Fernando Mires 29 de enero de 2016
Cuando leí que Aristóbulo Istúriz
-Vicepresidente de Venezuela- dijo que en su país el socialismo no está en
crisis “porque todavía no hemos comenzado a construirlo”, me vino al recuerdo la historia del caballo y
la zanahoria.
Para los que no la conocen, la
historia cuenta de un jinete que hacía correr a su caballo poniendo por delante
una vara de la cual colgaba una zanahoria. El caballo corría y corría y, por
supuesto, nunca alcanzaba a la zanahoria.
¿Por qué cuento esta historia? Pues,
por la sencilla razón de haber percibido que toda la historia del socialismo,
desde Marx a Istúriz, ha sido la del caballo y la zanahoria.
Todo comenzó con los socialistas
utópicos (Fourier, Owen, Saint Simon, Proudhon). Para ellos el socialismo era
un ideal zanahórico. Fourier, el más fanático de todos, ideó los llamados
falansterios, comunidades de trabajadores que cultivarían los productos que
consumían, entre ellos, zanahorias.
Karl Marx las emprendió en contra de
los utópicos afirmando que el socialismo no surgiría de fantasías sino de la
contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Según su tesis, la zanahoria debería estar madura. De otra manera el caballo no
correría. La tarea de los socialistas científicos sería detectar el momento de
la exacta madurez en las zanahorias.
Marx pensaba que las condiciones de
madurez se darían primero en Inglaterra y en Francia. Después en Alemania.
Nunca en Rusia. En una carta dirigida a Vera Zasulich el año 1881, Marx
declaraba que el socialismo ruso debería esperar hasta que las condiciones (las
zanahorias) maduraran en los países de más alto desarrollo capitalista. Hasta
que apareció Lenin.
Lenin, a diferencias de Stalin, había
leído a Marx. Por eso afirmó en su clásico “El Imperialismo, Zanahoria Superior
del Capitalismo” que la tarea del proletariado ruso debería ser construir el
capitalismo para después destruirlo. Pero como en Rusia apenas había
proletariado, y los que habían no eran revolucionarios, los intelectuales
deberían asumir las tareas del proletariado poniendo una zanahoria delante del
caballo a fin de que este llegara a tiempo cuando tuviera lugar la gran
revolución en Europa.
Stalin siguió a Lenin hasta que se
dio cuenta de que las zanahorias no maduraban en Europa. Entonces decretó que
la tarea de los comunistas sería construir “el socialismo en un solo país”.
Para conseguirlo echó a correr a latigazos al caballo, detrás de una verde
zanahoria rusa.
Como es sabido, Stalin acabó con la vida
de millones de caballos. Además, mató a miles de jinetes. Entre ellos a Bujarin
y Trotsky. El primero intentó disuadir a Stalin para que el caballo corriera
más lento. El segundo, fiel a la tesis de que el socialismo ruso solo podría
surgir sobre la base de una revolución mundial, inventó la “Teoría de la
Zanahoria Permanente”.
Pero no solo para los comunistas la
doctrina de la zanahoria ha sido útil. También lo ha sido para los
socialdemócratas.
Cuando los partidos socialistas
europeos fueron divididos desde Moscú, surgieron diversas teorías. Una de las
más interesantes fue la de Rosa Luxemburg. En su conocido libro “La Acumulación
de las Zanahorias” sugiere Rosa que el mundo se llenará hasta tal punto de
zanahorias que estas terminarán pudriéndose. De la putrefacción de las
zanahorias iba a surgir, según Rosa, el socialismo.
Más éxito tuvieron las teorías de
Kautsky y Bernstein. Ambos sostuvieron que gracias a la implantación de
reformas, el capitalismo dejaría gradualmente de ser capitalismo. De este modo
propusieron un cambio: En vez de toda la zanahoria solo colgarían pequeños
trozos delante del caballo. El caballo podría comer un trozo en un descanso y
después correr detrás de otro trozo. Lo que esa teoría no contempló fue que la
zanahoria llegaría alguna vez a acabarse. Efectivamente, los partidos
socialdemócratas ya no tienen más zanahorias que ofrecer. Hoy son partidos post
-zanahóricos. Así los denomina el sociólogo Alain Touraine en su famoso libro
titulado: "La Sociedad Post- Zanahórica".
Lejos de Europa, los chinos, siempre
tan astutos, inventaron la teoría de la revolución por etapas. En la primera
etapa serían sembradas zanahorias. En la segunda, Mao fundó el Movimiento de
las 100 Zanahorias (100 flores en mala traducción), lo que en chino significa 百花运动.
Mao ordenó: “crezcan todas las
zanahorias y florezcan mil ideologías”. Le duró poco el ímpetu. Poco tiempo
después escribió un libro rojo llamando a las masas a asaltar el poder. El caos
fue grandioso. Tuvo que morir Mao para que Deng Xiaoping comprendiera que a los
chinos no les interesaban las zanahorias comunistas sino las capitalistas. Así,
bajo la dirección del Partido Comunista, fue construido en China el capitalismo
más perfecto del mundo: un capitalismo sin democracia, sin derechos humanos,
sin sindicatos, sin huelgas. Y, pol si fuela poco, sin zanaholias.
En América Latina, los marxistas, si
es que hay alguno (los que se dicen así no han pasado del “Manual del Cultivo
de las Zanahorias” de Marta Harnecker) han sido extremadamente ingeniosos para
inventar periodos zanahóricos. El más prolífico fue Fidel Castro.
Del periodo de la zanahoria
democrática, Fidel pasó al de la zanahoria soviética. Luego se le ocurrió
exportar zanahoria guerrillera. Fracasada esa estrategia, ideó el periodo de la
zafra de 10 millones de toneladas de zanahorias. También fracasó. Destruido el
comunismo gracias al milagro gorbachiano, inventó el Periodo de la Zanahoria
Especial (una por familia cada semana). Hasta que, gracias a Chávez, hizo su
negocio del siglo: intercambiar zanahoria ideológica por barriles de petróleo.
Tuvo, además, la astucia de renunciar a tiempo dejando a su hermano a cargo del
“socialismo hotelero” donde las zanahorias (ideológicas y vegetales) solo las
ven los turistas. Puede que ese proyecto también fracase. Pero eso a Fidel no
le importa. Al fin y al cabo, como dijo después de asaltar el Moncada: “La
Zanahoria me absolverá”.
Los seguidores del castrismo han sido
buenos alumnos. Dícese de Daniel Ortega que él tiene una zanahoria para cada ocasión.
Entre otras, zanahorias sandinistas, capitalistas, socialistas, y sobre todo,
orteguistas.
Una mención aparte merece Evo
Morales. A diferencia de otros líderes, bajo su gobierno ha tenido lugar una
diversificación en el cultivo de las zanahorias. En los huertos de Bolivia
encontramos las más exóticas especies: zanahorias indígenas, zanahorias
plurinacionales, zanahorias cocaleras, zanahorias marítimas y más
recientemente, zanahorias re-electoreras.
Solo en Venezuela no hay zanahorias.
Eso fue lo que quiso decir Aristóbulo cuando afirmó que el PSUV todavía no ha
comenzado a construir el socialismo. ¿Después de 17 años? Aristóbulo, gracias a
su astucia adeca, no contesta a esa pregunta. Si lo hiciera debería confesar
que su gobierno es tan corrupto que se comió todas las zanahorias del país sin
haber dejado ni una de muestra.
Desde Marx a Aristóbulo ha corrido
mucha agua debajo de los puentes. Ha llegado entonces la hora de cambiar el
lema de Marx: “Trabajadores del mundo,
unios, no tenéis nada que perder, excepto vuestras cadenas”.
En vez de ese lema, deberá regir el
siguiente:
“Trabajadores del mundo, unios, no
tenéis nada que perder, excepto vuestras zanahorias”.
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