Editorial El Mundo 11 de diciembre de 2017
Hubo
un tiempo en el que a Venezuela se le consideró el sueño americano del Sur
porque era una de las cinco potencias más ricas del planeta, una especie de
Noruega moderna. Hoy la nación caribeña sigue contando con enormes recursos
naturales, con las mayores reservas petrolíferas del mundo y con un gran
potencial humano. Sin embargo, acaba de ser declarado en default por la agencia
Standard & Poor's por el impago de 183 millones de dólares en dos bonos de
deuda vencidos.
La
quiebra técnica de Venezuela se produce después de que el régimen bolivariano
haya arruinado por completo la economía, incapaz de controlar una
superinflación que en lo que va de año ya alcanza el 1.369%. Resulta dramático
el desabastecimiento de productos de primera necesidad, incluidos medicamentos.
Como hoy publicamos, ello está provocando la propagación de epidemias de
enfermedades como la malaria, la difteria o la tuberculosis. Es la Venezuela de
la miseria y la desigualdad, fruto de las políticas de un Gobierno incapaz como
el de Maduro, por si fuera poco decidido a laminar cualquier resquicio de
democracia y a convertir al país en una tiranía como las de las repúblicas
bananeras latinoamericanas del siglo XIX que creíamos que ya sólo podían verse
en Cuba -no en vano, único aliado hoy de Caracas-.
Venezuela
está secuestrada por una élite militarizada que, a través de la fuerza y
violando sistemáticamente los derechos humanos, ha impuesto un régimen
autoritario de corte populista. No nos cansaremos de repetir que la comunidad
internacional debe ejercer toda la presión diplomática para ayudar a los
venezolanos a recuperar la democracia. Y España tiene que asumir un liderazgo
mucho mayor en este sentido, que empuje a la UE y a otras potencias en esa
dirección.
Se
celebraron elecciones municipales. Una nueva mascarada del régimen chavista
que, al más puro estilo de las dictaduras, intenta legitimarse con llamamientos
a las urnas. Maduro vende como democracia lo que no son sino procesos
electorales perversos controlados de principio a fin por el oficialismo. Hoy ya
no hace falta ni amañar los resultados. Porque los principales partidos de la
oposición se han negado a presentarse, tras el pucherazo de las recientes
elecciones a gobernadores. Aun así, Caracas teme la imagen de colegios vacíos,
y para lograr una movilización más alta amedrenta a los ciudadanos pidiéndoles
que usen el llamado carné de la patria. Este documento, que permite al régimen
controlar quién vota y quién no, sirve para acceder a los programas
asistenciales del Estado, imprescindibles para malvivir en un país donde no hay
de nada.
La
situación es tan dramática que el régimen debiera aprovechar la mano tendida de
la oposición, dispuesta a reanudar un proceso de negociación, siempre que
Maduro acepte liberar a los presos políticos y a devolver al Parlamento -de
mayoría opositora- sus legítimas funciones.
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