Por Piero Trepiccione
El próximo año, que ya se
asoma en el horizonte pinta de una complejidad tal en materia económica, que
verdaderamente asusta según el pronóstico de muchos analistas. El problema de
fondo es que el modelo va a contravía de lo que significa la racionalidad y la
transparencia en el manejo de los recursos. Como diríamos en Venezuela, vamos
“tragando flecha” en una avenida de mucho tráfico vehicular. Esto,
naturalmente, genera una maximización de la complejidad económico-social del
país.
Ahora bien, todo el problema
económico pasa por la resolución o al menos, el procesamiento sabio, de las
disputas políticas que nos han caracterizado durante los últimos años. Y allí
la cosa se vuelve aún más complicada. Comencemos por el gobierno para describir
la situación-coyuntura. Indudablemente, no la tiene fácil. Las presiones
tanto internas como externas lo tienen a la entera defensiva. La
influencia cubana y los intereses estratégicos para la isla, que evidentemente,
no lo son ya para Venezuela, reducen considerablemente el margen de maniobra de
Nicolás Maduro. Cada vez que éste va o mira hacia La Habana, se desmontan
decisiones tomadas en Caracas aún con el concurso de diversos factores internos
del gobierno y con el aval de Moscú y Beijing.
Lo cual indica que en muchos
casos la última palabra la tiene La Habana. La Asamblea Nacional Constituyente,
controlada por Diosdado Cabello y que funge como un supra poder que en
cualquier momento pudiera tomar decisiones que contravengan las acciones del
gobierno y aún sin fecha de culminación de actividades. Sumémosle los
compromisos de deuda para el próximo año que nublan el margen de maniobra financiero
del gobierno y las difíciles condiciones sociales de la población que cada día
aumenta la presión sobre el Estado buscando respuestas a su caos actual.
Como ingrediente particular
y definitorio del gobierno tenemos el problema migratorio proyectado a más de cinco millones de
venezolanos a finales de 2019 según la Acnur.
En resumidas cuentas, un
gobierno débil y debilitado por las circunstancias. Del lado opositor, las
cosas no parecen ir tampoco bien. La palabra debilidad también resume su
caracterización al inicio de 2019. La cantidad de islas e islitas de poder
partidista e intrapartidista hacen que la dispersión y la incoherencia sea el
signo distintivo del planeta opositor venezolano. A pesar de los enormes
intentos por recomponer o reconstruir el liderazgo opositor, todavía no se
vislumbran acuerdos definitorios que relancen la unidad. Tienen también la enorme
presión de más de un ochenta por ciento del país pidiendo a gritos cambio
político pero sin identificarse con los partidos o las figuras actuales.
Un escenario complicado
A todo esto hay que agregar
que una muy buena proporción de países representativos del mundo no reconocerán
a Nicolás Maduro en su nuevo periodo presidencial y continúan aplicando
sanciones económicas a la cúpula dirigencial del país, buscando presionar para
una salida negociada al conflicto venezolano, pero con el grave problema que cada
vez se hace más difícil ubicar a un interlocutor válido y representativo de la
oposición para llevar adelante, esas negociaciones.
Esta caracterización de la
oposición y del gobierno en Venezuela proyectan un escenario realmente
complicado para 2019. Un año sin precedentes en nuestra sociedad. Luego de
haber transcurridos trece meses de hiperinflación y yo agregaría de “hiper
deterioro” de las condiciones socioeconómicas de la nación, se vislumbra un año
de “alta definición” donde los desenlaces políticos y económicos pudieran darse
empujados por las circunstancias sociales que están siendo ignoradas por
actores estratégicos nacionales e internacionales.
30-12-18
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