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domingo, 16 de septiembre de 2018

Relaciones humanas y Reino de Dios, por @rafluciani




Rafael Luciani 15 de septiembre de 2018

En el siglo I, la tendencia más abierta proponía que se debía «amar al amigo y no odiar al pecador» (Mt 5,43). Sin embargo, Jesús proclamó algo completamente nuevo y radical: la exigencia de una práctica del amor tanto con el amigo como con el pecador (Lc 6,27-28.35) y el enemigo (Mt 5,44-48) por igual. Para poder entender la radicalidad de esta proposición, Jesús concibe un símbolo que, hoy en día, resulta poco comprensible para muchas personas: el del «Reino de Dios» o «de los cielos», una noción con la que pretende hablar de nuestras relaciones, no de ideas o experiencias religiosas.

Por una parte, en el «reino» las personas se miden por el modo fraterno en el que cada una está respecto de las demás, llamadas todas a vivir desde solidaridades recíprocas. Por otra parte, desde allí se invita a asumir un modo filial para disponernos a tratar a Dios como Padre, con absoluta confianza. Jesús está convencido de que no hay relación con Dios —ser hijo— sin la premisa del amor al próximo y cercano, el prójimo —ser hermano.

La consecuencia de esto es muy clara, aunque dura: no hay ninguna relación religiosa que sustituya lo que hemos de hacer, cada uno, por el otro, porque para ser verdaderamente humanos hay que asumir, de forma personal, al otro como hermano. La religión formal nunca estará por encima del sujeto humano porque si «al presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, luego vuelves» (Mt 5,23-24).

Asimismo, ninguna ideología o sistema político puede privar sobre el otro, o limitarse a servir a los que se le adhieran, mientras excluye al resto. Al hacerlo,  no sólo estará imponiendo un único modo de pensar, sino deshumanizando y siendo obstáculo de toda posibilidad de crecer como sociedad hacia una calidad de vida como la que se goza en el «Reino».

Hablar del «Reino de Dios» pone al descubierto las intenciones deshumanizadoras de cualquier práctica totalitaria, se dé en la vida política o en la religiosa, en la familiar o en la social, porque el reino «no es violento, como los de este mundo» (Jn 18,36): al contrario, es siempre un camino de crecimiento que se moviliza por medio de la «colaboracion personal» y la «responsabilidad social», teniendo como horizonte el servicio a «todos».

Relaciones como la solidaridad, la compasión, el servicio, la reconciliación, el dar de comer al hambriento o defender a las víctimas, y nuestra capacidad para detener la violencia, expresan lo que será la vida en el Reino. Se comienza a hacer presente como una realidad incipiente que rechaza las palabras y acciones que deshumanizan y producen víctimas. Quien vive orientado hacia el Reino impulsará al otro para que pueda construir un modo de estar en el mundo realmente humano y con posibilidad de futuro «para todos».


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