liberación de los presos políticos y las medidas sobre la
situación económica y social.
La conclusión inescapable es que el gobierno no negocia simplemente
porque no puede negociar. Entiende que debe hacerlo para sacar al país de la
crisis, pero no puede aceptar las consecuencias de esas negociaciones porque
comprende que en ello le va la vida a la revolución y porque no puede controlar
a sus propios demonios internos que presienten que cualquier apertura expondrá
las verdaderas dimensiones de la corrupción de estos veinte años y a sus
beneficiarios. Ese es el verdadero y último dilema de un movimiento que ha
entrado en su fase de decadencia pero que todavía conserva una fuerza
importante para causar mucho daño a la nación.
Lo que sigue dependerá en mucha medida de la fortaleza y sabiduría de
la oposición que hasta ahora se ha manejado con tino en la AN. Si las cosas
siguen en la dirección que se avizora no quedará otro camino que empezar a
preparar a la gente para lo que promete ser un duro conflicto con la oligarquía
chavista atrincherada en el poder. Uno que aparentemente solo se resolverá con
su salida de ese reducto de poder por medios constitucionales. Los espacios
para las negociaciones intermedias, que contribuyeran a la reunificación de la
nación, se van reduciendo a pesar de que eso es lo que claramente le convendría
a Venezuela y los venezolanos.
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