RAFAEL LUCIANI sábado 23 de enero de 2016
La
crisis socioeconómica en la que vivimos ha alcanzado niveles irreversibles
mientras persista la incapacidad en el Poder Ejecutivo de hacerse cargo de la
realidad en función del bienestar socioeconómico de «todo el país» y ofrecer
soluciones reales y viables, entendiendo que hay «valores no negociables y de
derecho» sin los cuales una sociedad no puede subsistir. Éstos han de ser,
entre otros, el bienestar socioeconómico de todos los habitantes de un país; la
posibilidad de acceder a los bienes materiales, como comida y medicinas, sin
padecer las consecuencias de la escasez, la inflación y la violencia; el gozo
de una sanidad mental que permita vivir la cotidianidad con futuro y esperanza,
y no bajo el peso de un presente que asfixia y pone en riesgo a la propia vida.
En fin, ninguna solución será viable si los actores políticos que tienen
concepciones de vida tan diversas no logran apostar por el «bien común» antes
que por el propio, sea ideológico, partidista o personalista.
Hoy se plantea, más que nunca en nuestra historia, el desafío de luchar por restituir el principio de discernimiento y acción sociopolítico que es el «bien común», y que afirma el primado de las relaciones interpersonales sobre cualquier intento de imposición inhumana de políticas ideológicas y mentalidades fundamentalistas a expensas del hambre y el sufrimiento de todo un pueblo. Aún más, cuando las escasez de bienes que padecemos ha llegado al punto de poner en riesgo a la propia sobrevivencia de quienes dependen de medicinas que ya no se encuentran.
Pensar desde el bien común supone hacer sendos cuestionamientos ante la gravedad de lo que vivimos, pues hay un límite entre lo negociable y alcanzable mediante un pragmatismo político, y lo que no puede ser negociado porque responde a «derechos humanos inalienables». En este sentido, ¿hasta qué punto lo que está en juego son apreciaciones e intercambios entre modelos políticos cuando al escasear productos de primera necesidad, lo que está en riesgo es la vida de seres humanos, y no un simple juego de ideologías?
Cuando las políticas económicas sólo producen un «mal mayor», favoreciendo el deterioro continuo y acelerado de todo tipo de relaciones personales y productivas de un país, entonces cabe la pregunta obligada y de orden moral que todos debemos hacernos y discernir, si ponemos primero a la persona humana y sus necesidades básicas o si seguimos empeñados en imponer una ideología, que a este punto sólo favorece el fortalecimiento de una cultura marcada por la muerte y el empobrecimiento. Así lo han denunciado distintos actores públicos en el país, incluyendo a la institución eclesial en su más reciente comunicado oficial.
Al privilegiar al interés particular por encima del bien de la sociedad en su conjunto, se actúa de modo amoral, sólo se produce un mal que será siempre mayor hasta llegar a afectar a los mismos actores que lo iniciaron. Pues la dinámica que se desata del mal moral no exime a nadie, ni siquiera a sus autores. Es sólo cuestión de tiempo.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes, define al bien común como «el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten, ya sea a la colectividad como así también a sus miembros, alcanzar la propia perfección más plena y rápidamente». Este ha de ser el criterio de discernimiento y acción de la nueva Asamblea Nacional, siguiendo el mandato que le diera el pueblo venezolano para recuperar una vida económicamente estable y socialmente sana para todos, y no para unos pocos.
Rafael Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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@rafluciani
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