Eloy Mealla 02 de diciembre de 2017
Hace
ya casi veinte años, Alain Touraine en 1997 se preguntaba si podremos vivir
juntos ante los efectos que provocaba la globilización. A ese inquietante
interrogante pareciera responder «En un mundo que cambia, reencontrar el
sentido de la política”. Tal es el título completo del documento que el
Consejo Permanente de la Conferencia de Obispos de Francia publicó en octubre
de 2016. Este texto, como se indica expresamente, se encadena con otros aportes
anteriores sobre la misma temática: «Por una práctica cristiana de la
política» (1972), «Política, asunto de todos» (1991) y «Rehabilitar
la política» (1999). Este último de gran repercusión y que expresa una
consigna que Francisco hace suya y ha repetido en varias ocasiones. Veamos
algunos señalamientos que nos parecen más destacables.
Los
obispos franceses consideran que no se trata ahora de precisar el marco y los
límites de la acción política sino por el contrario de responder a la
desafección hacia la cosa pública y a la retracción hacia la esfera privada y
el individualismo. Si bien sus reflexiones están muy circunscriptas a la
situación de abatimiento, miedo, ira, precariedad y exclusión, que muchos
atraviesan hoy en Francia, nos presentan cuestiones que son crecientemente
comunes en un mundo cada vez más interdependiente.
Señalan
que una característica dominante de su país y en Europa, que bien podemos
extender a nuestra realidad, es que los referentes y las modalidades de vivir
juntos han sido sacudidas. Aquello que parecía enraizado y estable ha devenido
relativo y movible, y hay dificultades para encontrar una visión compartida del
futuro. El vivir juntos se ha vuelto frágil y puesto en cuestión. Lo mismo
ocurre con las nociones tradicionales de nación, patria y república, en un
clima de sensiblidades exacerbadas y cercanas a la violencia.
Por lo
tanto, más allá de la coyuntura y de los cálculos electorales, se manifiesta la
necesidad de una reflexión más fundamental sobre la política que requiere un
trabajo de refundación ante su gran decrédito. Hay un foso que crece entre los
ciudadanos y sus representantes y gobernantes
Ahora
bien, esta situación no es solo responsabilidad de la clase política. Se trata
de afirmar un “nosotros” en que la política designa las actividades, las
estrategias y los procedimientos que afectan al ejercicio del poder basado en
la búsqueda del bien común y del interés general que encuentran su fundamento
en valores compartidos. En el debate para alcanzarlo parece prevalecer “la
cultura de la confrontación” sobre el diálogo. En esta sociedad en tensión, las
redes sociales y los medios audiovisuales ocupan un lugar importante, que
prefieren slogans y pequeñas frases, antes que el análisis serio y el debate
respetuoso.
Por
otro lado, el doumento episcopal destaca algunas ambivalencias y paradojas. Una
de ellas consiste en reclamar “protecciones suplementarias en todos los
dominios” y, al mismo tiempo quejarse, a menudo con justicia, de restricciones
cada vez más grandes que limitan la vida de todos y desalientan muchas
iniciativas. Se produce así una “juridización” (juridicisation) creciente de la
vida social. Es necesario salir de la “lógica del contrato” que pretende prever
todo y alcanzar un “riesgo cero” o una “seguridad máxima ilusoria”, para
reencontrar espacios de creatividad, de intercambio y gratuidad.
Un
contrato social a repensar
Otra
paradoja que se constata es que Francia, pese a su dinamismo tanto económico
como de numerosas iniciativas solidarias, no encuentra, sin embargo, el punto
de apoyo para desarrollar todos sus frutos. El bien común parece dificíl de
diseñar y más todavía los medios para alcanzarlo. El contrato social que
permitía vivir juntos en el mismo territorio nacional ya no parece ser una
realidad. Hay necesidad de redefinirlo en una sociedad en donde la referencia
es el individuo y no lo colectivo. El “Estado providencia” ha decepcionado y
las generaciones actuales ya no tienen asegurado que vivirán mejor que sus
padres. La inseguridad social se verifica especialemte en el trabajo que ya no
es tan protector como en el pasdo. Incluso los puntos de referencia simples de
la vida social se interrumpieron, por ejemplo, los “servicios de proximidad”
(las tiendas, el correo, el médico, el sacerdote,…).
Junto
al sentimeintro de inseguridad aparece también el de injusticia referido, por
ejemplo, al “salario indecente” de algunos -por su exorbitancia- en contraste
con los ingresos de la inmensa mayoría. Disparidad que se agrava con los
desempleados, con las consecuencias de exclusión y desestructuración de la
vida. Tal inseguridad societal, dice el documento episcopal, está ligado al de
la violencia.
A su
juicio, tampoco el panorama mundial es tranquilizador debido a las cuetioens
que plantea el Islam, el terrorismo, las migraciones, las transformaciones
ecológicas. Pero la situación es todavía más grave para los que son excluidos
del sistema, los desempleados, los que viven en la precariedad, “en el borde
del mundo”. La dificultad más inquietante todavía es la de los jóvenes para
acceder al mercado de trabajo.
Señalan
que entre las dificutades para establecer un “nuevo contrato social” se halla
la “interpenetración creciente de las sociedades” que si bien es enriquecedora,
también ha contribuido a una “inseguridad cultural” y a “malestares
identitarios” que pueden llevar al rechazo del otro diferente. Una concepción
bastante exacta de lo que supuso la identidad nacional, con referencias
históricas y culturales compartidas, y la idea de una “nación homogénea”
-construida a menudo de manera autoritaria borrando las diferencias-, ha sido
atropellada por la mundialización. Incluso la idea de un “relato nacional” es
ampliamente discutida y cuestionada. Por lo tanto, se ha vuelto difícil de
definir claramente qué es un ciudadano francés que se apropia y comparte una
historia, valores, un proyecto.
Es
conveniente, por lo tanto, redefinir lo que es ser un ciudadano y promover una
manera de estar juntos que tenga sentido en medio de “reinvindicaciones de
pertenecías plurales y de indentidades particulares”.
Aporte cristiano
y laicidad abierta
Los
obispos consideran que “el cristianismo puede compatir su experiencia de acoger
e integrar poblaciones y culturas diferentes”. Sobre este aspecto agregan que
si bien en la historia de Francia hay elementos básicos del legado cristiano,
hoy el cristianismo coexsite con una diversidad de religiones y actitudes
espirituales. No se trata de olvidar esa trayectoria pero tampoco de soñar con
el retorno a “una edad de oro imaginaria” o aspirar a una Iglesia de puros en
una posición de superioridad y que bregue por “una contra-cultura situada fuera
del mundo”. Por el contrario, se recuerda que el cristianismo nos conduce desde
sus orígines a una alianza con la razón y al reconocimiento de las “semillas
del Verbo” en la cultura.
La
secularización en Europa occidental ha reducido la influencia de la religión,
pero en Francia, dicen sus obispos, es además muy difícil hablar con toda
tranquilidad de religión en el espacio púbico. El hecho religioso lucha por
encontrar su lugar y algunos niegan que la religión tenga algo positivo que
aportar.
Se
constata además que hay diferentes nociones sobre la laicidad. En sentido
estricto y original, laicidad es “la separación de la institución religiosa y
de la institución política”, ninguna gobierna a la otra. El debate es entre una
“laicidad estrecha” que ve en toda religión un enemigo potencial de la libertad
humana, y una “laicidad abierta” que considera a la República como el garante
del aporte benéfico que las religiones pueden dar a la sociedad. Tampoco se
trata que el Estado asuma una laicidad neutra que expulse “la religión del
espacio público hacia el solo dominio privado donde debe permanecer oculta”.
Llevaría a fotalecer el “comunitarismo” y privar a la vida pública de un aporte
precioso.
Identidades
frágiles, jóvenes y educación
La
interpenetración creciente de las sociedades, producida por la mundialización,
ha hecho interrogarse sobre sus identidades, sus valores, pertenencias y
fidelidades. Ante ello más que armaduras defensivas se necesita enmarcar la
riqueza de identidades plurales que pueden aportar lazos de unidad.
Refiriéndose
al caso de jóvenes franceses de origen árabe que combaten en Siria e Irak en
favor del Daesh[1], los obispos consideran que es bastante
claro que se trata de “jóvenes desestructurados que no hallando su lugar en la
sociedad”, encuentran -sin minimizar su responsabilidad- en un discurso y en un
compromiso radical la oportunidad de dar sentido a su existencia.
Ahora
bien, no es suficiente reconocer que la sociedad se volvió plural, es necesario
interrogarse sobre la crisis del sistema educativo que es, luego de la familia,
el “lugar por excelencia de socialización y de exorcización de la violencia”,
pues más allá de la transmisión de saberes y competencias debe abrir a los
jóvenes a lo universal y al diálogo entre las culturas.
La
cuestión del sentido, más allá de la política gestionaría
Un
contrato social redefinido no puede hacerse en base a simples adiciones y
parches de inntereses yuxtapuestos. No alcanza con una “simple gestión” ante
una grave crisis de sentido. La política no puede escapar a esta cuestión, no
para indicar a cada uno lo que hay que pensar y creer, pero sí para situarse en
un “horizonte de sentido” y asegurar las condiciones de una negociación que
hace a un país estar unido sin que nadie sea descartado. Pero la política se ha
vuelto “gestionaria”, especialmente proveedora y protectora de derechos
indviduales más que de proyectos colectivos, y no puede responder a las
cuestiones más fundamentales de la vida en común. Y se reitera: “los individuos
no logran vivir juntos solo con discursos gestionarios”.
Los
obispos también ven esta situación como propia de Europa que parece estar
perdida en un “funcionamiento gestionario, mercantil y normativo que ya no
interesa a nadie”. La construcción europea es más que eso, no sólo consiguió la
paz en la región sino también “una apertura y un enriquecimiento mutuo por la libre
circulación de personas bienes e ideas”.
Es
necesario retomar el proyecto europeo que permita el respecto y la expresión de
las identidades nacionales y regionales. Una verdadera cohesión no suprime las
pluralidades sino que las hace funcionar en un conjunto común. Además no habrá
futuro para el país más que “en una Europa fuerte y consciente de su historia y
responsabilidades en el mundo”.
Crisis
de la palabra
La
crisis de la política es una crisis de la “palabra ciudadana”, en cuanto que la
confianza en la palabra dada permite elaborar una vida en sociedad mediante la
concertación, la mediación, el diálogo, etc. “La política es pues un lugar
esencial del ejercicico de la palabra”. Cuando la palabra se pervierte aparece
la violencia, la mentira, la corrupción, o el desinterés por la vida pública.
Las
convicciones son necesarias pero no pueden asumir una postura antidemocrática,
sea como lobbying u oposición estéril. Los espacios de diálogo necesitan de
tacto, flexibilidad, adaptabilidad. Los debates actuales no se hacen sobre “un
zócalo de referencias culturales, históricas, antropológicas compartido”. Así
lo muestra hoy el debate sobre las cuestiones éticas. En una “democracia de
opinión” todo, incluida la antropología, es sometido a voto. Se utilizan las
mismas nociones pero sin los mismos contenidos.
La
política ante “equilibrios provisorios” debe acudir a compromisos que permitan
vivir juntos. Esto es percibido por algunos como una solución insatisfactoria
que devaluaría la política. Sin embargo, el compromiso verdadero es una “tarea
indispensable y particularmente noble del debate político”. Es más que el
simple resultado de una relación de fuerzas o confrontación de verdades. Es una
búsqueda conjunta de la verdad.
Un
país en espera, rico de tantas posibilidades
El
descontento por la manera de hacer política no significa necesariamente
desinterés por la vida pública sino que indica también la aspiración de nuevas
formas de compromiso ciudadano, y el deseo de retomar “la verdadera naturaleza
de la política y de su necesidad para una vida juntos”. No ocurrirá ello con el
arribo de una “personalidad providencial”, es tarea de todos.
En el
documento se expresa que Francia es un país con capacidades y energías.
Florecen iniciativas ciudadanas y se buscan “nuevos modos de existencia”, por
ejemplo, en el diálogo entre culturas, creyendo que el encuentro no solo es
posible sino fecuendo para la vida en sociedad”. Será el modo de “evitar que la
última palabra la tenga la violencia”. El documento concluye sosteniendo que
“las soluciones reales no provendrán primero de la economía y las finanzas, por
importantes que sean, o posturas y gestos de unos pocos. Vienen de la escucha
personal y colectiva a las necesidades más profundas del hombre. Y el
compromiso de todos”
Algunas
impresiones
Nos
sorprende su redacción, texto claro y sencillo de poco más de trece páginas con
sólo ocho citas brevísimas, seis del magisterio eclesial, una de la UNESCO y
dos de la prena, acompañado de un cuestionario-guía para promover la reflexión
y el intercambio. Estilo secular para oídos seculares, para el común de la
gente. Por momentos el documento conmueve por su tono dramático: dificultad
para vivir juntos, pérdida de sentido, futuro incierto. Se llega a decir: “Hay
tristeza hoy en nuestro país”.
Esos
rasgos nos evocan nuestras recurrentes crisis en Argentina y ciertamente la de
2001 y tal vez algunas situaciones presentes. Repetidamente el texto intenta
revalidar la política para no caer en el abismo mayor de una ilusoria
despolitización, pero también nos previene, y quizá sea su mayor acierto, de
encandilarnos con lo que denomina una “política gestionaria”. Es una pena que
no la describa más detalladamente. Interpretamos que se refiere a una
concepción meramente administrativa, eficientista, que reduce la acción
política solo a cuestiones procedimentales, creyendo poder eludir referencias a
valores, creencias y proyectos comunes.
Aquí
encontramos otra novedad. Habitualmente para fundamentar las bases y
especialmente los comportamientos de una sociedad se invocaba tradicionalmente
la ley natural, la sabiduría de las religiones, las grandes corrienets
espirtuales, o a los consensos que la comunidad internacional ha alcanzado
sobre derechos humanos. Especialmente esta omisión última llama la atención en
Francia, cuna efectiva y simbólica de “los derechos del hombre y del
ciudadano”, y de las formas democráticas y republicanas. Precisamente sobre
este punto los obispos franceses hacen una afirmación inquietante: los valores
republicanos de libertad, igualdad y fraternidad “suenan huecos” a muchos de
nuestros contemporáneos.
También
llama atención la reiterada mención de la crisis y la incertidumbre a nivel
cultural de un país justamente como Francia que hizo gala, ciertamente ya muy
eclipsada desde hace décadas por el “americanismo cultural”, de su hegemonía en
la materia, haciendo de su cultura un falso universal. Paradigma que tanto
formateó las formas institucionales, educacionales y estéticas del ramillete de
repúblicas latinoamericanas y que seguimos tan “avant la letre” entre nosotros.
Esta
comprobación de crisis cultural en uno de los países del centro del sistema
mundial no es nueva pero queda duramente descripta y con rasgos actuales
acuciantes. Evidentemente las migraciones, especialmente la proveniente de las
antiguas colonias, han contribuido a esta situación. Pero más que causa son a
su vez un reflujo de los efectos del todavía cercano colonialismo que Francia y
otros países europeos ejercieron. Una supremacía que trastornó y subordinó culturas
y países enteros sin todavía una reparción debidamente saldada. Estas
consideraciones deberían formar parte también del “reencuentro con la
política”.
[1] Daesh,
suena a daño o discordia en árabe, el documento sigue la recomendación de
denominar así a los grupos yihadistas que operan en Siria e Irak, y evitar
adjudficarles el término “Estado islámico” para no sobrevalorarlos ni
confundirlos con los valores del Islam
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