Claudio de Castro 23 enero de 2016
Hace
algunos meses recibí una llamada telefónica inesperada.
“¿Usted
es Claudio de Castro? Me llamo Rosario Araúz. Lo hablo
porque debe publicar un nuevo libro y se llamará EL SAGRARIO”.
“Tengo
otros similares”, le repliqué amablemente.
No
logré cambiar su opinión.
“Éste
será diferente”.
“¿Y
por qué lo quiere?”, pregunté, sin poder ocultar mi curiosidad.
“Suelo
ir a una capilla cercana a mi casa y a menudo encuentro solo a Jesús. Las
personas no van a verle porque no saben quién los espera allí. Con
su libro usted les dirá que Jesús Sacramentado se encuentra en el Sagrario”.
No me
pude negar a la petición de una dama tan gentil. Asentí y le hice tres promesas
que al tiempo pude cumplir:
“Escribiré
su libro, lo voy a publicar y viajaré al interior del país para conocerla”.
Una
mañana de junio me encontraba frente a la puerta de su casa, tocando el timbre.
Estaba en Penonomé, a 149 kilómetros de la ciudad de Panamá. Me abrió la
puerta una dulce abuelita y me invitó a pasar. Me mostró las fotos familiares y
me indicó:
“Siéntese
que le voy a contar una historia…”
Nunca
imaginé lo que estaba por escuchar.
“Siempre
visitó a Jesús en un pequeño oratorio. Se encuentra solo y me duele verlo
así. Una mañana fui con mi hija y escuché claramente estas palabras
salidas del sagrario:
“Rosario,
quiero que te encargues de ayudar a las detenidas en la cárcel de mujeres. Las
pobres. Les falta de todo. Ve. Yo te envío”.
Apenas
podía creer esto. ¿Era una ilusión?
Le
conté a mi hija, y me regañó:
“Deje de imaginar tonterías madre.”
Era
algo de no creer y no la culpo.
Regresamos
a la casa y cuando nos estacionamos mi otra hija, sale al estacionamiento y
empieza a decirnos muy molesta:
“¿Cómo
es posible? ¿Qué clase de católicos somos? Las pobres detenidas, nadie las
visita en la cárcel, les falta de todo. DEBEMOS AYUDARLAS. Es nuestra
obligación”.
Mi
otra hija, la que estuvo conmigo en el sagrario se sonrió, agitó la cabeza como
diciendo: “esto es increíble” y comentó:
“Ay
mamá, ¿quién comprende las cosas de Dios? Perdóneme. Ahora le creo”.
Llamó
a un alto funcionario del gobierno y éste le respondió:
“Nos parece estupendo. Dígale a su madre que lo que ella desee la apoyamos”.
“¿Y
qué ocurrió?”, le pregunte intrigado.
“Han
pasado 10 años de ese día. Armamos un grupo de voluntarias y tres
veces a la semana estuvimos visitando a las detenidas, cambiando sus colchones,
haciéndoles la vida más digna, enseñándoles un oficio. Yo ya estoy vieja
y no puedo ir. Me canso. Pero el grupo continúa. ¿Ahora comprende?”
“Ahora
comprendo”, le respondí. “Qué maravillosa historia”.
Le
entregué algunos ejemplares del libro y me marché profundamente impresionado.
Mi
libro el sagrario, el que casi no escribo es ahora el que más me piden. Se
ha traducido en dos idiomas: inglés y portugués.
He
visto cómo una pequeña visita al sagrario ha cambiado vidas.
Hace
poco me encontré una joven saliendo de una capilla. Se me acercó amable y me
dijo:
“Vengo de ver a Jesús… Gracias a su libro EL SAGRARIO”.
“No…
Yo sólo escribo. Dale las gracias al buen Jesús”, le respondí. “Fue
Él quien te llamó”.
¡Qué
bueno eres Jesús!
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