Páginas

miércoles, 6 de diciembre de 2017

ESTADO DE SITIO, por Héctor Silva Michelena



Héctor Silva Michelena 06 de diciembre de 2017

Este es el título de una joya literaria y editorial que tengo entre mis manos, el muy reciente poemario de Rubén Osorio Canales. Victor Hugo dijo a Baudelaire después de leer Las Flores del Mal: Señor, usted ha creado un estremecimiento nuevo”. En correspondencia personal, me dijo Rubén: “este es un libro que escribí con la fuerza de un testigo de su tiempo”. En estas páginas también hay un estremecimiento también nuevo, pero que va más allá del mundo íntimo; porque las palabras, precisas, son un escalpelo que desnuda el embozo de la retórica del impostor, y nos dice crudamente que “todas las almas han sido sitiadas”. Sitiaron la vida, sitiaron el alma, que “el espacio donde estamos recluidos es mínimo” y que “no tenemos vía de escape”. Malvivimos en un estado de sitio.

Vienen al recuerdo dos horribles sitios de Jerusalén. Jerusalén quedó arrasada por el caldeo Nabucodonosor 587 a. C. por el poderoso ejército babilónico, que destruyó la capital de Judá y su templo y obligó a sus ciudadanos a vivir un exilio forzado. Unos 600 años más tarde, en 70 d.C., el emperador Vespasiano encargó a su hijo Tito sofocar la violenta revuelta que desde hacía cuatro años sacudía Judea. Tras un duro asedio, Tito logró conquistar Jerusalén y destruyó y saqueó la ciudad.

El bloqueo se hizo sentir pronto y la cruda realidad de la hambruna se adueñó de Jerusalén. Josefo, que entró en la ciudad como embajador del general romano, testimonia los devastadores efectos de esta estrategia: “Los tejados estaban llenos de mujeres y de niños deshechos, y las calles de ancianos muertos. Los niños y los jóvenes vagaban hinchados, como fantasmas, por las plazas y se desplomaban allí donde el dolor se apoderaba de ellos [...] Un profundo silencio y una noche llena de muerte se extendió por la ciudad”. A ello se sumaba el régimen de terror impuesto por los jefes de la rebelión, que ordenaban asesinar a quienes intentaban huir u ocultar algún alimento. Josefo cuenta el caso de una mujer que mató, asó y devoró a su propio hijo y ofreció a los jefes de la rebelión los restos para que participaran en el macabro banquete.

Ahora selecciono párrafos del guion de la película Estado de Sitio, escrito por Costa Gavras y Franco Solinas. El contexto es, desde luego, muy distinto. Narra la intervención de la CIA en Uruguay a raíz de la ejecución del agente estadounidense Dan Mitrione. Si rodamos el tiempo y suprimimos la retórica, los extremos se juntarán, la culebra se morderá la cola. Este es el arte singular de Osorio Canales, un fulgor en la noche del sitio:

“Barrera policial y militar. Control de vehículos y de las personas que entran y salen de la ciudad…soldados con perros. Patrullas. Cerca de una fábrica, un importante servicio del orden detiene y registra a los obreros…Registran todo, rastrillan la ciudad todavía adormecida, se cruzan siguiendo una geometría visiblemente preestablecida, y un tiempo estrictamente cronometrado”. Es el estado de sitio. La prolongación indebida del estado de sitio, con sus consecuencias de suspensión de las garantías constitucionales y de acrecentamiento de las competencias del Ejecutivo, tornaría tiránica a la autoridad. Los venezolanos sufrimos una dictadura absoluta: una Constituyente ilegítima de origen, un estado de excepción, no sólo el de emergencia económica, sino ese donde gobiernan las armas contra la Constitución. La muerte, la cárcel, el hambre, la enfermedad esperan en la misma acera.

El testimonio de Rubén, dicho con la cruda belleza de la poesía que no sabe mentir, es este: “Las calles permanecen oscuras en pleno día. De verde oliva pasan los convoyes, negros sus cañones, negras sus botas, negra el alma”.

El silencio íntimo es aquí la clave de la solución, pero aun así amenaza. Llama entonces a los poetas a cantar, el alba vendrá, resistamos y digamos la verdad. Ningún sitio es eterno. Y los verdugos sangrarán cuando alguien aparte la piedra y los sepulcros. Los verdugos de la luz y de la alondra, ningún destello vendrá en su auxilio. “Sí, habrá que tomar la espada y combatir. No importa si la sangre ya no alcanza para regar las flores y las arenas del mar que tanto amamos”. Aquí el vuelo poético, la palabra exacta, breve, hace una pirueta nueva: como un caballo alado, circunda la región supra celeste desde donde nos conminan: “Poetas, a cantar, decir por Dios, himnos de democracia y libertad”. Este es el ariete del prisionero contra sus carceleros. Rubén, con su poesía, transmuta la nuestra vida, con sus dolores y su rabia contra tipos serviles y ociosos.

Traigamos a Anna Ajmátova: La vida de Anna Ajmátova es, en muchos aspectos, la de los escritores y artistas rusos en los lúgubres tiempos del “socialismo real”. Hostigada, perseguida, deportada, vivió el turbio mundo de la sangrienta dictadura de Lenin y de Stalin.

Y Anna Ajmátova, acercándose a Rubén, le dice: “El poeta no es una persona/es tan solo un espíritu/ciego como Homero, /o sordo como Beethoven, -/todo lo ve, oye, posee todo...”.

Su respuesta es: “Que al final del combate nos quede el amor para contarlo. Así está escrito. In nomine patris. Amén”.

Alta y transparente poesía esta que Rubén extrae de su alma, para ponerla en nuestras manos y en nuestra razón para vivir: ¡La Libertad!

Rubén Osorio Canales, nacido en Barinas. Poeta, dramaturgo, hombre de radio y televisión, a ratos pintor y amigo a toda hora. Co-fundador, y hasta la muerte militante, de la llamada República del este. Autor de una muy importante obra poética de la cual se han ocupado los mejores escritores venezolanos. Fue profesor de la Escuela de Teatro de la UCV, de la Escuela Nacional de Teatro, Director de Información y Publicaciones del INCE, Presidente Fundador de Minerva Films, Director General del Inciba, Director de la Radio y la Televisora Nacional y Presidente de VTV durante cinco años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico