Carlos Valero 23 de enero de 2016
@carlosvalero08
Me gustó mucho lo que ocurrió el 15
de enero en la Asamblea Nacional. Por primera vez en muchos años, el país
observó algo parecido a una “rendición de cuentas” del poder ejecutivo al poder
legislativo. Hubo problemas de coordinación con la casa militar sobre el tema
de los periodistas dentro del Hemiciclo y las barras del gobierno intentaron,
sin lograrlo, opacar el discurso de Henry Ramos Allup, quien con mucha
veteranía en varias ocasiones controló sus gritos histéricos. Además, en esa
sesión que no dudo en calificar de histórica, ocurrió una extraña coincidencia
entre Nicolás Maduro y Henry Ramos. Ambos trataron en tono burlesco y
despectivo, al otrora hombre fuerte de la revolución, Diosdado Cabello,
relegándolo a la estratégica misión de proveer moringa, tanto para los
opositores como para los diputados oficialistas. Para los representantes de los
dos únicos poderes que emanan del pueblo, Cabello quedo para solucionar los
problemas de salud, distribuyendo la mágica hoja proveniente de la India,
Bangladesh y Afganistán, y cuyas propiedades curativas, según curan desde el
cáncer hasta la impotencia sexual.
En política no hay palabras sueltas
ni gestos desarticulados, mucho menos cuando se realiza, en cadena nacional y
con el interés de todos los venezolanos, un acto como el ocurrido el pasado
viernes 15 de enero. La forma como Maduro trató a Diosdado Cabello no es gratis
y viene a ratificar lo que se rumora en los pasillos del Palacio Legislativo.
Existe un intento, hasta ahora eficaz pero costoso para el PSUV, de relegar a
Cabello a un segundo o tercer plano por parte de Maduro, Cilia y el gobernador
de Aragua, Tareck. Dentro de la lucha intestina por el poder al interior del
PSUV, Cabello perdió casi toda la influencia que tenía en el gabinete; ya no
preside el principal poder en un sistema democrático, como lo es la AN, y todas
sus gritos afirmando que sería desconocida la nueva asamblea, afirmando que no
habría ni un centavo para pagar la luz, fueron desmentidos por Maduro cada vez
que se refería a HRA como el Diputado Presidente de la Asamblea Nacional,
cuando ordenó a los ministros ponerse a la orden de la AN y cuando escuchó,
cual muchacho regañado, el discurso de HRA que en menos de treinta minutos
desmontó las bases del discurso oficialista.
Sobre el contenido del discurso de
Maduro, podríamos, haciendo esfuerzo de síntesis, expresar que lo más relevante
es su absoluta desconexión con los problemas económicos y peor aún de las vías
para solucionarlo. Se mostró inseguro, incómodo y sudoroso cuando abordó el
tema económico y financiero, insistiendo en la guerra económica y culpando al
imperio por la caída de los precios del petróleo. Para él la economía sigue
siendo un problema de flujo de caja y logística. En lo político resaltó el
llamado a constituir una comisión de la verdad, que fue por cierto una de las
conclusiones y promesas no cumplidas de la “mesa de concertación y diálogo”,
coordinada por Gaviria después de los sucesos de abril del año 2002, y que en
mi opinión, debemos poner a funcionar de inmediato. Destaca en este discurso la
ausencia de una frase referida al tema de la seguridad personal. El discurso de
Maduro, así como el gabinete recién nombrado, solo anticipan la profundización
de la crisis económica. Sigue, citando a Octavio Paz, con una ceguera
ideológica que le impide pensar.
El poder de democracia es por
definición limitado, temporal, se obtiene por delegación de los electores y
quienes lo ejercen están obligados a rendir cuentas a los verdaderos dueños del
mismo, a saber, el ciudadano, a través de los mecanismos institucionales que
define la Constitución y las leyes de la República. En nuestro país, por casi
17 años, quienes han ejercido el poder asumen que la ecuación es inversa. Se
sienten amos absolutos de la verdad, imbuidos de una prepotencia sin límites,
se asumieron como los dueños del país, relegando al ciudadano a un rol de mero
elector sin ningún control de la gestión pública, porque hacer una revolución
es demasiado sublime como para dejar que un puñado de paisas inconformes opinen
sobre ella. El partido, dueño y señor de todo, está por encima del bien, el mal
y la Constitución. Sin embargo, el 6D esta situación anómala cambió
radicalmente y hoy el pueblo, a través de la AN, vuelve a retomar el control
sobre los poderosos. El plano al que ha sido relegado Cabello trae para el país
una buena y una mala noticia. La buena, Diosdado pierde influencia en el seno
de PSUV y pronto estará, cual Rafael Ramírez o Elías Jaua, sometido a un
despido indirecto, degradado a una responsabilidad menor. La mala, que de esa
disputa Maduro-Cabello no puede salir nada bueno para el país, porque los dos
representan el atraso y la barbarie política.
Si personajes como Diosdado Cabello
no entienden el poder del mandato popular, quedarán relegados a simples y
ordinarios surtidores de moringa, segundones sin voz ni mando.
@carlosvalero08
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