Por Mario Villegas, 17/03/2017
Dos mil diecisiete años después
del asesinato de Jesucristo, la mezquindad quiere llevar a la cruz a otro Jesús
para pagar culpas ajenas. Propias seguramente tiene, pero menores que las de
sus verdugos.
Por aquí fumea, por la Venezuela
de la intemperancia y los exacerbados radicalismos.
A mediados de 2014 no resultaba
nada fácil para la Mesa de la Unidad Democrática escoger a la persona que
ejercería su secretaría ejecutiva tras la inesperada renuncia del muy meritorio
Ramón Guillermo Aveledo. Eran tiempos de álgidas diferencias internas y de
choques políticos en el seno de la coalición opositora, así que tocaría al
escogido encabezar la difícil tarea de recomponer la unidad y de dotarla de una
correcta y exitosa estrategia de poder.
De algún sombrero, alguien sacó
el nombre de Jesús “Chuo” Torrealba. Entiendo que fue Henrique Capriles
Radonski, cuya influencia derivaba no solo de su condición de gobernador
regional y de líder de un importante partido, sino de haber sido dos veces el
candidato presidencial de la oposición, en cuya última representación estuvo a
un tris de ahorrarnos este karma nacional que se llama Nicolás Maduro.
Conozco y aprecio a Chuo desde
hace muchos años. Pero estuve entre los venezolanos que, afectos personales y
reconocimiento profesional y político apartes, no veíamos en él al hombre para
la coyuntura. No solo por sus notables diferencias de estilo con el talante
diplomático y conciliador de Aveledo, sino porque su nombre y su rostro estaban
raigalmente asociados a la tristemente célebre Coordinadora Democrática, cuyo
destornillador cortoplacista había atornillado a Hugo Chávez en Miraflores por
bastantes años más.
Pero ni la MUD es la
Coordinadora, ni la Venezuela de hoy es la de ayer, como tampoco el Chuo de
ahora es el mismo de entonces.
Hay que ser bien mezquino para no
reconocer el papel que, con sus virtudes y defectos, jugó Torrealba en el
ejercicio del cargo. Si bien la construcción y ejecución de la estrategia
democrática, constitucional, pacífica y electoral, al igual que los éxitos
políticos y electorales alcanzados en su momento por la coalición opositora,
son producto del liderazgo y la acción colectiva de las fuerzas que integran la
MUD y, sobre todo, de la sociedad democrática que quiere e impulsa el cambio en
Venezuela, no se puede negar los aportes individuales que hizo Chuo en su
condición de secretario ejecutivo.
Sus dotes de buen comunicador y
su gran capacidad de trabajo, aunados a su conocimiento de la realidad social y
su comprensión del momento político, su espíritu entusiasta y solidario, al
igual que su indiscutible anclaje en densos sectores populares, estuvieron
siempre al servicio de la causa democrática.
Pero así como ni el rotundo éxito
en las parlamentarias del 6-D de 2015 ni la gigantesca movilización del 1° de
septiembre de 2016 le pertenecen en exclusiva a Chuo, tampoco los desaciertos y
fracasos de la MUD le son atribuibles en exclusividad. Los responsables
principales han sido los partidos, especialmente los del llamado G-4 (Primero
Justicia, Acción Democrática, Voluntad Popular y Un Nuevo Tiempo), los cuales
han mostrado grandes contradicciones entre sí e impuesto una gran incoherencia
a la MUD, al resto de cuyos integrantes llegaron a suplantar de forma
antidemocrática, a veces con el mutis del propio Chuo. Los proyectos personales
y grupales, las tesis cortoplacistas y la vía de los atajos han estado de por
medio.
El trabajo de Torrealba era
tratar de consensuar posiciones entre los diversos partidos, cosa que trató
pero que resultaba muy difícil, aparte de que no pocas veces había marcados
antagonismos al seno de un mismo partido.
La publicitada foto de un Chuo
dialogando en solitario con los mediadores del papa Francisco, los
facilitadores de Unasur y los representantes del gobierno, retrata
perfectamente el trasfondo de ambigüedades, desavenencias y marchas y
contramarchas que han caracterizado a la MUD por un buen trecho y que han
forzado a Torrealba a ponerle su propio rostro, aunque internamente tuvo el
coraje de enfrentar algunas de ellas.
Si lo primero es la justicia,
lejos de crucificar a Chuo Torrealba o de menospreciar sus aportes, lo
procedente sería reconocérselos y preservarlo a él como un importante capital
político de la Venezuela democrática en lucha y de la que está por venir.
@mario_villegas
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