Por Tulio Ramírez
Lo recuerdo como si hubiese
ocurrido ayer. Durante la tan denostada IV República, o democracia civil como
prefiero llamarla, los camaradas de entonces y boliburgueses de hoy,
vociferaban indignados que era una humillación para los venezolanos la exigencia
del “carnet del partido”, como condición para ser beneficiado con un puesto de
trabajo en un ministerio. La verdad, y no lo niego, me uní a esas voces en ese
momento. Siempre me indignó el chantaje para acceder a un derecho como el
del trabajo. Lo cierto es que los adecos aseguraban algunas prebendas a parte
de su militancia, si este demostraba con su carnet haber sido un fiel
militante de la causa partidista. Los copeyanos por su parte, si bien no
estilaban lo del fulano carnet, cuando les tocaba el turno de gobernar, y sin
botar a los adecos, también premiaban a su militancia con algún puestico en el
gobierno. Total que la práctica “del carnet” no es nueva en Venezuela. Sin
embargo, lo que vemos hoy día, dista mucho de lo que vimos y criticamos en los gobiernos
adeco-copeyanos.
Para ese entonces, no se
obligaba a nadie a sacar el carnet del partido, de hecho ni siquiera todos los
militantes lo tenían. Era un acto voluntario que mostraba más el compromiso y
orgullo de pertenecer al partido que el deseo de acceder a algunas ventajas. Ni
siquiera recuerdo a algún líder de AD o Copei, hacer alarde público del número
de militantes por el número de carnetizados. Tampoco era un elemento de
exclusión o apartheid. Más de un revolucionario mascaclavos y comecandela de la
época, una vez graduado de su carrera universitaria, accedió a puestos de
trabajo en el gobierno o a una beca de Fundayacucho para estudiar postgrado en
el exterior, sin habérsele exigido el aborrecible “carnet del partido” o
haberle puesto como condición la inscripción en la seccional de la parroquia
donde habitaba. Los tiempos han cambiado.
Ahora, en tiempos de
revolución, los adalides del humanismo, la democracia protagónica y de los
poderes creadores del pueblo, chantajean a ese mismo pueblo que dicen defender
y amar, con la exigencia de una credencial partidista para acceder al más
mínimo servicio o derecho consagrado en la Constitución como de libre acceso a
todos los ciudadanos sin distinción alguna. Jugando cruelmente con la situación
de hambre y de extrema necesidad de los venezolanos, obligan a la gente más
humilde a sacar el Carnet de la Patria ya que lo convirtieron en requisito para
poder comprar las Cajas y Bolsas CLAP, las medicinas y recibir atención médica
en los CDI y los pocos Módulos de Barrio Adentro que todavía existen. Quien no
tenga esa credencial, pues no tendrán oportunidad alguna de acceder a las
migajas que el gobierno lanza a los más humildes.
Estando de compras en una
ferretería, una mujer claramente enchufada en el Gobierno adquirió casi 3
millones de bolívares en bombillos fluorescentes, amén de otras menudencias.
Atrás en la cola para pagar, se encontraba una señora a todas luces proveniente
de los sectores populares, cargaba dos bombillitos normalitos en sus manos que
pagaría a un costo de 16 mil Bolívares cada uno. En la conversación que siempre
se entabla en esas circunstancias, la humilde señora preguntó dónde podía
conseguir algunos antibióticos que estaba buscando y no podía conseguir por
ninguna parte. Nuestra enchufada le contestó con cierto dejo de superioridad,
de quien se sabe está cómoda en la vida, que antibióticos si había y
suficientes. Le aconsejó que fuera con el Carnet de la Patria a una determinada
farmacia del Gobierno ya que allí los encontraría, caros, pero los
encontraría. A todas estas, después de pagar y salir del negocio nuestra
enchufada, la viejita dijo a viva voz, “yo quisiera el Carnet de la Patria
Platinum que tiene esa señora y no el que me dieron a mí, que para nada me ha
servido, qué humillación mijito”.
11-12-17
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