Alfonso Maldonado 02
de diciembre de 2017
Cada
vez que una parte de la humanidad o una persona vive un momento prolongado de
crisis, como una crisis epocal en la que el futuro pareciera cerrarse, que el
presente es bizarro, un impulso espontáneo ha sido el refugiarse esquivamente
en la interioridad. Esta se podría calificar, en cuanto equivocada y exagerada,
con el nombre de intimismo, exageración de lo íntimo.
En
esto puede haber una valoración negativa de lo temporal, que podría
identificarse con lo histórico, considerándolo falsamente como de algo pasajero
e irrelevante, sin densidad espiritual, contrario a los impulsos del espíritu,
cual si se tratase de algo demoníaco (se dan vestigios de cierto maniqueísmo
práctico). Aunque la búsqueda del espacio íntimo sea, de por sí, una necesidad
legítima de calma y sosiego, más si el mundo, o la cosmovisión, pareciera
caerse a pedazos, se puede vivir de manera equivocada, como fractura.
Pues
esta actitud, vivida como repliegue y renuncia, puede muy bien ser blanco de
sospechas de huida, evasión o de compensación psicológica con sus toques de
racionalización (me refiero al mecanismo de defensa que justifica con razones
al gusto opciones de este tipo). En sus versiones más excesivas, cuando se da
una religiosidad abundante y bizarra, puede llegar a ser síntoma de una
psicopatología de algún tipo.
La
tentación del ghetto o la secta, como gente selecta y confiable, grupo de
elegidos en un mundo perdido, complejo del “arca de Noé”, no está lejos de
cierto intimismo. Sirve para inmunizar subjetivamente contra la inseguridad y
la incertidumbre del entorno histórico-social. Personas frustradas en sus
aspiraciones por las circunstancias o la conformación de la sociedad en un
momento dado, aplastadas por los colosos externos o por los eventos de su vida
personal, pueden revestir y adornar su drama bajo el halo de la elección
divina: el sufrimiento, la incomprensión o “persecución” (que huele más a
paranoia) es signo de esa elección. Una especie de experiencia escatológica,
con una preferencia por los símbolos apocalípticos, podrían estar presentes. La
revancha se dará al final de los tiempos, parecen decirse, posible signo de
resentimientos solapados. Lo único que queda es esperar lo definitivo, lo
trans-histórico, el más allá trascendente… El fracaso del hoy hace que resuenen
las trompetas del juicio final en las postrimerías. Solo se necesita esperar…
SITUACIÓN VENEZOLANA.
Venezuela
vive momentos dramáticos. No es ningún secreto y no se puede expresar de otra
forma. Sin pretender un examen exhaustivo, que se saldría del propósito de
estas líneas y que necesitarían una metodología y justificación diferente, hay
no solo un quiebre de la institucionalidad sino la usurpación de la misma para
afianzar lo que se debería combatir. No solo son los números que emergen desde
las retorcidas profundidades del pantano de la podredumbre, sino la pregunta
sobre las auténticas intenciones del régimen que gobierna. Cuando parece que lo
que existe es perverso, que ha ido más allá del delito ocasional para
establecerse de manera permanente (estructural), no es que se pueda vivir con
gran entusiasmo. La tramoya del crimen, elevado a la enésima potencia, hace que
la vida sea un milagro, por razones muy diferentes a como usaría esta expresión
otro miembro de la especie humana en algún lugar más civilizado. Cuando solo 4
millones de compatriotas, de los más de 30 millones que somos, comen 2 veces al
día (por ahora), se puede entender el peso específico de esta expresión…
Lo
retorcido del caso hace que no se pueda comparar, para hacer el esfuerzo por
una comprensión sistemática, con otra experiencia en la historia. Al menos no
fácilmente. Porque el nazismo mostró una perversión ligada a un proyecto
diabólico de hegemonía mundial. O el comunismo, más en su versión maoísta y
stanlinista sin dejar afuera las imitaciones caribeñas, evidencia un fracaso
que solo beneficia a quienes manejan el poder… en nombre del pueblo. Pero en el
caso venezolano, por lo menos en los últimos años se asoma un proyecto que se
centra en la perpetuación en el poder para poder continuar apropiándose de las
riquezas naturales de la nación, además de las dádivas de ser corredor para la
comercialización de la droga a nivel internacional. Por no considerar el
propósito de desmontar las instituciones en la mayor cantidad de países de la
región, vía extremismo musulmán, coqueteo con insurgencias o financiamiento a
la política y aspiraciones de los primos hermanos de esta carátula de
izquierda.
La
cleptocracia, como Transparencia Venezuela al calificado al régimen, o
kakistocracia, que también puede servir, distan un mundo de la versión que
recoge el psiquiatra Herrera Luque, aficionado a la fabulación y a la historia,
de la isla Tortuga, sobre la organización de quienes terminaron encarnando el
ideal del mal en los tiempos coloniales: un sistema de protección social para
todos aquellos piratas lisiados en combate. Parecería que asistimos a una
versión sofisticada de las tácticas de “tierra arrasada”, como la cartilla
cubana se nos presenta con formato electrónico a través del “carnet de la
Patria”. Muy ingenioso para ocultar rostros cuando, por razones desconocidas,
falle el sistema de reparto social…
No
parece halagüeño el panorama, menos para los que vivimos en este país. Si bien
las responsabilidades son diversas, así como el riesgo, no es que se avizore
muchas salidas ¿hasta qué punto la presión interna puede modificar las fuerzas,
en el sentido de recuperar en algo la racionalidad social que llamamos civismo?
¿está el mundo preparado para enfrentar un conflicto local inédito en otras
experiencias, con proporciones de crisis humanitaria? Puede entenderse cómo la
intimidad puede ser una necesidad del todo válida, con el riesgo de
transformarse en un intimismo comprensible pero evasivo…
LA INTIMIDAD EVANGÉLICA
El
refugio en la intimidad no es sinónimo de intimismo, aunque lo pueda preparar.
Puede servir para estar en contacto con el mundo emocional, gestionarlo y
canalizarlo. Para recuperar los puntos de referencia, o reconstruirlos, cuando
parecen haber sido barridos. Se puede querer buscar en el afecto de los íntimos,
y no solo en la soledad, el soporte afectivo para enfrentar la tempestad. Puede
significar santuario donde se preservan las relaciones más importantes y
fundamentales, que evitan el derrumbe de la persona. Pero la intimidad a la que
me refiero es la intimidad espiritual ¿es esta una aspiración legítima y hasta
qué punto?
El
tema hay que abordarlo desde la espiritualidad cristiana. Por lo menos es la
respuesta que me interesa, sin pretender agotar otros aspectos. La pregunta
pudiese formularse también interrogándonos si existe una intimidad que pueda
llamarse cristiana y cómo se justifica desde la misma referencialidad a Jesús.
Esto hace que se deba buscar confrontar y articular con su proyecto, el Reino
de Dios, que tiene dimensiones temporales, es decir, históricas, aunque no se
agote en el tiempo.
Defenestrar
de antemano la intimidad como intimismo y, por lo tanto, no se va a confundir
su legitimidad con la exageración patológica (en sentido espiritual),
procuremos avanzar. Valdría la pena echar mano de la cristología de los padres
de la Iglesia, para quienes “lo que no es asumido, no es redimido” (san
Ireneo). La intimidad forma parte de humanidad, o sea, de lo propio del ser
humano, de la naturaleza humana. El intimismo es fracturante: escinde al ser humano
en múltiples fragmentos que se hacen inconexos. Es alienante, porque la vida
humana tiene una dimensión pública (política) insoslayable. Pero la intimidad
constituye un momento de polarización implícita en la vida. Es preferencial no
exclusivista. Como toda relación, es factible de experimentar un proceso de
evolución, crecimiento o maduración. Es decir, si la intimidad en un primer
momento puede estar plagada de supuestos (fantasías y proyecciones del yo), en
un segundo momento se consigue con lo real del otro. Si esto es cierto en
referencia a la intimidad entre los seres humanos, no lo es tampoco falso en
relación con la intimidad divina. Si en el primer caso la intimidad humana
auténtica nos introduce y devuelve a lo real, en el caso de la intimidad divina
la devolución, si el encuentro es verdadero, es mucho mayor, más consistente y
pronunciada. Su Realidad es fundamento de todo lo real, inclusive de lo
histórico. Es la experiencia de Israel ante el “Yo-Soy” (cf. Ex. 3,14).
Pero
para el seguidor de Jesús la anterior referencia es necesaria, más no
suficiente. En la humanidad de Jesús la intimidad humana, como dimensión
constitutiva y humanizante, tiene cabida. No es una concesión de Jesús, sino
que forma parte de la kénosis de su Encarnación: “tengan los mismos
sentimientos de Cristo” (Flp. 2,5).
Jesús
busca estar a solas con sus discípulos: “vamos a un lugar solitario” (Mc 6,31).
O en el escenario de Mateo, recorriendo las montañas cerca de Cesarea de Filipo
(cf. Mt 16). O compartiendo en la barca mientras recorrían el lago de una
esquina a la otra (cf. Mc 8,14). O subiendo al Tabor con Pedro, Santiago y Juan
(cf. Lc 9,28ss). Por no referirnos a la última cena, cuya atmósfera está
cargada del drama de la Pasión. Está también la mirada de Jesús a Mateo, a la
hora de llamarlo a que lo siga (cf. Mc 2,14), o la que le lanza al joven rico
(cf. Mc 10,21).
Pero
está capacidad de intimidad de Jesús, este estar con la gente desde la mañana
hasta la noche, esa forma exclusiva como los evangelios hablan de las
sanaciones de Jesús, cuando añade que eran muchas las que efectuaba no agota su
necesidad humana de intimidad. Los evangelios lo describen orando en solitario,
de una manera tal que los discípulos quieren aprender de él a orar (cf. Mc
1,35ss; Lc 11,1ss). Y no en insignificantes momentos se muestra a Jesús
tratando con Dios como Padre, por lo que permite deducir que este era su trato
común (cf. Lc 10,21ss). Si en algunos relatos vemos la mano de los
evangelistas, estos igual sitúan a Jesús orando ante un Dios que es Padre, como
lo típicamente jesuánico.
Sin
embargo, la intimidad de Jesús con el Padre no es un refugio aparte. Lucas
destaca como en los momentos cumbre, como su bautizo (cf. Lc 3,21) o la
elección de los Doce (cf. Lc 6,12), Jesús haya estado orando. Existe, por lo
tanto, una conexión narrativa en el Evangelio entre oración y el acontecimiento
que sigue o precede, que permite suponer que no es un recurso literario, sino
que hay una vinculación entre la oración y lo acontecido o lo que está por acontecer
(vinculación entre la oración y la historia). La intimidad es un espacio ligado
y hasta penetrado por la historia, por los acontecimientos del momento, donde
la historia se repasa y se comprende desde la perspectiva y la voluntad de
Dios, incluso para identificar los signos de los tiempos, a fin de darle
respuesta adecuada: es el caso de María, la Madre de Jesús, que guardaba todas
estas cosas en su corazón (cf. Lc 2,19.51).
La
ocasión en la que puede mostrarse con toda trasparencia esta lógica es la
oración en el huerto de Getsemaní (cf. Lc 22,39ss). La desnudez de la narración
sitúa al oyente ante dos paradojas, al menos: el silencio del Dios-Abba (en Mc.
14,36 aparece el semitismo tal cual, en un contexto que pudiese parecer
increíble) que no aparta dicho cáliz de Jesús, y el abandono de los tres
íntimos (Pedro, Santiago y Juan), que no son capaces de orar ni una hora. En
este momento cumbre, podría conjeturarse que es habitual en él esa dinámica de
encuentro con el Padre tomando en cuenta (y discerniendo) la historia en
desarrollo. Lo que permite considerar cómo el amor al Padre está integrado a
toda la vida, que es historia e histórica. Es un amor que cuenta con un momento
de intimidad, pero que se prolonga en el resto de actividades y viceversa. Se
podría decir que la oración no se excluye del proyecto del Reino, que es
predicado e iniciado por Jesús. Tiene su momento de clarividencia, si admitimos
en la conciencia de Jesús la necesidad y ejercicio del discernimiento.
Dicho
esto, se deduce que, ante un ambiente tan extremadamente agobiante y
deshumanizante, la intimidad en el seguidor de Jesús es más que justificada. No
solo por la dinámica misma de la psiquis humana, o para darle valor a la
relacionalidad propia de los seres humanos entre ellos. Sino por la necesidad
de encuentro con el Amor fundante, fontal e incondicional.
Queriendo
parafrasear al padre Francisco Javier Sancho Fermín, rector de la Universidad
de la Mística, en la conferencia inaugural de la cátedra Edith Stein hacia
finales de octubre de este, él aludía a una de obras de madurez de esta Santa,
que es Ser finito y ser eterno. La escribe en el arco que va de 1935 a 1939,
cuando se encuentra todavía en el Carmelo de Colonia. No por ello el ambiente
es menos arrollador. Antes de su entrada pierde la posibilidad de enseñar en la
Universidad y termina dando clases en un Liceo. La persecución se va a ir
intensificando hasta que el monasterio decide trasladarla al monasterio de
Echt, en Holanda, en 1939, creyendo que allí iba a estar más segura. Allí, en
ese año, concluye la obra. En este ambiente tan hostil, puesto que, al año
siguiente, en mayo, los Países Bajos van a ser invadidos por Alemania, la santa
se recrea en la palabra para oscilar entre las dos acepciones de la palabra
“Ser”, tanto en la referencia humana como Divina: descubriéndose que es y que
no es, pero que está delante del Ser que fundamenta su ser, sin el cual no
sería…
A modo de conclusión
Vivimos
tiempos también atropellados en Venezuela, donde parece que el gobierno hace lo
que mejor sabe hacer, que es distraer, mientras se consolida internamente en
todos los espacios: gobernadores y alcaldes, pero también sustituyendo fiscales
del Ministerio Público e intentando afincarse en el Arco Minero del Orinoco… La
Oposición luce dispersa y sin fuerza, a veces pareciera hacer de
colaboracionista, y queda la pregunta sobre la vigencia de la protesta
callejera. Quienes no podemos avalar un proyecto totalitario en razón de la fe
y por la opción de estar de lado de quienes son vulnerados en sus derechos, no
podemos dejar de sentir la desproporcionalidad de las fuerzas. Toca aplicarse
en el ejercicio de la oración, que es disciplina de intimidad, para dejar que
la acción performativa del Misterio y la Palabra impresione nuestra alma. Pero
igualmente habrá que saltar a la historia. Y, a la manera de Jesús, habrá que
repasar los acontecimientos en la intimidad de la oración, a la luz del
Misterio y de la Palabra, tanto en procesos personales como comunitarios y
eclesiales…
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